La puerta del Destino (los Hijos de los Dioses #3)

13. Cambio de planes

A la mañana siguiente, cuando el sol apenas había asomado por encima de las montañas que se alzaban detrás de la casa, Ruth se despertó sintiéndose como si llevase una semana entera sin dormir. Observando el techo de color claro, se dio cuenta de que se ahogaba. Necesitaba salir.

Así que, tras levantarse sin hacer apenas ruido -algo que había aprendido durante su entrenamiento como Hija de Mercurio- y con cuidado de no despertar a la otra inquilina del dormitorio, abrió la doble hoja del armario y cogió una túnica larga de mangas holgadas de color marrón con ribetes verde lima. Acto seguido, se quitó el camisón, se la pasó por la cabeza, se calzó unos botines de piel marrón, se cubrió con una capa del mismo material y salió despacio al pasillo.

De puntillas, bajó las escaleras. No tenía ganas de desayunar y todavía era muy pronto para que todos los demás despertasen. Comería algo al volver, decidió; aunque, en ese preciso instante, su estómago parecía cerrado a cal y canto ante aquella posibilidad. Suspiró. Lo único que sabía a ciencia cierta era que necesitaba estar sola.

El hecho de saber que estaba en la mítica isla de Avalon -si no le habían mentido sus padres, claro- no la amedrentó lo más mínimo y, en cambio, en cuanto traspuso el umbral, cerró los ojos con deleite. Aquel lugar rebosaba de vida y aire puro. Ni siquiera la sierra de Madrid, estando alejada de la urbe contaminada, podía compararse a aquello.

Lentamente comenzó a caminar sobre la hierba cubierta de una ligerísima escarcha, en dirección al bosque. A su derecha se alzaba la montaña; a la izquierda, el terreno parecía ser más llano durante varios kilómetros, a partir de los cuales la isla parecía ondular en forma de suaves colinas. Ruth se detuvo, cerró de nuevo los ojos y se concentró. Cuando lo hizo, el olor a sal del mar llegó de inmediato a sus fosas nasales, lo que la obligó a abrir los párpados, algo sorprendida. Así que el mar sí estaba cerca. Después de todo, podía ser que sus padres hubiesen sido sinceros. Por una vez.

Sintiendo las lágrimas de rabia aflorar a sus ojos, la joven apretó el paso hasta internarse del todo entre los árboles. Aquella habilidad para detectar los olores que traía el aire a muchos metros de distancia nunca la había sorprendido. Simplemente pensaba que era una alumna aventajada. De ahí que se permitiese, la mayoría de las veces, desatender en las clases de los Elementos que conformaban su Casa. Pero aquello había terminado. Ahogando un sollozo, echó a trotar sobre el lecho de hojas caducas que cubría el suelo. Tratando, a propósito, de alejarse lo más posible de la casa.

Por suerte, al no haber sendero, una mezcla curiosa de robles, hayas, helechos y arbustos diversos la rodeó rápidamente por todas partes y, sin miedo alguno, Ruth continuó corriendo hasta que el terreno comenzó a ascender. Maldiciéndose por no conocer lo que había más arriba y así poder teletransportarse cómodamente, la muchacha emitió un hondo suspiro antes de emprender el ascenso, ya a un ritmo más pausado. Sin embargo, la visión que tenía desde lo alto de la colina la hizo olvidar, momentáneamente, todas sus preocupaciones.

El sol había aparecido ya por detrás de las montañas, pero viajaba bajo, cerca de la línea del horizonte. O al menos, sobrevolando aquel curioso muro de niebla que lo delimitaba por completo. Ruth sintió un escalofrío al caer en la cuenta: aquella extensión de agua salada... Era el Mar de la Niebla.

Unos cuantos kilómetros más allá de donde ella se encontraba, junto a la costa y en el extremo de la alargada cordillera bajo la que se asentaba la casa, se alzaba una ciudad enteramente de color rojo. Los rayos del sol hacían centellear los tejados de coral e iluminaron la silueta de un imponente castillo haciendo que pareciese una flor sangrante. Ruth apartó la vista enseguida de aquel espectáculo. No era agradable.

Sin embargo, tuvo que ponerse en guardia unos segundos después cuando escuchó crujir unas ramas tras su espalda. Su habilidad de Tierra, innata por otro lado, le daba ventaja a la hora de detectar aquellos fenómenos. Obligándose a respirar hondo, se limitó a incorporarse y mirar fijamente en la dirección de la que procedía aquel sonido, ahora más rítmico. Despacio, alzó una mano por detrás de su cuerpo, dispuesta a ejecutar un conjuro contra cualquier criatura que se atreviese a atacarla... Pero se relajó de golpe, a la vez que una mueca entre extrañada y gratamente sorprendida invadía su rostro, cuando comprobó de quién se trataba.

-Hola -saludó él con cierta timidez.

El sol de primera hora de la mañana hacía destellar su cabello claro a la vez que confería a sus ojos bicolores un atractivo impresionante que dejó a Ruth momentáneamente sin habla.

-Ahhh... Hola, Ronnie -le devolvió el saludo en cuanto consiguió recomponerse-. ¿Qué haces aquí tan temprano?

-Podría preguntarte lo mismo -bromeó él, aunque acto seguido se rascó un brazo con aire cohibido mientras evitaba mirarla a la cara-, aunque es verdad que... cuando me he despertado y he sentido que alguien faltaba, me he preocupado. Además, Irene me ha confirmado que tu cama estaba vacía así que...



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En el texto hay: adolescentes, cuatro elementos, magia

Editado: 24.05.2018

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