La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 32. EN LA ETERNIDAD

EN LA ETERNIDAD

«La obsesión me arrastra a un abismo de deseos oscuros, donde la línea entre el amor y la locura se desvanece».

El humo del cigarrillo se mezcla con la brisa de la tarde, envolviendo en un aura enigmática la figura alta y fornida que observa con mirada calculadora a las personas que celebran y conversan desprevenidas. Los rayos del sol se cuelan entre las hojas de las palmeras, proyectando un juego de luces que lo hace pasar desapercibido a los ojos de quienes comparten en el lugar.

Él está ahí, mezclado entre los invitados, tan cerca de Kaia que podría extender la mano y tocarla, pero prefiere esperar. Su paciencia es tan gélida como su mirada, oculta tras unos lentes oscuros.

El murmullo de la recepción llena el aire con música suave y risas despreocupadas. En medio de la celebración, él la observa con una intensidad que podría atravesar las paredes. Sostiene un cigarrillo con firmeza y, tras una última bocanada, su corazón se agita de deseo, dominio y control; la voracidad de estas emociones solo las experimenta al verla a ella, a su Georgeanne.

Kaia está tan cerca, siente una conexión tan intensa con ella, que él puede casi sentir su respiración; observa cómo el leve susurro de su aliento parece sincronizarse con el ritmo constante de su corazón, cuyo latido se percibe en el suave movimiento de su pecho bajo el vestido.

Su fragancia llega hasta él, un aroma que lo embriaga y lo tienta a avanzar, a romper las barreras de la clandestinidad en la que se esconde. Sin embargo, se contiene, porque, aunque la urgencia de revelarse lo consume, sabe que aún no es el momento adecuado para hacerlo; la espera es parte de su juego, un preludio calculado al inevitable encuentro que ha estado planeando con precisión obsesiva.

Nadie sabe que él está ahí. Nadie sospecha que el hombre que oculta su rostro tras esos lentes es quien controla la situación, quien ha movido algunas piezas para llegar a este punto. Ni siquiera Kaia, con todo su ingenio y suspicacia, percibe lo cerca que está de encontrarse cara a cara con él.

Una sonrisa perversa casi se asoma en su rostro, aunque permanece oculta tras su hábil disfraz, disfrutando de la satisfacción de haber burlado con éxito el sistema de seguridad que se ha desplegado por toda la zona.

«Yo me anticipo a sus estúpidas y patéticas medidas. Siempre voy un paso por delante de todos», se jacta victorioso, con un regodeo malicioso, convencido de que nunca lo descubrirán ni mucho menos lograrán detenerlo.

La recepción de la boda de Ghania y Corban se desarrolla frente a él. Las risas y conversaciones de los pocos invitados forman una melodía de fondo, una felicidad que a él le resulta ajena, incluso repulsiva.

Sus ojos se afilan al posarse en Ghania, y una furia fría, contenida, se despierta en su interior. La contempla con desdén; para él, ella no significa nada, y, sin embargo, es suya, y lo que le pertenece debe regresar a él, cuando el momento sea adecuado.

Lo que lo impulsa no es amor ni una pizca de afecto por ella, sino una oscura, perversa y distorsionada convicción de que Ghania le pertenece, como si fuera un simple objeto que puede reclamar a su antojo, cuando le plazca. En su mente, ella no es más que una herramienta, una pieza en su juego, una extensión de su poder y voluntad, cuya vida está irremediablemente sujeta a sus deseos, atada a sus caprichos, como si se tratara de una propiedad que le ha sido asignada por un derecho incuestionable.

En su mente retorcida, ella no tiene voz, ni elección; es suya por completo, desde su sonrisa hasta sus lágrimas, y la idea de que pueda escapar de su control es tan intolerable como inconcebible. Su obsesión no conoce límites, y cualquier noción de compasión queda ahogada bajo la necesidad implacable de ejercer dominio sobre cada aspecto de su existencia, asegurándose de que nunca olvide quién tiene el poder absoluto sobre ella.

«No creas que la felicidad te durará mucho tiempo», murmura para sí mismo, en un susurro inaudible para los demás. «Estás ahí porque es necesario, pero cuando llegue el momento, volverás a mi lado».

Sin embargo, su mente no se entretiene en Ghania por mucho tiempo; es apenas un fugaz pensamiento antes de que su obsesión regrese a Kaia. A diferencia de su hermana, Kaia despierta en él un amor retorcido y desbordante, una pasión que va más allá de la cruda atracción, convirtiéndose en una fijación tan intensa que lo consume por completo.

Cada vez que sus ojos se posan en Kaia, su corazón comienza a latir con una rapidez frenética, casi dolorosa, como si cada latido fuera el tambor que marca el inicio de una brutal batalla interna. La tensión que lo invade es tan intensa que su piel, habitualmente fría y controlada, se eriza en un reflejo involuntario, como si una corriente eléctrica lo recorriera, evidenciando la fuerza arrolladora de las emociones que lo sacuden desde lo más profundo.

Es un oscuro fuego el que se enciende en sus entrañas, una llama que arde con un deseo insano y una obsesión perturbadora, que aviva una pasión tan retorcida que lo deja al borde de perder el control. Como si cada mirada a Kaia lo acercara más al abismo de su propia locura, del que sabe que no podrá escapar, pero al que se siente irremediablemente atraído.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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