La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 30. LA PROMETIDA DE MI HERMANO

LA PROMETIDA DE MI HERMANO

«Juzgar sin conocer es como disparar una flecha en la oscuridad: puede herir a alguien inocente y dejar una herida que, talvez nunca cicatrizará».

Serkan, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, llega a la mansión Makris después del mediodía, mucho más tarde de lo que había planeado. El viaje ha sido un desastre desde el principio. Un retraso en el vuelo, debido a restricciones aéreas de última hora, lo sacó de quicio.

Durante todo el trayecto, desde el aeropuerto hasta la mansión, estuvo sumido en un torbellino de pensamientos y emociones turbulentas. Al llegar a la mansión le resulta extraño no encontrar ningún auto aparcado en la entrada, ni decoraciones especiales; no hay señales de invitados, ni rastro de su familia. Solo están los empleados, que continúan con sus tareas cotidianas.

¿Dónde están los invitados?

¿Dónde está su familia? ¿Los novios?

Esperaba encontrar el bullicio y alboroto previo a una boda. Se dirige a uno de los jardineros que poda un seto meticulosamente.

—Buenas tardes, Ezio, ¿dónde está todo el mundo? —pregunta sin preámbulos. Su tono suena más brusco de lo que pretendía, reflejando el mal humor que arrastra desde la noche anterior o quizás desde dos meses atrás.

El jardinero levanta la vista, sorprendido por la presencia de Serkan. Se quita los guantes y los guarda en el delantal antes de responder, un tanto nervioso ante la mirada intensa de su patrón.

—Buenas tardes, señor Makris —contesta con respeto—. Todos se fueron muy temprano hacia Mykonos. Allí se celebra la boda del señor Corban.

El corazón de Serkan da un vuelco, mientras su mente procesa la información. Echa un vistazo a su reloj. Falta menos de dos horas para la ceremonia. Maldice en voz baja.

No puede permitirse desperdiciar más tiempo. Camina a grandes zancadas hasta el estudio de la mansión, al mismo tiempo que su mente busca soluciones a una velocidad vertiginosa.

—El yate familiar está en Mykonos —le informa uno de los empleados del puerto; sin embargo, eso no lo detiene. Es cierto, se le complica mucho más llegar a la isla, pero, no va a quedarse de brazos cruzados.

—Consígame ahora mismo un yate, una lancha o cualquier vehículo que me lleve a la isla lo más rápido posible —le ordena al empleado, quien se encarga, en cuestión de minutos, de alquilar un pequeño yate, el único disponible a esa hora.

La impaciencia lo consume, la sensación de que el tiempo se le agota le oprime el pecho como una roca gigante.

A medida que el yate se dirige al suroeste, rumbo a Mykonos, y las olas rompen suavemente contra el casco, Serkan no deja de preguntarse por qué demonios todo ha salido mal. Se suponía que tenía todo bajo control, que había anticipado cada movimiento, cada jugada. Pero en ese momento, siente que todo se le escapa como arena entre los dedos.

No comprende cómo Kaia pudo eludir a sus investigadores. Se suponía que la vigilan de cerca, que la han tenido controlada, que de ninguna manera podría haberse encontrado con Corban a menos que él lo supiera.

Pero, evidentemente, no fue así. De alguna forma, logró mantenerse en contacto con Corban y seguir adelante con los planes de boda. ¿Habían organizado todo por teléfono? Es la única respuesta posible, y se maldice por no haberlo considerado antes.

¡Estúpido! Se recrimina por su error de juicio. Subestimó a Kaia, pensando que ella y Corban tendrían que reunirse en persona para seguir con su relación amorosa y concretar los detalles de la boda. Pero ella fue lo suficientemente astuta como para jugar sus cartas a la perfección, sin que él lo supiera, burlándose de él.

Sin embargo, todo eso ya no importa. Lo único relevante es llegar antes de que su hermano cometa el mayor error de su vida. Siente la rabia, los celos y la impotencia bullir dentro de él. No puede permitir que Corban se ate a esa mujer que, él está convencido, solo le traerá sufrimiento.

El viento helado azota su rostro mientras el yate avanza, surcando las aguas del Egeo. La furia hierve en sus venas al recordar cómo amenazó a Kaia, confiando en que con eso sería suficiente para mantenerla alejada de su hermano.

«Debí contarle todo a Corban», se repite. «Debí decirle lo que pasó». Pero esta vez, no fallará. Está decidido a impedir esa boda, cueste lo que cueste. Aunque destroce a su hermano, pero será un dolor pasajero comparado con el sufrimiento que le espera si se casa con ella.

Mykonos aparece en el horizonte, la isla blanca resplandece bajo el sol. La mandíbula de Serkan se tensa mucho más, consciente de que el tiempo se le agota.

—Acelere —le ordena al conductor.

No permitirá que esa cazafortunas arruine la vida de su hermano, no mientras él pueda evitarlo.

Serkan salta del yate tan pronto como atraca en la pequeña bahía de Mykonos. Su corazón late con fuerza, acompañado con la urgencia que lo impulsa hacia la iglesia de Panagia Paraportiani. El tiempo corre en su contra; cada segundo es vital y cada paso lo acerca más a lo que podría ser la ruina de su hermano.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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