La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 31. TENEMOS QUE HABLAR

TENEMOS QUE HABLAR

«El tiempo no siempre cura las heridas, algunas veces, las hace más profundas».

Kaia camina hacia el altar. Frente a ella, Ghania respira profundo, tratando de mantener la calma en medio de la emoción que la embarga. Al llegar, Corban la recibe con una cálida sonrisa, y una expresión radiante en el rostro. La felicidad del novio es evidente, irradia desde él con intensidad.

—Lo sabía —dice Corban con voz suave, tomando las manos de su futura esposa con ternura—. Sabía que lo lograrías.

Las palabras de Corban disipan cualquier duda en el corazón de Ghania. Ella sonríe emocionada, sus ojos brillan por las lágrimas que amenazan con salir. Sus manos tiemblan ligeramente mientras sostiene el ramo, y Corban la mira con una ternura infinita.

Leónidas Makris observa la escena con evidente satisfacción. Comparte la felicidad de su hijo, convencido de que esta vez no se ha equivocado. La muchachita le parece dulce y encantadora, y aunque han compartido poco tiempo, es indudable que ama a su hijo menor. Eso es suficiente para que Leónidas la reciba con cariño y afecto en su seno familiar. Al percatarse de la presencia de su hijo mayor, una amplia sonrisa ilumina su rostro, y sin pensarlo dos veces, se aproxima a Serkan.

—¡Serkan! —exclama Leónidas, extendiendo los brazos para un abrazo efusivo—. ¡Qué alegría verte aquí! Sabía que no faltarías a la ceremonia de tu hermano. Este es un día especial para todos nosotros.

Serkan sonríe en forma automática, por instinto, y responde al abrazo de su padre sin poder apartar sus ojos de la hermosa rubia que hasta ahora no le ha dirigido la primera mirada.

Aún no se repone de la sorpresa que lo ha dejado atónito, incapaz de procesar lo que tiene frente a él. Sus ojos van de una hermana a la otra, y apenas puede comprender lo que ve.

—No es Kaia —se repite una y otra vez—. No es Kaia.

Su rostro es una piedra, su actitud mesurada, pero por dentro, es un hervidero de emociones. La confusión, la culpa y el desconcierto se mezclan en su interior, formando un torbellino que amenaza con consumirlo.

«¿Cómo pude equivocarme tanto?», se pregunta, sin poder entenderlo. «Pero, ¿cómo es posible?» «Todo indicaba que Kaia era la novia de mi hermano». Las respuestas parecen escaparse de su alcance, dejándolo sumido en un mar de confusión y remordimientos.

—Serkan, acércate —pide Corban—. Quiero que conozcas a la mujer que amo —dice con entusiasmo, radiante de alegría; ajeno a la tormenta interna de su hermano—. Te presento a Ghania Zikros.

Ghania sonríe amablemente y asiente con la cabeza.

—Es un gusto, Ghania —dice Serkan, dándole la mano con cortesía.

—Igualmente, Serkan —responde Ghania con gentileza.

—Y tienes que conocer a Kaia —añade Corban, volviéndose hacia la mujer que permanece al lado de Ghania. Le tiende la mano, y ella se la entrega con una dulce sonrisa que oprime el pecho de Serkan—. Es la hermana menor de Ghania.

Kaia asiente con un ligero y amable movimiento de cabeza, borrando de su rostro la sonrisa que, segundos antes, le había otorgado a Corban. No le ofrece la mano a Serkan, y él tampoco lo hace. Su expresión es tranquila, indiferente, como si fuese la primera vez que lo viera, y que, para ella, él fuese un extraño que apenas merece su atención.

Serkan, aún sumido en el impacto de la revelación, corresponde con un gesto similar, asintiendo de manera automática, incapaz de articular palabra. Cada fibra de su ser está tensa, como una cuerda a punto de romperse. Mientras que por fuera se muestra estoico, su interior es un caos.

La realidad de lo que ha pensado, las decisiones que ha tomado basándose en una suposición errónea, lo atormentan. Su mirada permanece fija en Kaia, intentando encontrar algún rastro de reconocimiento, de emoción, pero no hay nada. Kaia es una fortaleza impenetrable.

—Bueno, después continuaremos con las presentaciones —dispone Leónidas—. Tenemos una boda que celebrar.

Con el cuerpo rígido por la tensión, Serkan se sienta al lado de Eleni. Nota entonces, que Kaia se sienta al lado de Leónidas. En esa posición, no puede mirarla bien. De todas maneras, es mejor así, todavía no puede pensar con claridad.

El sacerdote carraspea y da comienzo la ceremonia.

Hace casi dos años, los caminos de Corban y Ghania se cruzaron durante una videoconferencia del programa de apoyo al que ambos asistían. Al principio, no sintieron ninguna atracción especial entre ellos; sus primeros intercambios fueron breves, formales, casi mecánicos. Eran simplemente compañeros de grupo, cada uno guardando sus heridas tras un escudo de cautela.

La vida les había enseñado a protegerse, a no abrirse fácilmente. Ghania, atrapada por la agorafobia y los fantasmas de su pasado, mantenía una coraza protectora. Corban, por su parte, llevaba sobre sus hombros el peso de una historia de pérdidas que lo había sumido en una profunda depresión.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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