Serkan estaciona el auto frente al gimnasio y echa un vistazo rápido al reloj. Sabe que el día será agotador; la última semana ha sido una pesadilla de problemas legales, demandas y misteriosos ataques cibernéticos que han dejado sus operaciones en una situación de extrema vulnerabilidad. Pero, aun así, respira profundo y se gira hacia Kaia con una expresión serena, intentando no reflejar la inquietud que le carcome.
—Vendré a recogerte en la tarde —le avisa, observándola mientras ella ajusta su mochila.
Kaia le sostiene la mirada y ladea un poco la cabeza, como evaluándolo.
—¿Almorzaremos juntos? —le pregunta con esa familiaridad que él tanto disfruta.
Él suspira, sintiendo una punzada de pesar por tener que decir que no.
—No puedo. Tengo una junta importante… más bien, una crisis importante —admite, y en su tono se filtra un leve fastidio.
Ella lo observa con curiosidad y un dejo de preocupación. Rápidamente se da cuenta de que la situación es peor de lo que él quiere admitir.
—Tengo algunos problemas legales que atender —cuenta con calma para no transmitirle a Kaia la magnitud real de sus preocupaciones—. Nos han levantado varias denuncias que ponen en riesgo las licencias de los casinos, los permisos de operación también están siendo cuestionados y, como si eso fuera poco, varios ataques cibernéticos han comprometido el sistema de transacciones, provocando recelo y desconfianza entre los clientes de alto perfil. Súmale, que los gastos en seguridad se han disparado y, con ellos, la tensión en la junta directiva.
Kaia frunce el ceño, la preocupación se dibuja en su rostro y se queda en silencio un instante. Él ya le había comentado algo de esa la situación, pero no sabía que era tan delicada.
—Serkan, ambos sabemos que esa crisis es intencional y tiene nombre y apellido.
La mirada de él se ensombrece un instante, pero rápidamente vuelve a su expresión calmada.
—No tienes de qué preocuparte. Estoy encargándome de todo; él no logrará nada —dice con firmeza y en sus ojos se fortalece una promesa de protección.
Se inclina hacia ella y acaricia un poco su mejilla, intentando infundirle calma y le da un pequeño beso; es solo un gesto breve y dulce, que le provoca a ella una sonrisa en los labios. Kaia le atrapa la mano antes de que la retire y, sus ojos, buscan los de él.
—Ten cuidado, por favor —pide sintiéndose responsable de todo lo que está pasando.
Él asiente con una sonrisa serena, convencido de que, por ella, bien vale la pena enfrentar lo que sea.
—No olvides que ese malnacido todo el tiempo te está vigilando —le recuerda él—. Tú solo céntrate en la parte que te corresponde y te juro que pronto nos desharemos de él.
Kaia asiente de acuerdo y respira hondo, intentando reprimir la inquietud que crece en su pecho.
—Entonces, ¿te espero y cenamos juntos? —pregunta más tranquila.
—Por supuesto —contesta con cariño.
Kaia baja del auto. Él espera hasta que entre al gimnasio y sale de su vista. Mira por el espejo retrovisor y confirma que el maldito malnacido sigue estacionado en un punto discreto, a varios metros de la entrada, observándolos.
Marca el número de su jefe de seguridad.
—Tranquilo, señor Makris —le contesta del otro lado de la línea—. Todo está controlado. Tenemos al objetivo en la mira.
Solo entonces, Serkan arranca el motor y se dirige a su empresa.
Volkan toma una bocanada de su cigarro y la expulsa con violencia, su pecho bulle como un volcán a punto de estallar. Su mandíbula está apretada y sus manos, rígidas y tensas, aprietan el volante con tanta fuerza que parece que, en cualquier momento, lo puede arrancar. Respira con dificultad, intentando calmar la furia que le recorre cada fibra del cuerpo, pero no lo consigue.
«¡Ese puto Makris! ¡Maldito, hijo de puta!», gruñe entre dientes.
Ese infeliz ha alterado todos sus planes, ha alterado la paciencia que durante años Volkan ha cultivado como su mejor arma, como una herramienta de precisión. Siempre había tenido todo bajo control, cada movimiento, cada detalle, hasta que ese hombre se cruzó en su camino.
La rabia crece en su interior, inclemente, y, al imaginar a Serkan tocándola, abrazándola, presionándola contra su pecho, siente como si un hierro caliente se le clavara en el pecho.
«¡No debería ser así!».
Ella es suya, ha sido destinada solo para él. Cada parte de su vida, cada respiración que ha tomado desde que la vio, ha sido para planear ese momento en el que finalmente ella le pertenecería.
Sin embargo, Georgeanne insiste en despreciarlo, insiste en entregarse a otro. Y ese vientre levemente pronunciado es la infamia más grande contra él. Intentó destruir ese engendro despreciable, pero una vez más, ese cretino se interpuso y se la llevó con él, lo que hizo que todos sus planes se vinieran al piso.
Editado: 14.11.2024