«No importa cuántas veces nos hayamos caído, siempre te elegiría para levantarme y comenzar de nuevo, sabiendo que siempre estaremos donde pertenecemos: el uno al lado del otro».
A la mañana siguiente, Serkan entra en la cocina vestido con un traje impecable, listo para ir a la oficina. Su cabello aún está húmedo y la fragancia de su colonia se mezcla con el aroma tentador del café recién hecho.
Ahí encuentra a Kaia de pie frente al mesón, ya cambiada con su acostumbrada ropa deportiva; sin embargo, este día, una luz especial ilumina su rostro.
Serkan observa la escena frente a él. La cocina que antes era un lugar tan frío e impersonal, ahora se siente diferente con ella allí. Su sola presencia transforma el espacio, llenándolo de calidez y de una sensación hogareña que jamás imaginó que podría extrañar, pero que ahora necesita desesperadamente.
Nunca pensó que algo tan cotidiano y sencillo como una mañana cualquiera, con un desayuno casero, podría traerle tanta paz. Con ella, se siente en casa, como si todo en su mundo estuviera finalmente en su lugar.
Ella se gira al escuchar sus pasos.
—Buenos días —lo saluda con dulzura y le dedica una sonrisa que a él le refresca el pecho.
—Buenos días —responde, sin poder evitar que sus ojos se queden en ella un momento más de lo necesario.
Kaia lo observa embelesada. Cada vez lo ve más guapo, más atractivo, más… deseable, casi irresistible. Hay algo en la forma en que él se mueve, en la confianza con la que ocupa el espacio, que hace latir el corazón de Kaia con fuerza.
«¡Malditas hormonas!», refunfuña para sí misma.
Sus pequeños detalles, su deseo de complacerla; sus gestos cotidianos, incluso, unas sencillas palabras, alimentan ese deseo que bulle con fuerza en su interior. Sus ojos azules, profundos y penetrantes, tienen un efecto devastador. Cada vez que su mirada se encuentra con la de Serkan, siente que algo dentro de su pecho se enciende. El deseo la recorre, lento pero firme, como una corriente que la invade, desatando sensaciones que la hacen temblar. Su piel se eriza, sus pensamientos se nublan, y el simple hecho de estar tan cerca de él la hace cuestionar el control que tanto se esfuerza por mantener.
Sonrojada por sus pensamientos, baja la mirada al desayuno que le está preparando.
—Te ves lista para salir —comenta mientras se sienta en la silla frente a ella.
—Lo estoy. De hecho, quería pedirte el favor de llevarme al gimnasio —dice, sirviéndole una taza de café—. Hoy quiero llegar temprano y hacer algo de ejercicio.
—Claro, no hay problema —dice, tomando la taza que ella le ofrece—. Te hará bien. Y también al bebé. Pero, recuerda lo que tienes que hacer con respecto a nuestros planes.
—Sí, tranquilo. Lo sé.
Ella sonríe y le sirve el desayuno. Serkan observa cómo coloca con esmero unas enormes rodajas de piña en su plato, todas untadas generosamente con Nutella. No puede evitar arquear una ceja, divertido, pero a la vez algo desconcertado por la combinación. El gesto lo delata de inmediato.
—Deliciosas —dice ella, con una sonrisa traviesa y alza el plato al notar su reacción.
Serkan entrecierra los ojos, intentando disimular su desacuerdo.
—Seguro que sí —responde él, con el tono cargado de humor.
Kaia lo mira, claramente disfrutando del momento. Se muerde el labio con picardía.
—¿Quieres probar? —le pregunta, alzando las cejas mientras le ofrece una rodaja de piña cubierta de Nutella.
—No, gracias. Estoy bien así —responde él, levantando una mano en señal de rendición.
—Sí, me lo imaginaba. No podrías con tanto —lo reta.
Sus ojos se llenan de una chispa juguetona que a Serkan le encanta.
Él cruza los brazos sobre el pecho, fingiendo estar ofendido.
—¿Eso crees?
—Estoy segura —responde ella, sin dudarlo, con un destello provocativo en la mirada.
—Pruébame —la desafía con voz baja y tentadora.
Kaia toma un poco de la crema de chocolate con el dedo índice y se acerca a él, lentamente. La expresión divertida de Serkan disminuye, sustituida por una sorpresa que no puede disimular al entender lo que ella pretende.
Deja caer los brazos, dándole espacio para que ella se meta entre sus piernas y, con total calma, pase el dedo untado de chocolate por sus labios. El toque es lento, sensual, mientras esparce la crema con provocación. Al contacto, los labios de Serkan se entreabren involuntariamente y sus ojos se oscurecen mientras la observa fascinado.
—Prueba —susurra ella.
Serkan, sin apartar la vista de ella, pasa lentamente la lengua por sus labios, limpiando el chocolate.
—Es delicioso —dice él, en un tono bajo y profundo, dejando claro que no se refiere al chocolate.
Editado: 14.11.2024