«A veces, todo lo que necesitamos es volver a mirarnos a los ojos y recordar que nuestro amor es lo único que importa, y con eso, podemos empezar de nuevo sin miedo; porque en esa mirada se esconde un universo entero, un mundo donde solo nosotros existimos».
Serkan está en su escritorio, con la vista fija en los documentos esparcidos frente a él. La noche está en su punto más silencioso. Ha sido un día largo, y aunque sus ojos arden de cansancio, su mente sigue despierta, incapaz de encontrar el descanso que tanto necesita.
De repente, escucha un ruido suave proveniente de la cocina. Frunce el ceño, detiene su mano sobre el papel y escucha más atentamente. Debe ser Kaia. Se pone de pie de inmediato y sale de su habitación. Con el embarazo, cualquier ruido o movimiento a esas horas le preocupa. Además, Kaia es muy estricta con los horarios, si está despierta es porque algo anda mal.
Al llegar a la cocina, la encuentra allí, inclinada ligeramente contra el refrigerador abierto, buscando algo. La luz fría del electrodoméstico ilumina la silueta de Kaia, quien lleva un pantalón largo de pijama semiajustado a sus piernas y una camiseta básica, que revela la redondez de su vientre. No es más que una leve protuberancia que sobresale de su abdomen, señalando que el embarazo ha avanzado, aunque tiene poco más de dos meses.
Es la primera vez que la ve así. En los tres días que ella lleva en el apartamento, siempre ha ido vestida con pantalones de chándal y sudaderas holgadas de manga larga.
Serkan siente que le falta el aire.
La imagen lo atrapa. Se queda unos segundos, maravillado, observándola. Esa pequeña curva lo hipnotiza. Una sensación de infinito bienestar, amor y protección lo invade de pies a cabeza.
Quiere cruzar la cocina de un solo paso, envolverla en sus brazos y acariciar esa pancita que le parece la cosa más hermosa y encantadora que ha visto jamás. Pero en lugar de moverse, se queda parado, contemplándola en silencio, lleno de una ternura que apenas puede contener.
Kaia, al sentir una presencia a su espalda, se gira de golpe.
—¡Serkan! —exclama, sobresaltada, con una mano en el pecho—. Me asustaste. Pensé que ya estabas dormido.
—No, aún no. —Sonríe ligeramente, aunque no puede apartar la mirada de su vientre—. Estaba revisando unos papeles.
Da un paso hacia ella, acercándose con cuidado.
—¿Nunca duermes? —pregunta Kaia, intentando sonar casual, pero en su voz y en sus ojos hay un dejo de preocupación.
—No mucho —responde, más serio—. Hace tiempo que el sueño me cuesta.
No puede decirle que, desde aquella mañana en Croacia, cuando la dejó atrás, apenas logra dormir unas pocas horas.
—Recuerdo que dormías muy bien —dice ella, en voz baja, como si no estuviera segura de querer tocar ese tema.
La habitación parece detenerse por un instante cuando sus palabras llenan el aire. La nostalgia los invade. Serkan siente una ola de calor recorriéndole el cuerpo. Sonríe, casi con melancolía.
—Estabas tú a mi lado, eso ayudaba mucho —contesta él, su voz se torna pesarosa.
Al decirlo, sus ojos buscan los de ella. Kaia sostiene su mirada por un instante y el rubor se adueña de sus mejillas. El comentario la toca de una manera que no había previsto, despertando recuerdos que había tratado de mantener a raya.
—Aunque no siempre dormíamos en las noches —aclara él con una sonrisa traviesa.
Kaia baja la vista, siente cómo el calor en su rostro aumenta, y no puede evitar que una pequeña sonrisa asome en sus labios. Los recuerdos la invaden de golpe, esos momentos donde las risas y los susurros llenaban la oscuridad, donde el mundo entero desaparecía y solo existían ellos dos.
No siempre se trataba de momentos físicos, a veces solo eran conversaciones triviales o profundas, que creaban una fuerte conexión, un lazo invisible que se sentía imposible de romper.
—Tienes razón… —dice con su voz un poco más baja, tratando de ocultar lo que su expresión ya delata—. No siempre dormíamos en la noche.
Su corazón late con fuerza en su pecho mientras esas palabras salen de sus labios. Las noches que compartieron parecen regresar con una violencia inusitada. Puede casi sentir el calor de su piel contra la suya, los instantes en los que el sueño solo llegaba cuando el cansancio los vencía, mucho después de la medianoche.
—El sueño llegaba, casi siempre, en la madrugada —agrega Serkan, con un matiz de dulzura que provoca que el pecho de Kaia se apriete.
Ambos permanecen en silencio por un instante, perdidos en los recuerdos. Serkan puede ver en los ojos de Kaia que ella también está reviviendo esos momentos, aunque trate de esconderlo. La conexión que vivieron aún está ahí, viva, latiendo debajo de la superficie. Y por ese instante, la nostalgia no se siente dolorosa. Es un sentimiento cálido, agradable, que los cubre como un manto acogedor en medio de una noche fría.
Editado: 14.11.2024