La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 37. EL HOMBRE QUE ELLA CONOCIÓ

EL HOMBRE QUE ELLA CONOCIÓ

"Mis mentiras te construyeron un castillo de arena, y yo fui la marea que lo desmoronó. Quiero ser la mano que te ayude a levantar uno más fuerte, y que esta vez nada lo pueda destruir".

Horas más tarde, recostado en el sofá de cuero negro del apartamento de Xandro, Serkan bebe sin parar. Pero es el licor el que le infunde el valor necesario para contarle a su mejor amigo todo lo que sucedió entre Kaia y él.

—¿Ella era la bailarina que observabas aquella vez que nos reunimos en el casino? —pregunta Xandro con interés.

—Sí —confirma Serkan y tuerce los labios en una mueca amarga—. Me dejé llevar por mis prejuicios. Pensé que ella era como las demás mujeres que trabajan en mis casinos. Tú sabes bien cómo son.

Xandro toma un sorbo de su propio vaso, se inclina ligeramente hacia adelante. Conoce a Serkan lo suficiente como para saber cuándo darle espacio y cuándo intervenir.

—Ciertamente —dice con calma, dándole la razón—. Por lo general, las mujeres que trabajan en ese ambiente suelen llevar una vida bastante… agitada. Por lo menos, todas las que conocemos —aclara.

Serkan se pasa una mano por el rostro. Kaia no era como las demás, lo comprendió demasiado tarde.

—Con el tiempo, me di cuenta de que ella no era cómo yo pensaba. Kaia es inteligente, increíblemente encantadora... fascinante —admite, con la voz cargada de culpa—. La llevé a un restaurante italiano con toda la intención de deslumbrarla —ríe con amargura—, pero fue ella la que me deslumbró —toma un sorbo de su trago—. Cuando la escuché hablar en italiano, quedé fascinado. El resto de la noche ella, simplemente… me cautivó.

El dolor detrás de esas palabras lo hace cerrar los ojos por un instante, como si con eso pudiera revivir la sensación de estar sentado frente a ella, escuchando su risa, y su voz melodiosa. Luego, en la mesa de juego, cada conversación, cada mirada compartida, se convirtieron en recuerdos inolvidables.

—Me gustaba estar con ella, Xandro. No sé cuándo sucedió, pero llegó un punto en el que el simple hecho de estar a su lado, escucharla, verla, me hacía feliz —confiesa, y siente un peso en el pecho, como si llevara una losa sobre él.

Xandro lo observa con atención y lo escucha en silencio, permitiendo que saque todo lo que por dentro lo lastima.

—Me di cuenta entonces, de que no podía seguir jugando ese juego. No podía seguir viéndola, y saber que luego tendría que alejarme —vacía su vaso de un solo trago—. Así que, tomé la decisión de irme del país, poner distancia. Además, no quería interferir más en la relación de mi hermano —su voz se torna rasposa—. Por honor, por... respeto. Comprendí que alejarme era lo correcto —su pecho se oprime ligeramente al recordar aquella decisión.

—La noche antes de irme a Londres... salí con ella. No podía irme sin despedirme. No me arrepiento de haberla buscado. Fue la noche más maravillosa que había vivido hasta entonces. La más divertida, la más romántica... —Serkan cierra los ojos por un instante, sumido en la memoria de aquel paseo bajo la luz de una enorme luna plateada, rodeados por el bullicio de la plaza—. Al final, cuando la dejé en su edificio, nos besamos por primera vez.

La confesión sale en un susurro.

—Ese beso... ¡Dios! —cierra los ojos con fuerza, reviviendo aquella agradable e intensa sensación—. Xandro, esa mujer me puso el mundo de cabeza. Nunca había sentido algo así. Era como si... como si ella se hubiese metido bajo mi piel, en mi alma.

Serkan se sirve otro vaso, sus manos están cada vez más torpes por el efecto del alcohol.

—Al día siguiente me fui a Londres, dispuesto a alejarme para siempre, a dejar todo atrás. Pero entonces, fue ella quien llamó. Y me dijo cosas incoherentes, sin sentido.

—¿Qué te dijo? —pregunta, intrigado.

—Eran frases entrecortadas, pero entendí, en medio de ellas, que era libre, que podía ir por ella, que me estaba esperando. Y eso hice. Regresé por ella.

—¿Libre? —repite Xandro—. Si no tenía una relación con Corban, ¿entonces de qué era libre?

Serkan se encoge de hombros y toma otro trago.

—No lo sé. Supongo que, de los compromisos que tenía con su hermana, ahora que Corban estaba cubriendo sus gastos. Nunca me lo aclaró. Yo tampoco le pregunté. De hecho, ella nunca hablaba de su vida privada, y yo... pues, nunca insistí. Lo único que me importaba en ese momento era que yo estaba feliz y dichoso de tenerla nuevamente entre mis brazos, así que no quise saber nada más.

Xandro asiente, pensativo.

—¿Por qué pensaste que se refería a Corban?

—Ella siempre decía que tenía compromisos, responsabilidades y que por eso no podía estar conmigo, pero nunca fue clara. Yo solo supuse, solo asumí… no pregunté nada, todo lo daba por hecho. Vivía haciendo conjeturas, y ella tampoco me decía nada. Era muy reservada, cerrada en sus emociones y pensamientos. No es justificación, lo sé, pero nunca hubo una verdadera comunicación entre nosotros —reconoce con amargura—. Ninguno de los dos se abrió realmente. Ese fue nuestro mayor error. Yo vivía haciendo suposiciones, y ella, rodeada de secretos.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 26.09.2024

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