La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 10. CUENTA REGRESIVA

CUENTA REGRESIVA

«Eres una obsesión que consume mi mente, un deseo asfixiante que estrangula mi aliento. Una pasión retorcida que deforma mi realidad».

A miles de kilómetros de distancia de la bulliciosa Atenas, en una habitación iluminada por la fuerte luz de una lámpara colgante, un hombre exhala una densa nube de humo mientras fuma un cigarrillo.

La piel pálida de su rostro contrasta con la oscuridad de sus ojos, que parecen dos pozos sin fondo que reflejan una profunda obsesión. Su cabello, negro y lacio, cae desordenadamente sobre su frente, acentuando el aire de nostalgia que lo envuelve.

El ambiente es lúgubre y opresivo. Las sombras se alargan y se retuercen en las paredes, como si cobraran vida, imitando la oscuridad que anida en el alma de ese hombre. Sus cejas gruesas se arquean en una expresión perpetuamente amenazante mientras observa con devoción una pared tapizada de fotografías de diferentes tamaños.

Con una nueva bocanada de su cigarrillo, llena sus pulmones y exhala el humo con lentitud. Su mirada fija denota una obsesión enfermiza. Sonríe de manera siniestra mientras sus ojos recorren una y otra vez el hermoso rostro de una mujer.

Cada imagen captura la belleza deslumbrante de la misma mujer, cuyos ojos azules brillan con una inocencia que contrasta con la espeluznante sonrisa de ese hombre.

Son fotos de diferentes épocas, desde la tierna infancia de la chica hasta su actual etapa como adulta. Él las acaricia con la yema de sus dedos, como si con ese contacto pudiera poseer la esencia de la mujer que retratan. Una sonrisa macabra se dibuja en sus labios, revelando las oscuras intenciones que alberga su corazón.

Las fotografías, meticulosamente organizadas, narran la vida de ella: su primer día de escuela, su graduación, vacaciones familiares, momentos íntimos y en familia. Es completamente perturbadora la manera en que cada detalle de su vida está registrado y exhibido en esa pared.

—Eres muy divertido —resuena el recuerdo en su mente de la voz dulce y sonriente de la jovencita que lo mira con afecto.

—¿Quieres que juguemos otro juego? —pregunta él.

—¿Es igual de divertido a este? —responde ella con una amplia sonrisa y sus ojos llenos de expectación.

—Mucho más, te lo aseguro.

—Entonces sí, dime.

—¿Conoces el juego de El gato y el ratón?

Sonríe de manera perversa mientras su mente regresa al presente, y con una expresión de absoluta posesión acaricia suavemente una de las imágenes más recientes, donde ella camina despreocupada, ajena por completo a la mirada invasiva que la acecha desde la distancia.

Ella es suya. Le pertenece.

—Pronto volveremos a encontrarnos, ratoncita —susurra con voz ronca y tenebrosa, cargada de una amenaza latente—. Esta vez no podrás escapar de mí.

Las sombras en la habitación parecen cobrar vida con cada movimiento del hombre, danzado al ritmo de sus oscuras intenciones y deseos retorcidos.

El cuarto está lleno de estanterías que revelan aún más de su perturbadora obsesión. En una de ellas, se encuentran prendas de vestir, cuidadosamente dobladas y organizadas por fecha. Cada prenda tiene una historia que contar, un recuerdo que él atesora con enferma adoración.

En otra estantería, hay hileras de muñecos de peluche que observan con ojos vacíos la escena. Cada uno lleva una pequeña etiqueta que marca un momento significativo de una vida pasada.

Un estante contiguo está repleto de maquillaje: brochas, labiales, sombras, esponjas, bases. Un arsenal de belleza para una mujer que ya no lo necesita. También hay esmaltes, perfumes, cremas y otros objetos de cuidado personal.

Es una aterradora y macabra colección de pertenencias, acumulada escrupulosamente a lo largo de los años.

En el centro de la habitación, como un altar macabro, una mesa exhibe una pila de fotos recientes. Son las últimas que le han traído. Su dueño las contempla con fascinación, sus dedos recorren las imágenes como si la acariciaran, como si pudiera tocarla a través del papel y se saborea como si ya la tuviera en sus manos. Sus ojos devoran cada detalle, cada sonrisa, cada gesto, queriendo absorberla en su memoria.

Al lado de las fotos, un enorme ramo de rosas negras, tan oscuras como sus pensamientos, emana un aroma fuerte y penetrante. Él toma una de ellas, la lleva a su nariz e inhala profundamente, impregnándose de su fragancia. La contempla lleno de recuerdos y luego exhala el humo denso del cigarrillo que se adhiere a los pétalos oscuros, como si, de esa manera, pretendiera contaminar la pureza de la mujer en las fotos.

—Eres mía, ratoncita —pronuncia en voz baja y posesiva—. Me perteneces.

Deja la rosa y toma un sobre de manila que descansa sobre la mesa. Lo abre y extrae varios documentos y fotografías. Según ese último informe, finalmente la ha encontrado. Ella y su hermana han sido localizadas. Solo faltan algunos detalles, pequeñas piezas en el engranaje que lo conducirá de nuevo a ella.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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