La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 13. LA DECISIÓN DE SERKAN

LA DECISIÓN DE SERKAN

«Solo somos: El beso que nunca daremos, la mirada que nunca robaremos, el amor que nunca haremos y que solo podemos soñar».

Serkan entra en el estudio de la mansión Makris. Un aroma envolvente a coñac y tabaco impregna el ambiente. El lugar está adornado con pesados estantes de caoba repletos de libros antiguos y un gran escritorio de madera oscura domina la estancia.

Su padre, Leónidas Makris, se encuentra sentado en un sillón de cuero junto al fuego, sosteniendo en su mano una copa de licor. El líquido ámbar refleja la luz tenue de las lámparas de araña que cuelgan del techo, mientras las llamas de la chimenea parpadean, bañando su solemne figura en un cálido resplandor.

—¿Por qué haces enojar tanto a mamá? —le pregunta Serkan a su padre con tono jovial. Se sirve también una copa de coñac antes de sentarse frente a él—. Casi no me deja venir a verte, dándome quejas de ti.

Nunca antes se ha visto un padre y un hijo tan parecidos en tantos aspectos. Comparten la misma estatura imponente, la misma mirada azul penetrante, el mismo carácter y sentido del humor y, para bien o para mal, la misma determinación férrea. Incluso sus gestos y la manera de hablar reflejan una simbiosis casi perfecta.

—Está obsesionada con ampliar el invernadero —dice Leónidas, haciendo un gesto de molestia con las manos—. Dice que necesita más espacio para sus plantas y no deja de molestar al pobre jardinero y a los demás trabajadores llevándolos de aquí para allá.

Serkan ríe, imaginando a su madre.

—Definitivamente, eso suena a mamá —comenta Serkan, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.

—Y no solo eso —continúa Leónidas, con un brillo en los ojos—. Quiere extender su pequeño huerto de olivos. Dice que va a empezar a fabricar su propio aceite.

—¡Vaya! Eso sí que es ambicioso —responde Serkan, divertido—. ¿Crees que lo logrará?

—Oh, no lo dudes ni por un segundo —responde Leónidas con una carcajada—. Ya ha empezado a planearlo todo. Me tiene corriendo de un lado a otro buscando los mejores olivos y preparando el terreno.

—Bueno, al menos se mantienen ocupados —dice Serkan, levantando su copa en un gesto de brindis.

—Exactamente —responde Leónidas, imitando el gesto—. Y aunque disfruto quejándome y llevándole la contraria, me gusta verla feliz y activa.

Serkan asiente, sintiendo una calidez en su pecho al pensar en sus padres y su vida juntos. Observa a su padre, la manera en que habla con cariño y orgullo sobre su madre. Hay una complicidad y cercanía entre ellos que Serkan admira desde niño. A pesar de los años y las dificultades, sus padres siguen tan unidos como siempre. Esa clase de relación, ese vínculo inquebrantable, es algo que Serkan nunca ha experimentado, ni siquiera en sus relaciones más cercanas, y que, de algún modo, anhela sentir algún día.

—Papá, he tomado una decisión —dice Serkan con voz serena, pero el tono denota seriedad.

Leónidas, levanta una ceja, intrigado ante la gravedad en la voz de su hijo.

—¿Y cuál es esa decisión? —pregunta con calma.

—Voy a ceder la presidencia de los casinos de Atenas a Corban.

Leónidas lo mira en silencio durante unos segundos.

—¿Y cuál es la razón? —indaga con voz pausada—. ¿Acaso hay algún problema con la gestión de los casinos?

—No, no es eso —aclara Serkan, de inmediato—. Los casinos funcionan muy bien. No tiene nada que ver con la administración.

—¿Entonces? —insiste su padre con expresión pensativa.

—Quiero explorar nuevas opciones —responde Serkan, sin entrar en demasiados detalles—. Me gustaría hacerme cargo de la sede en Londres, expandir nuestros horizontes hacia ese mercado.

Leónidas observa a su hijo con detenimiento. Reconoce en Serkan la misma ambición y determinación que lo han llevado a él mismo a construir un imperio empresarial. Sin embargo, también percibe una cierta inquietud en su mirada, una búsqueda que va más allá del éxito comercial.

—Me enorgullece tu ambición —expresa con sobriedad—. Comprendo tu deseo de crecer, de buscar nuevos retos y todo lo que quieras. Sin embargo, me preocupa que te marches tan lejos y por razones muy diferentes a las que me estás dando.

—¿Qué otra razón tendría? —pregunta Serkan restándole importancia.

—He notado que últimamente has estado un poco… disperso —comenta Leónidas con su habitual tono paternal—. Sé qué algo te pasa y también sé que no eres un cobarde. Así que no quiero pensar que estás huyendo de algo o… de alguien.

Serkan fija su mirada en el vaso que tiene en su mano. Su padre lo conoce muy bien y sabe que no puede engañarlo.

—Necesito tiempo, papá, sobre todo, distancia. Aclarar mi mente —confiesa y lo mira directamente a los ojos—. Es lo único que puedo decirte por ahora.

Leónidas asiente con lentitud. Aunque le preocupa la actitud de su hijo, entiende perfectamente que es un adulto capaz de tomar sus propias decisiones.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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