Un encantamiento
A las siete menos quince Sera posaba frente a la oficina del director; sabía perfectamente que sería sermoneada por la excursión del día y sus posibles consecuencias, ni por un segundo se le ocurrió decirle a Mildred que le guardara el secreto, no sería justo para ella. Estaba a punto de tocar cuando escuchó voces airadas detrás de la puerta.
—¡Robaron la corona y aquí estás tan tranquilo! —no reconoció esa voz.
—No lo estoy, pero tampoco tengo a quien señalar —Farid respondió con calma, lo cual significaba que tenía completo control de sí mismo o simplemente no le importaba tanto como decía. —. Él no estuvo cerca y lo sabes. Esto me molesta tanto como a ti. Pero si por un segundo cometes el error de enviar a tus hombres a buscarle será un desastre y seamos honestos, los índices de popularidad no están exactamente a tu favor.
—Por años me he estado aguantando, reprimiendo, mirando por encima del hombro y aumentando la seguridad en mi casa y oficina. Estoy cansado. ¡Soy un mandatario amedrentado! —Gritó.
—Lo aborrezco tanto como tú, Fausto. Pero no podemos permitirnos ser obtusos en este momento. ¿Quieres echarte encima a los sauces, mares, los dragones y las hadas? En la calle vitorean el robo de la corona porque tienen la esperanza de que Darek vuelva al trono. Debemos ser más inteligentes que él.
Cinco segundos pasaron antes de que el hombre, el presidente de aquel gobierno asesino hablara. —Quiero arruinarlo —confesó—, quiero dejarlo tan en evidencia que no les quede duda a los sauseanos de quién es en verdad.
—¿Y a quién quieres que vean?
Ella también anhelaba saber la respuesta.
—A un príncipe caído. Un chiquillo privilegiado que perdió todo, pero a su vez, es tan poderoso como para destruirme si no lo hago yo primero. Confió en ti, Farid, en tu sigilo y sabiduría. Has trabajado duramente a mi lado y me has aconsejado siempre, perdiste la vida que pudiste tener por su culpa. Espero que jamás lo olvides.
—No lo haré.
Sera se escondió detrás de un largo estandarte cuando escuchó pasos aproximarse a la salida. Tuvo mucha suerte de que el hombre no reparó en su presencia porque sus piernas eran plenamente visibles, esperó varios segundos para apartar la pesada tela y encontrarse a Farid frente a ella con los brazos cruzados.
Ella carraspeó. —¿Me mandaste a llamar?
Recibió un asentimiento por parte del hombre que entró al lugar. El sitio era enorme, muy impresionante y lleno de libros. El escritorio de caoba parecía tener cientos de años y la silla negra era imponente, claro, Farid era muy alto, debía estar en un lugar donde pudiese pasar largas horas y no incomodarse. Se sentó e hizo lo mismo frente a él.
El pelinegro extendió en el escritorio el mapa que había llevado a Sera al Risco de las embaucadoras ya estaba seco y fue un alivio, se lo había dejado al ama de llaves. Farid señaló con un dedo un punto que se movía una y otra vez en el mapa: cayendo. Suponía era ella.
—Te traje aquí para protegerte y en la primera oportunidad que tienes pones en riesgo tu vida. ¿Qué rayos, Sera? —cuestionó.
—No fue mi intención. No quería preocuparte, a nadie, en realidad. Me caí y fui salvada. Yo quería ver a las sirenas de lejos, en mi mundo son criaturas míticas, pero las cosas se torcieron un poco —explicó.
—Darek, el príncipe te salvó. —No era una pregunta sino una afirmación. —No es el favorito, ¿de acuerdo? Ya lo escuchaste —señaló hacia la puerta cerrada. —, tiene a al presidente en contra y extremadamente difícil de enfrentar.
Sera ladeó la cabeza. —¿Es tan peligroso en realidad?
—Es poderoso y fue agraviado. Se convirtió el alguien cerrado, no se puede confiar en él, te lo digo por experiencia. No me gustaría que salieras lastimada en sus juegos, tampoco que seas una moneda de cambio el día que necesite atacar; la corona no desapareció por casualidad, pero justo en ese momento él estaba contigo, no dije nada porque no quiero poner la atención del presidente en ti.
—Con todo lo que hizo para llegar al poder ¿Él sí es de confianza para ti?
Farid sonrió de medio lado, levantándose lentamente de su asiento para posarse frente a ella, sus manos se apoyaron en los brazos de su silla, encerrándola, no habían estado tan cerca antes y tragó grueso al ser consciente de su aroma masculino, de la barba rubia incipiente, además, por supuesto de cómo sus ojos se aclaraban.
—Tampoco confío en él —susurró, si no hubiera estado tan cerca ella no le habría oído. —Pero me conviene hacerle pensar que sí, es lo único que te voy a confesar.
Será se sentía embriagada con su presencia, su corazón latía desbocado y sus manos temblaban por el deseo ferviente de recorrer con sus dedos su rostro, era un sentimiento extraño, desconocido. Sí, le había parecido atractivo pero no tanto como para desear resquebrajar las barreras de la cortesía. Finalmente, era la tercera vez que le veía.
Se iba a alejar, estaba a punto de cortar esa exquisita conexión entre ellos, entonces musitó: —Puedo ayudarte. Quiero decir, me gustaría hacerlo, no tengo una estrategia establecida justo ahora, pero me gustaría apoyarte con eso. Si el príncipe es verdaderamente un peligro para este lugar y tú quieres salvarlo, podríamos pensar en algo. —El balbuceo salió de ella antes de que pudiera considerarlo siquiera.
Editado: 15.01.2025