EL GATO Y EL RATÓN
«La oscuridad acecha en cada esquina, incluso en los lugares que creemos más seguros».
✨ ESTAMBUL, TRES AÑOS ANTES ✨
Ha sido un largo, muy largo día.
Kaia arrastra los pies por el suelo mientras se dirige a su auto. Han sido unas largas y agotadoras horas, incluso más de lo habitual. Entre las clases en la universidad y las extenuantes sesiones de entrenamiento, su cuerpo está al límite, al borde de la rendición.
Falta poco para las competencias internacionales, y la entrenadora no les da tregua. Les está exigiendo el 200% de rendimiento, esfuerzo y preparación. Para Kaia, la presión es aún mayor. Lleva tres años consecutivos conquistando la medalla de oro en Artes aéreas, en sus especialidades: Lyra y Acrobacia en telas, por lo tanto, este año, la expectativa por mantener su invicto se triplica.
En verdad, está cansada.
Mientras se acomoda en el asiento del conductor, siente que las piernas y los brazos le pesan y la piel le cosquillea un poco por la irritación del roce constante con la tela. A pesar de todo, sonríe animada mientras conduce hacia su casa.
Sabe que todo ese esfuerzo y sacrificio valen la pena. Además de la gloria deportiva, necesita el dinero que le ofrece la marca patrocinadora a cambio de ser su imagen en los anuncios publicitarios de su ropa deportiva. Es una suma bastante considerable que le permitirá alcanzar su mayor anhelo: la libertad para ella y su hermana.
Este es su principal incentivo, el motor que la impulsa a seguir adelante. La imagen de su hermana, con sus ojos llenos siempre de esperanza y una sonrisa tan dulce que podría iluminar el día más sombrío, es lo que la mantiene firme.
La exigencia es alta, pero está dispuesta a darlo todo de ella. Sabe que tiene el talento y la determinación para lograrlo. Sin embargo, para obtener el contrato, primero tiene que ganar esa medalla.
Inhala profundo y se deja llevar por la melodía pegadiza de la canción pop que suena en la radio del auto. Por un momento, permite que la música ahogue sus preocupaciones, brindándole un respiro fugaz.
Minutos después, llega a la mansión. Pareciera como si en esos momentos, la noche en esa zona de la ciudad, se cubriera con un manto negro, sin luna y sin estrellas. Siente que la edificación se alza ante ella, imponente y oscura, como la sombra de un gigante intimidante. Un nudo de desazón se le forma en el estómago mientras aprieta el volante con fuerza.
Presiona el mando a distancia del auto para abrir la reja de entrada, pero este no responde. Toca la bocina repetidamente, esperando que el portero le dé el acceso. Sin embargo, después de varios intentos, no recibe ninguna respuesta.
«Qué extraño. ¿Dónde está el señor Lamprou?», se pregunta Kaia con una tenue inquietud creciendo en su interior. «¿Por qué no responde?».
Sale del auto, la brisa nocturna le eriza la piel y un escalofrío recorre su espalda. Mira a su alrededor, buscando algún indicio de movimiento, pero todo está sumido en un lúgubre silencio. La noche parece más oscura de lo habitual, como si la oscuridad misma estuviera conspirando para ocultar algo.
Ella misma acciona la clave de acceso en el panel junto a la reja de hierro. El enorme enrejado se desliza automáticamente con un chirrido metálico que resuena como un lamento siniestro.
«Esto suena espeluznante», bromea para sí misma, intentando calmar sus nervios. «Definitivamente, debo recordarle al señor Lamprou que engrase y le haga mantenimiento a esta puerta».
Mira hacia la cabina donde debería hallarse el portero, pero se encuentra vacía. Mucho más inquieta, regresa al auto y conduce el largo camino que serpentea hacia el interior de la enorme propiedad.
Un desagradable escalofrío recorre su espina dorsal cuando llega a la entrada de la imponente casa. Todo está a oscuras, en el más aterrador silencio. Es muy raro, por lo general, su hermana a esa hora suele tener todas las luces encendidas, ya que le teme a la oscuridad. Además, deberían escucharse los altavoces a todo volumen como a ella le gusta, con las canciones de esos chicos coreanos que Kaia no termina de identificar, pues todos le parecen iguales.
«¿Y la servidumbre?… ¿Dónde están todos los empleados?».
La falta de vida en la casa le preocupa. Definitivamente, algo no está bien. El silencio es opresivo, roto solo por el eco de sus propios pasos. Las sombras se apoderan de cada rincón, ocultando los detalles del mobiliario y acentuando la sensación de desolación.
—¡Luces! —exclama Kaia y de inmediato se acciona el dispositivo, bañando la estancia en una fría luz artificial—. ¡Ya llegué! ¿Dónde estás? —llama a su hermana, pero no obtiene respuesta—. ¿Por qué está todo tan oscuro? ¿Dónde te has…?
—Bienvenida a casa, ratoncita.
Editado: 29.11.2024