La realidad detrás de la fantasía

Enfrentando el mundo

La oscuridad

 

Dentro de un matrimonio lleno de pasión, pero falto de compatibilidad, nací yo. Mis padres eran personas totalmente diferentes entre sí. Mamá, una mujer superidealista, a la que le encantaba tener amistades, trabajar para hacer del mundo un lugar mejor, y papá, un hombre retraído, muy terrenal.

 

Las discusiones eran algo diario en mis días y eran muy pocos los momentos en que mi familia estaba bien, por lo que desarrollé una tendencia a perderme dentro de mí, esto me ganó el favor de algunos y el desprecio de otros.

 

Mi primer encuentro con la realidad fue cuando tenía dos años... Aprendí temprano a absorber el mundo a la distancia.

 

De pequeña, mis vivencias no gratas me llevaron a ser muy introvertida. aunque no me iba bien en la escuela poseía una imaginación frondosa, y en palabras de mi primera maestra, tenía un mundo interno muy rico. La verdad es que yo siempre tuve fantasías y sueños muy vívidos, muchos de ellos aún ahora, que estoy por cumplir medio siglo, todavía los recuerdo.

 

Me encantaba mirar el cielo, el Cinturón de Orión me llamaba, esperaba que llegara diciembre cuando se veía sobre nuestras cabezas. “Ahí está mi casa”, le decía yo a mi mamá que, por supuesto, no entendía nada. Ella podría haber pensado que yo estaba loca, pero no me lo decía, quizás ni me prestaba tanta atención como yo pensaba.

 

Recuerdo que cuando tenía ocho o quizás antes, mi mamá, que era aficionada a la lectura, buscaba libros en una biblioteca cercana a la escuela, traía siempre un libro para ella y otro para mí. Los que más me gustaban eran unos libros de fábulas chinas, además de las historias, tenían hermosas imágenes de criaturas fantásticas. En mi mente infantil, estos eran libros enormes, pero cuando los busqué ya siendo una adulta, me encontré con que eran pequeñitos y me sorprendí de como la mente de un niño puede distorsionar el tamaño de las cosas.

 

En mis últimos años de primaria empecé a escribir, amaba las tareas en las cuales debía relatar historias, estas nunca vieron la luz, pues el juicio siempre pesaba sobre mí y no me atrevía a ser vista. Odiaba que me felicitaran en público o que me hicieran pasar al frente o que me preguntaran lo que fuera, y encontrarme con todas las miradas dirigidas a mí. Estas cosas las sufría enormemente.

 

Todo de la escuela me parecía aburrido e innecesario, y me pesaba mucho, por lo que terminé mis estudios primarios a los ponchazos, como decimos acá, y con muy bajas notas.

 

***

 

El silencio

 

Mi primera lectura larga fue una novela romántica de ciencia ficción, estaba abandonada en casa de una vecina, y le faltaban las primeras hojas, por lo cual nunca supe el título ni el autor, pero me resultó tan fascinante que me quedó en la mente para siempre. Después de esto, vino Corín Tellado y luego las novelas románticas de Johana Lindsay, Jude Deveraux, Nora Roberts y otras tantas como ellas, que hacían que me desvelara aunque al día siguiente hubiera clases.

 

Ya para esa altura, iba sola a la biblioteca a buscar libros, siempre leí muy rápido, por lo que a veces uno por semana no era suficiente. Y no puedo dejar de mencionar la influencia que tuvieron en mí las películas fantásticas de los ochenta, como Laberinto, Willow, El cristal encantado, La historia interminable... Y después las de vampiros de los noventa, The lost boys, La hora del vampiro, Drácula, Entrevista con el vampiro… Cuyos libros también leí. Maravillas que me sumergieron en momentos inolvidables, sacándome de la caótica realidad en la que vivía.

 

A pesar de que mi anterior ciclo educativo fue de pésimo rendimiento, comencé la secundaria de manera diferente, allí todo fue mucho más fácil, encontré refugio en las amistades, y mi capacidad de absorber todo lo que oía, me sirvió para mejorar mi desempeño académico. Esta fue una etapa muy productiva para mí en la escritura, pues no paraba de inventar pequeñas historias. Incluso, con la ayuda de una amiga, pude terminar una historia larga.

 

Por supuesto, todos estos escritos terminaron en la basura, ya que mi ambiente familiar cada vez más turbulento no era nada favorecedor y mi necesidad de no estar presente me llevaba a salir constantemente, perdiéndome en amistades vanas y fiestas.

 

No puedo dejar pasar el eco persistente en contra de cualquier interés artístico que yo pudiera tener y que se estaba grabando a fuego en mi mente: "los escritores se mueren de hambre", "vas a terminar vendiendo artesanías en una plaza", "los artistas son todos drogadictos y…", dejo a tu libre imaginación el resto de los decretos con los que me estaban cargando. Que un niño escriba o dibuje es tierno, que lo haga un adolescente, está más o menos bien, pero de adulto no puede vivir de eso...

 

El año en que comencé la universidad sucedió mi tercer choque de realidad...




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