DÉJAME PROTEGERTE
«Construiré un castillo alrededor de tu corazón, donde ningún mal pueda entrar, y si los monstruos existen, yo seré el que los espante para que tú puedas dormir tranquila».
Serkan no puede apartar los ojos de la pantalla del ecógrafo, completamente fascinado por la imagen que tiene frente a él. Esa pequeña figura, que apenas parece una judía, es su hijo. Un torrente de emociones lo inunda, y por un instante, siente que el aire en la sala se vuelve insuficiente. Sorpresa, temor y una felicidad abrumadora lo recorren de pies a cabeza.
¿Cómo es posible que algo tan diminuto, tan frágil, despierte en él un instinto de protección tan feroz, irrefrenable, tan primitivo?
El mundo entero parece reducirse a esa pantalla y a esa pequeña vida que jamás imaginó tener en sus manos. Cierra los ojos por unos segundos, sintiendo cómo su pecho amenaza con estallar de la emoción.
Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado ese momento cuando Kaia, en su apartamento, se desvaneció en sus brazos. Revive en su mente el pánico de llevarla al hospital, las manchas de sangre que lo aterrorizaron, el miedo desgarrador de perderla. Esa imagen aún lo persigue, pero ahora, mientras observa la pantalla del ecógrafo, ese miedo se transforma. Lo reemplaza una felicidad tan inmensa que apenas puede contenerla.
Un niño. Su hijo. Con Kaia. Está ahí, dentro de ella, latiendo con fuerza.
—Es su hijo —les dice la doctora, señalando la pantalla—. Tiene un buen latido, así que está muy sano.
Las palabras lo sacuden y retumban en su mente: «su hijo». Las ha repetido muchas veces en su cabeza desde que supo que Kaia estaba embarazada, pero escucharlas de alguien hace que todo se sienta mucho más real.
La doctora teclea algo en su ordenador y la imagen se congela en la pantalla. Luego alarga la mano para tomar dos fotografías en blanco y negro que salen de la impresora.
—La primera fotografía de su bebé, una para cada uno —dice, y se las entrega—. Felicidades, papá y mamá.
«Papá». La palabra vibra en su pecho. Sujeta la foto con su corazón enloquecido, sintiendo que es lo más delicado y valioso que jamás ha tenido en sus manos. Es su hijo, su sangre, su futuro. Siente que el mundo entero cabe en esa pequeña imagen, y la idea de ser responsable de esa nueva vida lo llena de una determinación que nunca antes había experimentado.
Mira a Kaia, quien contempla la imagen en silencio, con la respiración algo agitada. Serkan nota que sus ojos se humedecen por la emoción de ver a su bebé por primera vez. Algo en ella se suaviza, y en ese instante, él se siente aún más unido a ella.
—¿Lo habías visto antes? —le pregunta Serkan, con la voz repleta de emoción, mientras sus ojos buscan los de Kaia, ansioso por compartir con ella ese momento.
Kaia niega con un pequeño movimiento de cabeza.
—No —responde, con la voz ahogada—. La primera ecografía la tengo programada para cuando cumpla los tres meses.
—Todo está muy bien, papá y mamá. Ahora deben cuidar mucho a su bebé, y la mamita debe cuidarse también —les recuerda la doctora—. Ya les di las indicaciones sobre los cuidados y la alimentación. —Serkan y Kaia asienten atentos—. Si todo sigue bien, como hasta el momento, les daré el alta por la tarde.
Serkan siente un alivio profundo al saber que su hijo, a pesar de las amenazas y los peligros que los rodean, se aferra a la vida. No puede evitar sonreír. La doctora se despide con una sonrisa amable y sale de la habitación, dejándolos solos.
—¿Por qué asumes que el bebé es tuyo? —pregunta Kaia mirándolo fijamente.
Ella está conmovida de una manera que no esperaba. La seguridad con la que Serkan ha asumido que el bebé es suyo, sin dudas, titubeos ni reproches, la ha desarmado un poco. Nunca pensó que él, después de todo lo que sucedió entre ellos, tomaría el control de la situación con tal firmeza, y aceptaría la responsabilidad de ser padre sin siquiera cuestionarlo. Y aunque el dolor por lo que le hizo aún persiste, la faceta protectora que ahora muestra la llena de emoción y confusión, e incluso admiración, en la misma medida.
Es difícil reconciliar al hombre que una vez le rompió el corazón con este Serkan decidido, no solo a cuidarla, sino también a proteger al hijo que crece dentro de ella.
—Porque es nuestro —contesta él, con total seguridad—. Simplemente, lo sé.
—¿Por qué lo sabes? —insiste, buscando alguna certeza más allá de la mera convicción.
Él se inclina hacia ella, apoya las manos en la cama, y sus rostros quedan a pocos centímetros.
—Soy el único hombre con el que has hecho el amor —susurra cerca de sus labios.
El cuerpo de Kaia reacciona de una manera absurda e involuntaria. Sus ojos no pueden dejar de mirarse y sus respiraciones ligeramente agitadas se mezclan de manera tentadora, casi peligrosa.
—¿Cómo puedes estar seguro? —trata de mantenerse firme, mostrarse altiva, desafiante para no permitir que todo aquello que está sintiendo la haga flaquear.
Editado: 14.11.2024