Farid, Farid.
Seraphina tamborileaba con los dedos en sus piernas mientras observaba a su tío, sabía que estaría furioso pero jamás imaginó que tanto. El hombre paseaba de un lado a otro intentado refrenar su temperamento, era un momento de tensión, de incertidumbre, parecía como si él hubiera envejecido muchísimos años; ese era el resultado del estrés prolongado y ella tampoco había hecho nada como para tranquilizarlo.
Ryan, el mejor amigo de su padre adoptivo suspiró mirándola al fin con rostro demacrado. —¡Debías pasar desapercibida! ¿Cómo es posible que te expulsaran?
—Lo sé y lo lamento—murmuró, eran ciertas sus disculpas, cada segundo que transcurría caía en cuenta la realidad de lo que había hecho, era imposible poder salir indemne de aquella fatídica situación. —. Si sirve de consuelo…
El hombre alzó la mano interrumpiéndola. —Nada me consuela al saber que estás en peligro—espetó—, ¿crees que esto es un juego? ¡Te encontrarán y se llevarán todo por delante para vengarse! Y ni siquiera quiero pensar en tu expulsión de la escuela. Ahora tu futuro es más muy incierto. —Pasó sus manos temblorosas por su escaso cabello. Estaba agotado y preocupado desde que huyó del pueblo.
Sera suspiró. No podía negar aquello, tampoco fingir que tendrían algún tipo de esperanza. Seis meses antes un hombre irrumpió en el hospital donde sus padres trabajaban. Con arma en mano les amenazó para que le atendieran, ellos lo hicieron sin dudar y salvaron su vida, tres horas después fueron asesinados por los enemigos de aquel desconocido y desde allí empezó el suplicio de la hija de los Thorne. Ni siquiera pudo despedirse de sus padres quienes hicieron de todo por ella, porque se vio en la necesidad de escapar; no permitiría pasar de nuevo por alguna casa de acogida así fuese por poco tiempo.
Se mantuvo asistiendo a la escuela para poder graduarse y como si el destino quisiera burlarse de sus planes trabajaba medio tiempo en una de las cafeterías más frecuentadas por el descendiente directo del asesino de sus padres y quiso coquetear con ella. El interés de Viktor –así se llamaba aquel rufián– fue su desventaja, Sera quien nunca antes había sido violenta se descubrió a sí misma golpeando y noqueando a un hombre más alto y pesado, inclusive le robó una de sus armas disparándole en la pierna por equivocación. Bien, de acuerdo, no fue un ataque para nada accidental.
—Lo lamento —repitió.
—Lo sé. Debes irte de aquí pronto. Si tenemos algo de suerte... puede que se olviden de ti. —Ambos sabían que se estaba mintiendo a sí mismo, después de un ataque tan directo y descuidado como ese era imposible desviar su atención, su objetivo era ella. No se detendrían hasta desaparecerla de la faz de la tierra.
—Papá estaría muy agradecido contigo por ayudarme.
Él le tendió un sobre con dinero. —Siento no poder hacer más.
Abrazó al hombre como agradecimiento por haber sido su gran apoyo en ese tiempo, por hacerse cargo sin dudar y respetar toda la confianza depositada en él. Al principio fue muy duro para Sera adaptarse a la partida de sus padres adoptivos y con toda la adrenalina experimentada no tuvo grandes oportunidades de sentarse a llorar, pero cuando lo hizo fue una liberación completa. Siempre los extrañaría; habían sido gentiles, sabios y fuertes.
Entrada la noche observaba entre las cortinas la movilización de hombres frente al motel de cuarta donde se había registrado una hora antes. Los había subestimado, era cierto eso de que tenían brazos largos y contactos en todas partes, podría reconocer a unos matones en cuanto los veía y esos tenían la misión de desaparecerla. Consideró sus opciones, estaba demasiado alto para saltar, si gritaba seguramente nadie se arriesgaría para ayudarla y era lo mejor. Entonces, sólo quedaba esperar.
A exactamente diez años de aquel extraño acontecimiento aún no podía olvidar ciertos ojos violetas, expresión solemne y palabras decididas: «Si alguna vez quieres cobrar recita mi nombre dos veces en la oscuridad con el ferviente deseo de volvernos a encontrar». Realmente quería verlo, observar a la persona en la que seguramente se había convertido y sobre todo, deseaba a alguien dispuesto a salvarla de su insólita realidad. Incluso a los condenados a morir se les cumplía un último deseo, ¿no era cierto?
Oculta entre las sombras, ella susurró observando aún por la ventana. —Farid, Farid, ojalá pudieras devolverme el favor para salvar mi vida —recitó al silencio, o tal vez a la luna.
Pudo escuchar exactamente el momento que los asesinos ingresaron al lugar pegando gritos, tumbando cosas, seguramente maltratando al personal del motel. Ya no había escapatoria, la joven se dio la vuelta con un pesado suspiro y casi grita al ver a un joven vestido completamente de negro sentado cómodamente en una de las sillas de la habitación. Debo estar febril pensó ella. Es imposible que el joven frente a mí sea real. Tuvo que encender la luz para admirar mejor al desconocido, cuando lo hizo dio un respingo. Él no se movía en lo absoluto, de hecho, le observaba con fijeza, ni un pequeño pensamiento se filtró por ese rostro delgado y notable. Al menos, vería a alguien guapo antes de morir. Entonces sonrió. Sus ojos brillaron, extraños y… violetas. ¡¿Violetas?!
Contuvo la respiración mientras se acercaba a ella como si no escuchara el alboroto afuera: no prestó atención a los gritos ni a los pasos apresurados en esa dirección como si tuviera todo el tiempo del mundo. A pesar de los años y los nervios Sera reconoció esa cabellera rubia, rasgos afilados y ojos distintos. Era alto, mucho más que ella, así pues, al acercarse más tuvo que alzar la vista.
Editado: 24.12.2024