La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 4

UN PEQUEÑO DESTELLO DE FE

«Su bienestar es el tesoro más preciado, por eso lo busca sin descanso».

Kaia entra en su pequeño apartamento. Se siente extraña, inquieta. Está mucho más cansada y el sueño lucha por vencerla. Pero no es esa la razón de su inquietud. Está más que clara que la causa de su desazón, mide más de un metro ochenta y cinco y acaba de marcharse en su lujoso auto del año.

No termina de entender por qué Serkan insistió tanto en llevarla hasta su casa. Un hombre como él, ¿qué podría ganar con un acto tan inusual como ese? Es evidente que no había tenido malas intenciones, pues en ningún momento intentó propasarse con ella o hacerle alguna insinuación fuera de lugar.

¿Entonces?

Ella no termina de entender.

Aunque está consciente de que ella tampoco hizo nada para despertar el interés de Serkan. No podía hacerlo, aunque en el fondo sabe que hubiese deseado, aunque sea por un segundo, verlo sonreír o escucharlo decirle algo agradable.

Suspira profundamente. De todos modos, no volverá a verlo. Serkan no es alguien con quien se encontrará una segunda vez. La certeza de ese pensamiento le produce una punzada de dolor.

Así como llegó a su vida, así mismo salió. Y se permite por unos segundos, lamentarlo.

En su trabajo nocturno, ha visto muchos hombres guapos, en la mesa de juegos y algunas veces mientras baila en la tarima, pero está segura de que jamás ha visto a uno como él. Ningún hombre la había dejado sin aliento, ninguno había provocado que su pulso se acelerara de esa manera.

Antes de que su vida se convirtiera en una pesadilla, Kaia había sentido atracción por uno que otro chico en la universidad. Sin embargo, estaba tan ocupada con sus entrenamientos y sus estudios, que nunca se dio la posibilidad de ir más allá de una agradable amistad.

Aunque, alguna vez creyó estar enamorada, jamás sintió ni siquiera un poco de la intensidad eléctrica que recorrió su cuerpo en solo unos segundos al ver a Serkan y, mucho más, al estar cerca de él.

Siente que se le arruga un poco el corazón, pero en sí, no es por ese hombre, sino por su realidad, esa que le dice que es mejor así, ya que en su vida no hay cabida para él. No hay cabida para nadie aparte de…

—¡Kaia, por fin estás en casa! —la dulce voz de su hermana resuena en la pequeña sala.

—Hola —responde Kaia. Se acerca a ella y le da un abrazo—. ¿Por qué sigues despierta? —la regaña con cariño—. Sabes muy bien que desvelarte no te hace bien.

—Y tú sabes que no logro conciliar el sueño hasta que no llegas a casa.

—¿Tomaste la medicina?

—Sí, Kaia, la tomé. Ven, te ves muy cansada —agarra a su hermana de la mano y la lleva hasta la habitación—. ¿Quién era ese hombre? —pregunta mientras Kaia se quita el abrigo, abriendo los ojos de par en par cuando se percata de que no se lo había devuelto.

—Maldición, olvidé devolvérselo —gruñe Kaia, avergonzada.

—¿Pasó algo? —pregunta preocupada—. Es muy tarde, nunca te retrasas. Hoy lo haces y llegas con un desconocido.

—No, tranquila, no te preocupes, no ha pasado nada. —Se sienta en la orilla de la cama doble que comparte con su hermana—. Solo era un cliente, se ofreció a traerme a casa por la lluvia.

Su hermana la mira con el ceño fruncido.

—¿Dejaste que un extraño te trajera a casa? —pregunta alterada.

Su corazón comienza a latir con fuerza, como un tambor desbocado, y sus manos se humedecen con un sudor frío.

Kaia se le acerca y la toma de las manos con fuerza

—Ghania, tranquila —le dice con una sonrisa tranquilizadora—. No te asustes. Te juro que no hay nada de qué preocuparse.

Su hermana traga saliva con dificultad y asiente nerviosamente. Kaia la abraza intentando sosegar un poco su angustia.

—Trastorno de angustia con agorafobia —recuerda Kaia las palabras del psiquiatra, que resuenan en su mente como un eco sombrío.

—Explíqueme, por favor, doctor —pidió con un nudo en la garganta, sintiendo como si fuertes tenazas le apretaran el estómago.

—Se trata de un trastorno que se caracteriza por ataques repetitivos de miedo y ansiedad intensos, acompañados de pánico a encontrarse en lugares en donde podría ser difícil escapar o donde no se podría disponer de ayuda —explicó el especialista con voz serena, mientras sus palabras cayeron sobre Kaia como filosos carámbanos—. Desde niña, Ghania, ya presentaba episodios de ansiedad.

Kaia asintió, recordando las noches en que su hermana se despertaba aterrada.

—Sí, aún le aterra la oscuridad —dijo con tristeza—. En su adolescencia incluso le diagnosticaron fobia social.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 23.06.2024

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