Dama intocable
¿Cuánto tiempo podía tardar una persona en perder la consciencia? Aparentemente no tan rápido. Aunque había pateado frenéticamente la mano que la arrastraba e intentaba emerger de las profundidades, su lucha desesperada era en vano y lo supo al ver como aquella aterradora sirena sonreía con diversión, seguramente sería la cena más entretenida que la hembra tuviera alguna vez en la vida. Ella podía sentir como sus pulmones se estaban inundando cuando de pronto un estremecimiento sacudió todo, la criatura frente a ella desvió su atención con curiosidad, la castaña ni siquiera pudo hacer lo mismo porque estaba a punto de ahogarse; un brazo fuerte rodeó su cintura impulsándola hasta arriba. Un inesperado ímpetu la cubrió para obligarse a nadar, cuando por fin pudo salir del agua la joven tosió fuertemente llevándose las manos a la garganta.
Su cuerpo temblaba enteramente por el frío y el terror, nuevamente un brazo la rodeó y Sera soltó un grito desgarrador, empezó a golpear con fuerza ciega a aquella presencia quien seguramente intentaba hundirla de nuevo, sin siquiera darse cuenta empezó a llorar sin control. —¡No, no, no, por favor! —rogó desgarrada.
—Ya, Seraphina.
Sus palabras fueron como un bálsamo tranquilizador, ella abrió los ojos para encontrarse con los de color violeta del príncipe, al saberse salvada lloró aún más fuerte, solo que esta vez no le golpeó, se abalanzó hacia él para abrazarlo con nerviosismo. Ella nunca antes había abrazado a alguien de esa manera, pudo sentir como el cuerpo del hombre se tensó ante el contacto inesperado, no pensó mucho en ello porque simplemente estaba desecha. Con un suspiro él la envolvió avanzando hasta la orilla mientras escondía el rostro sollozante en su cuello.
—Es la segunda vez que interfieres, príncipe renuente, Tritón se enterará de esto —cantó la sirena estremeciendo con su voz oscura a la joven —. Ella es la protegida del director, no tuya.
Darek salió del agua con Sera entre sus brazos, sin detener su camino siseó. —Dile al dueño de los océanos y a los tuyos que también está bajo mi protección, no importa cuántas veces se sumerja, no deben tocarla —espetó con dureza.
—No es así como funciona y lo sabes, príncipe —insistió la sirena —. Debes darnos una buena razón.
Darek no aminoró el paso dejando atrás el risco. —Es mi dama intocable. —El sonido de un zambullido fue la única respuesta de la criatura. Él no prestó atención a las exhalaciones sorprendidas por su declaración y avanzó dentro del bosque con determinación.
Por su parte, a Sera le era imposible detener su llanto, él aún no la había dejado en el suelo y ella realmente no estaba segura de poder caminar en esas circunstancias. En menos de un minuto Darek la condujo a algo bastante parecido a una cabaña, era de color oscuro y parecía camuflarse entre los sauces antiguos. La puerta de madera se abrió sola dejándolos pasar, en menos de un segundo la estaba llevando por las escaleras, ¿escaleras? Era una cabaña. ¡Que tenía segundo piso! Ella pudo escuchar un maullido y después de eso las pisadas de Gato siguiéndolos.
Ingresaron a una habitación parecida a un cuarto de baño, y a tientas abrió la llave de una bañera para que empezara a llenarse de agua, ante ella se materializó una silla en la cual la depositó suavemente, luego se arrodilló. —Calma, ya estás a salvo —susurró para proceder a limpiarle las lágrimas. Pasaron largos segundos hasta que por fin pudo detenerse. —¿Mejor? —Preguntó el hombre con suavidad—. ¿Qué sucedió?
Sera se abrazó a sí misma. —No estoy segura.
—Intenta explicarlo así no lo estés.
Con los dientes castañeando relató aún sorprendida su travesía desde que encontró la canasta hasta lanzarse del risco, sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar la sorpresa, el miedo y terror. Conforme hablaba la mandíbula del hombre se contaría con fuerza, como si estuviera apretándola.
—Te dieron una pócima en las galletas, sabían que este collar —Lo tocó con la yema del dedo. —, no te protege de eso.
—Fui una tonta. —Se tapó el rostro con las manos temblorosas. —Eso me pasó por necia… cielos, Farid me advirtió que tuviera cuidado con las pócimas.
—¿Cómo podrías saberlo? Hasta hechiceros más experimentados han sido afectados por ellas. Esto es grave, quien envió esas galletas no estaba jugando en lo absoluto. ¿Quién puede desear acabar contigo, Seraphina?
Ella se destapó la cara. —No lo sé. Yo no he hecho nada a nadie. Oh, ni siquiera te he dado las gracias. —Lo abrazó de nuevo; fuerte, decidida y rápidamente. Él carraspeó alejándose. —Después de cómo te traté la última vez que nos vimos… muchas gracias.
—No fue nada.
Ella tomó una de las manos del hombre para ponerla sobre su pecho, ignoró la forma en la que él alzó las cejas sorprendido, sus ojos violetas lentamente se fueron tornando un poco más oscuros y cuando intentó apartar el toque ella no lo permitió presionando su otra palma. —¿Lo escuchas latir? Es gracias a ti —susurró con voz temblorosa refiriéndose a su corazón —. Ni el collar habría podido salvarme y tampoco nadie más aunque tuviera las mejores intenciones. Tú lo hiciste y haré cualquier cosa que me pidas para compensártelo.
—¿Cualquier cosa, dices? —indagó él con voz baja.
La castaña dejó ir su mano lentamente. —Sí, cualquiera.
Editado: 18.02.2025