La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 11. MI TALISMÁN

MI TALISMÁN

"Desde que llegaste a mi vida, la suerte me sonríe.

Eres mi talismán, la brújula que me guía hacia la felicidad".

El sonido metálico de la ruleta en movimiento resuena en la sala. Sus colores rojo y negro se mezclan en un espiral que parece hipnotizar a los dos jugadores presentes. Kaia, como cada noche, se encuentra detrás de la mesa, observando el vaivén de la bola blanca que define la suerte o infortunio de los apostadores.

Observa cómo la pequeña esfera de marfil danza sobre los números, saltando de una casilla a otra con pequeños clics rítmicos. Para las dos personas que apuestan, el tiempo se suspende en cada giro de la ruleta, y el casino se sumerge en una expectante quietud, rota solo por el murmullo de otros jugadores y sus ocasionales suspiros o gritos de frustración o alegría.

El jugador uno apuesta a una combinación de números, distribuyendo sus fichas estratégicamente. El jugador dos hace lo mismo, colocando sus apuestas en números diferentes del tablero. Kaia observa con atención mientras la bola gira y gira depositándose en el número 18.

Con una precisión admirable y movimientos calculados, recoge las fichas de las apuestas perdedoras y deja las del número ganador intactas. Luego, sus ágiles dedos cuentan y distribuyen las fichas ganadoras sin perder su expresión serena y atenta.

Una y otra vez, recoge y reparte, con la misma destreza y precisión, dejando la mesa lista para la próxima jugada. Sus manos se mueven con tal habilidad que casi parece que no tocan las fichas.

Afortunadamente para ella, es una noche tranquila. Solo esos dos clientes se encuentran en su mesa, apostando con desgana después de varias rachas perdedoras, como si ya hubiesen perdido la esperanza de recuperar lo que han invertido. Kaia por su parte, solo anhela que la noche termine pronto para volver a su pequeño apartamento y entregarse a los dulces brazos de Morfeo.

—Número 17. No hay ganador —anuncia Kaia con voz clara y monótona. Sus manos, elegantes y firmes, recogen las fichas.

Un suspiro de resignación se escapa de los dos hombres que juegan en la mesa. Ambos miran sus fichas con desdén antes de volverse hacia Kaia, esperando la siguiente ronda.

Ella se esfuerza en concentrarse. Está cansada, aunque eso no es nada nuevo. Sus largas jornadas de trabajo siempre la dejan exhausta, aunque, por lo menos, debe estar agradecida de haber mantenido su trabajo en el casino.

Lo que sí es nuevo para ella, es esa sensación que tiene de que todo es mucho más gris que antes, más oscuro, con mucho menos brillo. Sólo hay una cosa que tiene color, que tiene una luz radiante. Y es el recuerdo de aquella noche que resplandece como un diamante en su memoria. Aunque, al mismo tiempo, esa piedra se torna afilada y la lastima.

Ante la propuesta de Serkan, Kaia tiene la certeza de haber actuado correctamente, tomando la única decisión posible. No había otra alternativa. Sin embargo, al recordar todo aquello, una pequeña y traicionera voz susurra en su cabeza: «Podías haber tenido una noche con él... aunque fuese solo unas horas... por lo menos podrías haber tenido eso».

Pero, en realidad, ella sabe que por mucho que lo deseaba no hubiese podido hacerlo. Está segura que, de haber sucumbido a aquella exquisita tentación, el dolor que estaría sintiendo en ese momento sería mucho peor.

Ella no puede…

Ella tiene compromisos y responsabilidades ineludibles. No puede olvidarlos, ni mucho menos abandonarlos. No por una noche, por una hora, ni siquiera por unos minutos.

Pero por mucho que se repite a sí misma que es imposible darle rienda suelta a su deseo por ese hombre que, salido de ninguna parte, había cambiado su vida, le resulta duro y doloroso.

Kaia sabe que debe olvidarse de Serkan, aceptar que nunca más volverá a verlo. Él le dijo que solo estaría en la ciudad por unos días, y es probable que ya se haya marchado. Sin embargo, no puede arrancar de su pecho el sentimiento de nostalgia que la invade permanentemente.

El paso fugaz de Serkan por su vida, ha dejado un vacío profundo, una melancolía que se filtra en cada rincón de su ser. Kaia hubiese deseado seguir experimentando todo aquello que él despertaba en ella. Era la primera vez que se sentía así y no puede negarse a sí misma que le gustó mucho sentirse deseada, admirada, por un hombre que le gusta y al que también desea.

No puede negar las ganas que tenía de que él se adueñara de sus labios y la hiciera olvidar, aunque fuese por unos instantes, todas las ataduras que la limitan.

Lo peor es que… Sí. Todavía desea a Serkan.

Anhela a alguien que jamás podrá tener.

Solo le queda guardar su recuerdo en la caja de las cosas que «habrían podido ser si ella no…».

El clic-clac al golpear los separadores metálicos la saca de sus pensamientos; la bolita pierde impulso, los saltos se hacen más cortos y rápidos, hasta que, con un suave y último rebote, se asienta en la casilla negra del 29.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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