TENGO MIEDO DE PERDERTE
«En el laberinto de nuestras decisiones, donde las palabras no dichas resuenan en el silencio, mi corazón clama por tu regreso. Te buscaré en cada amanecer y en cada estrella fugaz, decidido a reconstruir el puente que nos une, hasta que tus ojos vuelvan a encontrar en los míos la llama del amor que nunca debió apagarse».
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Kaia descansa cómodamente en el sofá, recostada en los mullidos cojines, mientras la luz suave de la luna se filtra a través de las cortinas y llena el salón con un resplandor sereno. Serkan está sentado a su lado. La conversación fluye tranquila, en una atmósfera cálida, íntima, que los envuelve en una sensación de comodidad placentera.
Serkan le cuenta los últimos detalles del gimnasio, los avances en los planes de expansión y cómo los empleados y alumnos han estado preguntando por ella, preocupados por su salud. Kaia lo escucha con una sonrisa sincera, sintiéndose reconfortada por el interés y la preocupación genuina de todos.
Cada comentario de Serkan la anima más, y piensa en visitar el gimnasio al día siguiente. Mientras él habla, las manos de ella descansan entrelazadas sobre su regazo, y de vez en cuando sus miradas se encuentran, llenas de un entendimiento mutuo que no necesita mucha explicación.
—Los empleados han estado preocupados por ti —comenta, con tono agradable—. Te extrañan. También los alumnos, algunos me han llamado, ya que quieren saber cómo estás.
—Me alegra mucho saber que todo va bien —responde, con una sonrisa más amplia—. Tal vez mañana me dé una vuelta por allá, quiero ver cómo van las cosas.
—Claro, cuando quieras —responde él, asintiendo de acuerdo—. Iremos, yo te llevo. Nada ha sido lo mismo sin ti. Eres parte fundamental de todo lo que se hace allí. Los planes de expansión han avanzado, pero te necesito a mi lado para que todo siga bien.
Kaia asiente, satisfecha por cómo las cosas siguen adelante. Saber que Serkan ha mantenido la agenda tal como lo habían planeado le reconforta.
Después de unos momentos de conversación amena, Kaia se levanta con intención de ir a la cocina.
—Es hora de la cena —anuncia ella con naturalidad—. Voy a preparar algo de comer —pero la tranquilidad del momento pronto se ve interrumpida por la preocupación de Serkan.
—Dime qué quieres comer y pediré que lo traigan.
Kaia sonríe divertida y niega con la cabeza.
—Claro que no. No es necesario —contradice mientras busca en el enorme refrigerador algunos ingredientes para cocinar algo rápido y saludable—. Esto servirá.
Saca lo que necesita para preparar unos emparedados.
—Kaia, no deberías hacer eso —insiste Serkan, acercándose.
Ella lo mira, confundida.
—¿Por qué no? No es nada complicado, o, ¿prefieres que te prepare otra cosa?
Serkan, más cerca ahora, toma los ingredientes de la mesa y los aleja de su alcance, negando con la cabeza. Su gesto, aunque cuidadoso, irrita a Kaia.
—Te lo dije, necesitas reposo. No quiero que te esfuerces.
—No me estoy esforzando, haré algo sencillo —responde ella, frustrada por la insistencia de Serkan. Su sobreprotección comienza a irritarla de verdad.
—Ya te dije que pediré algo a domicilio. Es lo mejor.
Serkan mantiene su tono calmado, pero esa serenidad solo aumenta el enfado de Kaia.
—¡No soy una niña a la que tengas que cuidar todo el tiempo! —exclama ella, alzando un poco la voz—. Si realmente quieres cuidarme, empieza por dejar que me haga cargo de mi alimentación. Sé perfectamente qué es lo mejor para mí y para nuestro bebé.
Serkan respira hondo, sus facciones se tornan tensas. No quiere ceder, no quiere permitir que haga algo que, a su juicio, podría ponerla en riesgo. Pero lo que no está viendo es lo frustrante que resulta para ella esa actitud sobreprotectora.
—Kaia, entiéndelo —su tono ahora es más firme—. No puedo permitir que hagas algo que pueda ponerte en peligro.
—¿Peligro? ¡Estoy bien! —exclama ella, levantando la mano como si necesitara enfatizar su punto—. Deja que me ocupe de mí misma. No soy una inútil.
—Kaia, no es eso, no…
—Escucha, Serkan —lo enfrenta decidida, con la mirada fija en él—. Si estas son tus condiciones para que yo siga en este lugar, ya mismo me largo de aquí —cruza los brazos, desafiante—. No voy a quedarme bajo estas reglas.
El silencio cae entre ambos como un manto pesado. Serkan la mira, con la mandíbula apretada, y de repente, su postura se desmorona, deja caer los brazos y los apoya sobre la encimera.
—Tengo miedo de perderte, Kaia —confiesa, sin dejar de mirarla. Su voz baja suena atormentada—. Tengo miedo de que algo malo les pase a ti y a nuestro bebé.
Se frota la frente con una mano, como si necesitara unos segundos para ordenar sus pensamientos.
Editado: 14.11.2024