La puerta del Destino (los Hijos de los Dioses #3)

14. Dos a dos.

Cora observó cómo el sol se alzaba a través de la ventana mientras tarareaba distraídamente. Sentía el cuerpo torpe y los miembros pesados mientras recogía la ropa desperdigada por el dormitorio, pero sabía que solo era consecuencia de todo lo sucedido en los últimos dos días. Suspiró. ¿Cómo había podido torcerse tantísimo aquella situación?

Cuando Irene nació, al poco tiempo tanto Marco como ella se dieron cuenta de que no volvería a concebir. La pasión seguía ahí, hacían el amor casi más regularmente que cualquier otra pareja que conociesen... pero nunca hubo un segundo hijo. Sin embargo, el motivo no fue difícil de adivinar, al menos entre aquellos que sabían qué espíritus albergaban en su interior, y terminaron asumiéndolo como algo normal. Sus Elementos ya habían depositado su semilla, habían entrecruzado su poder y sus destinos y, mediante el amor de Marco y Cora -la mujer aún recordaba aquellos lejanos diecisiete años en los que cristalizó su primer beso, aunque no fuese hasta cinco años después cuando realmente comenzaron una verdadera relación- era como Irene había llegado al mundo.

En el caso de Sandra, sin embargo, había sido distinto. Cuando el conjuro de Vivianne falló, los poderes de Ruth volvieron de nuevo a sus padres y, por tanto, la posibilidad de volver a concebir había encontrado un nuevo depositario: Víctor.

Cora sacudió la cabeza con sentimientos encontrados. Apreciaba muchísimo al muchacho, y casi se podía decir que lo sentía como un sobrino realmente suyo. Pero no estaba segura de que lo que parecía tenerle reservado el destino fuese del todo justo. Principalmente porque involucraba a su propia hija, cuya ausencia de hermanos había convertido casi en un objeto precioso para sus padres. Pero lo que alguien como Cora no podía permitir -o al menos su interior se rebelaba ante aquella idea- era que Irene no tuviese derecho a elegir qué quería hacer con su vida en el futuro.

La canción sin palabras seguía saliendo de entre sus labios mientras se vestía con una amplia túnica corta de color rojo y unos pantalones ajustados. Sin embargo, una voz masculina se unió en ese momento a su tonada, y Cora comenzó a vocalizar junto a él:

...y somos polos opuestos

que se acercan y se alejan.

Todo falla, todo cae

en lo oscuro, si me dejas.

No me faltes, no me llores,

quédate siempre a mi lado.

Con el frío de mi invierno

y el calor de tu verano.

Conmovida, se volvió para depositar un suave beso sobre los labios de su marido. Aquella canción la había compuesto él para su veinticinco cumpleaños, había sido su regalo. Abrumada por aquel recuerdo tan intenso, Cora cerró los ojos con fuerza y se recostó contra el pecho de su marido. El cual enseguida percibió que algo no marchaba bien.

-¿Has descansado algo? -preguntó Marco entonces, solícito-. ¿Estás bien? ¿Qué te preocupa?

Parecía muy angustiado por ella. Como siempre. Sin embargo, a Cora no le gustaba mostrar debilidad, ni siquiera delante de Marco -a pesar de que sabía que podía hacerlo con total tranquilidad- por lo que se limitó a suspirar profundamente.

-Sabes bien qué me preocupa -replicó con cansancio y sin enfado alguno.

Marco asintió despacio, aunque Cora pudo intuir que aquel gesto no era del todo sincero. Sin embargo, antes de que pudiese decir nada, él agregó:

-Sabes que nunca estuve de acuerdo en que hiciéramos esto.

Cora cerró los ojos con fuerza, tragándose a duras penas el orgullo a la vez que notaba cómo él la abrazaba con más intensidad. Era increíble cómo en aquellos diecisiete años habían conseguido llegar a aquel grado de entendimiento sin palabras.

-¿Y qué querías hacer? -preguntó entonces la mujer con cierta acritud y conteniendo de nuevo las lágrimas que llevaba evitando derramar desde Yule-. ¿Ya no te acuerdas de lo que pasó?

-Cielo, claro que me acuerdo -Marco la besó en la sien con dulzura-. Pero, y siento ser tan sincero, sospechaba que esto podía pasar llegado el momento.

Cora inspiró hondo.

-Yo jamás pensé que Irene sería capaz de...

Se interrumpió al comprobar que estaba a punto de llorar otra vez y prefirió morderse los labios con fuerza.

-¿...de dejar de dirigirnos la palabra y tratarnos como si no nos conociese? -completó él entonces con hastío. A él también le estaba pasando factura aquella guerra fría con la muchacha, pero primero creía que tenían que asumir su parte de responsabilidad. Y decirle toda la verdad. Pero no sabía cuándo sería el momento-. Lo sé. Yo tampoco puedo soportar su rechazo, menos todavía sabiendo lo mucho que nos costó sacarla adelante.

Las últimas palabras fueron apenas un susurro agotado y Marco se vio obligado de golpe a sentarse en el borde de la cama. Estaba muy cansado. Sin embargo, no soltó a Cora en ningún momento y, cuando se dejó caer sobre el colchón, la acomodó sobre su rodilla derecha. Ella apoyó entonces la cabeza en su hombro.



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En el texto hay: adolescentes, cuatro elementos, magia

Editado: 24.05.2018

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