La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 21. KADIR ŞAHIN

KADIR ŞAHIN

«Extrañarte es como respirar bajo el agua, un anhelo constante de algo que no puedo alcanzar».

El sol, implacable, se alza sobre la majestuosa ciudad de Ankara, bañando las cúpulas doradas y los minaretes que adornan el horizonte, testigos de siglos de historia. En sus calles, el bullicio de la plaza Kızılay contrasta con la serenidad de los parques verdes, y los imponentes edificios gubernamentales se elevan junto a cafeterías y boutiques artesanales.

En el corazón de la ciudad, el parlamento se erige como un símbolo de poder y autoridad. Kadir Şahin, un político influyente y muy poderoso, de mirada severa y presencia imponente, está sentado en su amplio despacho, con la frente arrugada por la preocupación.

Frente a él, su abogado, Demir Yilmaz, un hombre delgado, de cabello canoso y voz suave, hojea con atención unos documentos que reposan sobre el escritorio. Una calma tensa reina en la habitación.

—Señor Şahin, no es mi intención preocuparlo, pero le recuerdo que el cumpleaños número treinta de la joven Katherina Şahin está a solo unas semanas. No podemos hacer nada sin saber que ha sido de ella —informa el abogado—. Sin embargo, cada día que pasa nos alejamos más de encontrarla a ella y a Georgeanne.

Las palabras del abogado resuenan en la habitación. Katherina y Georgeanne Şahin, sobrinas de Kadir, llevan tres años desaparecidas. Hasta la fecha no se ha encontrado rastro alguno de ellas, y la herida sigue abierta.

—Si no las localizamos —continúa el abogado, tratando de medir las palabras para no irritar, ni alterar más a su cliente—, todos los bienes pasarán a Volkan Polat, el esposo de…

—¡Maldita sea! —interrumpe Kadir, golpeando con fuerza el lujoso escritorio y luego aprieta los puños con furia.

Desde la muerte de su hermano Adem, la vida de su familia ha sido una pesadilla. No puede soportar la idea de haber perdido también a sus queridas sobrinas. Las vio crecer y las ama como si fueran sus propias hijas; la idea de no volver a verlas o que ellas estén sufriendo, lo destroza y lo consume por dentro.

—Volkan no se quedará con un centavo de la fortuna de mi hermano Adem —espeta Kadir, con la voz ronca por la rabia contenida y una firmeza que no admite réplica—. ¡No tendrá nada! Tendrá que pasar sobre mi cadáver —advierte con fiereza. La sola mención de ese nombre enciende una chispa de odio en los ojos de Kadir.

El abogado, consciente de la magnitud de la situación, trata de mantenerse sereno.

—Debemos encontrar a sus sobrinas, señor Şahin —dice con tono urgente—. Al menos a Katherina, ella es la heredera principal. Su hermano Adem, días antes de morir, acudió a mí. Tenía sospechas de algo o, de alguien, nunca me lo dijo, aunque se lo pregunté. Él temía por su vida —confiesa el abogado, con su voz cargada de pesar—. Por eso hizo esos cambios en su testamento, pensando que de esa manera protegería a sus hijas.

La mirada de Kadir se enturbia, consciente de que, con aquella decisión, su hermano lo que consiguió fue una desgracia mucho mayor.

Kadir se levanta de su silla y camina hacia la ventana, desde donde se puede ver una parte de la ciudad. La luz del sol ilumina su rostro, destacando las líneas de preocupación que se han profundizado con el paso de los años.

Recuerda a sus sobrinas, especialmente a Georgeanne, la menor, por quien siente, sin vergüenza alguna, predilección. No es que no ame a Katherina, pero Georgeanne siempre fue especial para él, única. Ella era vivaz, inteligente, cariñosa, y muy curiosa; quería saberlo todo y nunca se quedaba con la duda.

—¿Tío Kadir, te dan galletas cuando haces una ley nueva? —recuerda que ella le preguntó cuándo solo tenía seis años—. ¿Puedes hacer una ley para que todos los días sea mi cumpleaños? Se lo pedí a papá y me dijo que no —él rememora su pequeño rostro sonrosado y enojado—. Tú sí puedes, tío, dime que sí.

—¡Sí, tío! —pidió Katherina—. ¡Y el mío también!

Una sonrisa triste se dibuja en su rostro. ¡Maldita sea! Cómo extraña a sus sobrinas. Ellas eran tan felices, tan inocentes, hasta que… ese maldito…

—Estoy en eso —responde Kadir finalmente, girando la cabeza para mirar a su abogado—. Te juro que no descansaré hasta encontrarlas y traerlas sanas y salvas.

La desaparición de sus sobrinas es un misterio oscuro y lleno de incertidumbre. Todo lo que ha podido averiguar hasta el momento solo ha añadido más confusión y frustración. Las pistas son escasas y dispersas, y cada nuevo hallazgo parece alejarlo más de la verdad.

Está convencido de que Volkan está involucrado, pero no ha podido encontrar ninguna prueba en su contra.

Kadir regresa a su escritorio y observa una vez más el archivo lleno de recortes de periódicos, informes policiales, investigaciones de detectives privados y notas manuscritas. Cada página es un fragmento del rompecabezas que intenta armar desesperadamente.

—No quiero aceptar que están muertas —dice Kadir en voz baja, casi como si hablara consigo mismo—. Me niego a pensar que a ellas también las he perdido.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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