La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 43. GEORGEANNE NO ES DEMET

GEORGEANNE NO ES DEMET

"Su deseo es un eco que reverbera en el vacío, un fuego sutil que arde en las entrañas, consumiendo todo a su paso en su búsqueda incesante por lo inalcanzable".

Kadir camina de un lado a otro, una y otra vez, como un animal enjaulado. Su andar es errático, desesperado. La habitación en la que se encuentra, a simple vista, es agradable.

La luz del sol se filtra a través de los grandes ventanales, la brisa apenas mueve las cortinas blancas que cuelgan de ellos. Hay una cama amplia que domina el centro, con su ropa de cama perfectamente ordenada sobre una de las almohadas, y que él no la ha tocado en todos esos días.

Las paredes, pintadas en tonos claros, le dan al espacio una atmósfera serena. A un costado, un lujoso baño, con lo suficiente para cubrir las necesidades básicas: un espejo impecable, toallas perfectamente dobladas, agua caliente y fría a su disposición. Todo en orden, brilla con una limpieza impecable.

Pero nada en este lugar puede calmar su furia o la sensación de opresión que lo ahoga. El frío metal del grillete alrededor de su tobillo que lo mantiene prisionero en una pequeña parte de la habitación demuestra que aquella no es más que una celda disfrazada de comodidad.

Solo puede avanzar unos pasos antes de que la cadena, gruesa y pesada, se tense, impidiendo cualquier intento de escape. Está anclada firmemente a la pared y limita su movimiento a una pequeña parte de la habitación. No puede llegar la puerta, y no muy cerca de los ventanales. Apenas puede moverse más allá de la cama y un par de metros más.

Sus manos, temblorosas por la frustración acumulada, alcanzan la cadena, la tiran, la sacuden, pero esta permanece firme, indestructible. Por más que intenta librarse, sigue encadenado.

Sus ojos, cansados por la falta de sueño, recorren las paredes. Se detiene frente a una de las repisas y observa, una vez más, las fotografías que sostienen. Muestran a una sola persona: Georgeanne. Su sobrina. Su sangre. A quien juró proteger. Las imágenes son actuales, capturadas en momentos de su día a día, como si alguien hubiera estado siguiéndola en silencio, inmortalizando cada uno de sus movimientos.

Otro cuadro en el centro de la habitación le provoca un nudo en la garganta cada vez que sus ojos recaen sobre él.

El cuadro domina el espacio, es grande, inmenso, de más de dos metros de altura. En él no está Georgeanne, aunque por un segundo Kadir había pensado que sí. No es su sobrina la que lo observa desde esa pintura.

Es una mujer hermosa, de larga cabellera rubia que cae en suaves ondas sobre sus hombros, y unos ojos azules que parecen perforar el alma. La primera vez que Kadir vio el retrato, el corazón le dio un vuelco. Aún ahora, después de días de estar encerrado en esa habitación, sigue sin poder asimilarlo.

Si no conociera a Aysel, estaría convencido de que esa mujer en el cuadro es la madre de Georgeanne. El parecido es aterrador. Las mismas facciones finas, los labios delicadamente curvados, el mismo tono de piel.

Pero no es ella. La mujer del retrato es varios años mayor, más madura. Como si Georgeanne hubiera envejecido de repente; pareciera que alguien hubiera pintado una versión futura de ella, y le hubiese dado otro nombre: Demet, el cual aparece escrito en una placa al final del cuadro. Ese nombre le eriza la piel. Lo escuchó una vez, hace ya mucho tiempo.

«No puede ser ella», Kadir sacude la cabeza, intentando despejar esa idea de su cabeza, pero el cuadro sigue ahí, imponente, llenando el espacio con su presencia inquietante.

¿Por qué él está él ahí? Se hace la misma pregunta mil veces más.

Nadie se lo ha dicho. Lleva días en este lugar, sin ninguna explicación, sin una sola palabra que le dé alguna pista clara de lo que está sucediendo. No recuerda mucho. Solo que, cuando estaba abordando su avión privado rumbo a Atenas, se sintió un poco mareado, al parecer se desmayó; y cuando despertó, ya estaba en esa habitación.

La comida se la trae una mujer anciana, silenciosa, que, al parecer, es sorda, muda o no entiende ningún idioma. Pero igual, él no necesita que le digan nada. Él lo presiente.

No tiene pruebas, pero tampoco las necesita. Kadir está convencido de que Volkan es quien lo ha retenido. Tiene que ser él. Nadie más tendría razones para hacer algo así, nadie más estaría tan obsesionado con Georgeanne y al mismo tiempo interesado en no dejarlo encontrarse con su sobrina.

—Maldito bastardo —murmura Kadir, con su voz cargada de odio mientras da otro tirón inútil a la cadena que lo retiene. El pecho le sube y baja con respiraciones pesadas.

Volkan siempre había sido problemático, pero nunca pensó que llegaría tan lejos. Nunca imaginó que se atrevería a algo así, tan retorcido.

El peso de la impotencia y la furia lo aplasta. Cada rincón de esta habitación, se está convirtiendo en una prisión tanto física como mental. No hay forma de salir de ahí y salvar a sus sobrinas. Lleva días prisionero, sin noticias del exterior, sin saber cuánto tiempo más lo tendrán secuestrado. Y cada segundo que pasa, el miedo por sus niñas crece. Kadir siente que está perdiendo el control, que el tiempo se le escapa, y que su propia cordura está en juego.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 14.11.2024

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