La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 28. NADA MÁS

NADA MÁS

«Te llevaste mis sueños en un susurro y, aunque el eco de tu traición aún resuena en mi corazón, me aferro a la esperanza de que el tiempo transforme tu recuerdo en un simple destello de lo que alguna vez fue».

Serkan Makris se encuentra en la cúspide de su carrera, pero ese es un lugar solitario. Por estos días, él no conoce la palabra descanso. Desde su partida de Croacia hace más de dos meses, su vida se ha convertido en un torrente incesante de viajes en jets privados, estancias en suites presidenciales y reuniones interminables con clientes, inversores y acreedores.

Cada día es una nueva ciudad, una nueva reunión, otra negociación, un nuevo acuerdo exitoso. No hay espacio para distracciones. Serkan se sumerge de lleno en informes financieros, proyecciones de ventas y estrategias de expansión con la misma frialdad que siempre lo ha definido.

Sus días transcurren como un reloj de precisión, cada momento cuidadosamente cronometrado y organizado. Todo parece fluir con un ritmo seguro y controlado. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una grieta comienza a abrirse, un pequeño fragmento de sí mismo que se ha resquebrajado. Su corazón resuena con un eco sutil, un sonido persistente dentro de él que susurra algo que se niega a admitir.

A medida que pasan los días, esa grieta se hace más grande, y la sensación de vacío se intensifica. Es como un globo que, aunque brilla e impresiona por fuera, se va desinflando lentamente por dentro. Y aunque las personas a su alrededor piensan que lo tiene todo, él siente que le falta algo primordial.

En Copenhague, su teléfono no para de sonar, como una alarma constante que le recuerda que siempre hay algo más por hacer. Luego llega a Venecia, la ciudad famosa por sus canales brumosos y su atmósfera mágica. Pero Serkan es incapaz de disfrutar de la belleza que lo rodea. En lugar de admirar las románticas góndolas y los antiguos puentes, su mente está atrapada en números, contratos y cifras, como si estuviera construyendo un muro de bloques de hielo en su cabeza, que lo aísla de cualquier otro pensamiento o emoción.

Cuando llega a Rusia, en las interminables noches blancas de San Petersburgo, su insomnio empeora y lo acosa como un verdugo implacable. No encuentra paz ni en sus días ni en sus noches, solo una carrera frenética hacia cualquier actividad que lo mantenga ocupado.

Serkan no se detiene ni hace pausas. Tres continentes en menos de ocho semanas, y aún no quiere parar. Se lo llevan los mil demonios, esos que, solo puede mantener a raya gracias a las jornadas extenuantes de trabajo.

No importa en qué, solo necesita mantener su mente ocupada para no tener que pensar en otra cosa, y así evitar sentir la traición, la decepción. Pretende evitar sentir que, por primera vez en su vida, permitió que alguien derribara las barreras que construyó con tanto esmero, solo para descubrir que lo habían engañado.

Se hospeda en la lujosa suite presidencial del hotel casino que visita y rechaza cualquier invitación social. Solo se reúne con socios comerciales, posibles inversionistas, o con alguno de sus acreedores, y siempre para tratar asuntos relacionados estrictamente con el trabajo. Se ha distanciado deliberadamente de su familia para no saber de ella.

Kaia Zikros.

Su nombre es un veneno que evita pronunciar, una herida abierta que no se atreve a tocar. Se niega a recordar que, en algún momento, se permitió creer en la ilusión de que ella ya no era la prometida de su hermano.

Pero la realidad ha sido cruel. Lo que creyó ver en Kaia, lo que sintió cuando estaban juntos, todo no fue más que una farsa, un engaño. Y ahora, se sumerge en el trabajo con la desesperación de un hombre que teme enfrentarse a la verdad. Porque la verdad es que, aunque se esfuerce por olvidarla, y la entierre bajo pilas de contratos y reuniones, Kaia sigue siendo el único pensamiento que no puede ahogar.

Por un breve instante de debilidad, permite que la muralla se agriete y se filtren algunos recuerdos: una noche mientras Kaia bailaba en una plaza en Atenas, una tarde cuando caminaban tomados de la mano por la orilla del mar Adriático, una madrugada haciendo el amor; recuerda un simple gesto, una dulce mirada, una pequeña sonrisa. Detalles que antes parecían insignificantes y que ahora lo invaden como un huracán. El dolor es tan real, que casi lo doblega.

Pero solo es un momento. Porque él no es un hombre que se permita ser débil. Aprieta los puños y expulsa esos recuerdos con la misma determinación con la que ha cerrado los negocios más difíciles. La muralla se reconstruye, ladrillo a ladrillo, y la grieta se resana con mucha más frialdad.

No se ha puesto en contacto con Corban, él sigue en Suiza y eso es lo único que importa. Tampoco ha habido ningún intento por parte de Kaia de contactarlo, lo que le da cierta tranquilidad. Las novedades que recibe sobre ella son mínimas, apenas lo suficiente para saber que no ha salido de Atenas. Lo que ella esté haciendo, siempre y cuando no esté relacionado con su hermano, a él no le importa, o, por lo menos, es de eso que se quiere convencer.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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