La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo III

Los nervios hacían sacudir sus entrañas como lo haría una lombriz a través de la tierra, el incómodo deseo de abrir las ventanas lo sofocaba, quería respirar. Jamás había sentido tal presión sobre él en un momento de expectación total, trillones de ojos apuntaron hacia él y cada oído cercano llegó a entender sus exigencias, aun cuando hubiera concluido, seguía la tan tóxica neblina del miedo atacándolo. Líneas y líneas de la plebe común, trabajadores poco interesantes, igual llegó a sentir su orgullo dependiendo de un hilo.

Una mano firme lo sostuvo antes de que pudiera quitar el seguro del cristal, Umbra, con su apretado corsé, llegó a tiempo antes de que cometiera una estupidez. Incluso con su fuerte agarre, la sirvienta mantuvo la sutileza y le convenció de detenerse, esas piedras ónices tentaban tanto a la confianza, lo suficiente como para que se conformara con un trago de agua. 

─ Gracias Umbra ─ dijo el príncipe Sirius, con la boca dentro del vaso ─. Cielos, eso fue intenso... 

─ Creo que fue... revelador y... muy inspirador ─ mencionó la general Akali, líder de su escolta. 

─ ¿De verdad lo cree? ¡Gracias! Es mi primera vez dando un discurso así ─ confesó, lanzando una sonrisa nerviosa lejos de los ojos de ella. 

─ Pues, creo que no estuvo tan mal... La verdad ¿Qué le inspiró a... tomar esa decisión tan inesperada? 

─ Pues... no fue mía del todo. De hecho, mi familia acostumbra a traerse una cabeza de alguien cada vez que hace un viaje. Mi padre lo hacía todo el tiempo, mi her... 

─ Pero eso durante batallas significativas, no tiene mucho sentido. 

─ La palabra del príncipe es ley, da igual ciertos parámetros comunes. 

Umbra había atacado con un venenoso tono de voz, hasta colocó sus manos sobre el regazo del príncipe a modo de, supuestamente, alejarlo. Esa mujer de apretadas prendas era todo un capricho, pensó la general, su piel de porcelana y su sonrisa burlona eran un fastidio, pero la mirada lanzada hacia ella durante esos segundos dentro del carruaje, le recordaron al ambicioso mirar de una bestia rabiosa. No una que matara por comida, sino una que lo hacía por puro antojo, hasta tragó saliva del miedo. 

─ Lo lamento mucho, su majestad ─ Akali aprovecho para hacer una reverencia sencilla aún estando sentada ─. No debí insultar a su palabra así. 

─ Está bien ─ carraspeó, dudoso ─. Creo que... debí controlarme un poco. 

─ No le haga caso, su majestad ─ acató Umbra ─, sólo ella no sabe cómo controlarse. 

─ La verdad, creo que la cabeza de un enemigo de la sociedad sería un regalo mucho más gratificante para cuando regrese a casa ─ Akali también respondió con una mirada filosa hacia Umbra, ya eran dos ─. Un... trabajador promedio de una mina no es algo muy impresionante. 

─ Pero general Akali, usted y la fuerza policial han mantenido la seguridad de la nación y esta ciudad por algunas décadas. No puedo darme el lujo de buscar un peligro para la sociedad cuando usted ya hace un buen trabajo. 

─ Entiendo, pero él es un trabajador prometedor de Hermanos de los Clavos, es joven, saludable, cuando muchos otros no lo son. Su ejecución sería una pérdida importante. 

─ ¿¡A usted qué le importa, general!? ─ explotó el príncipe, necesitaba aire, no tantas preguntas ─ ¡Es un plebeyo cualquiera, nadie lo va extrañar! ¡Usted no es el jefe Varmius para andar opinando! ¡Deje de reprochar! 

La general prefirió cerrar la boca antes de soltar un reclamo más, dejando caer su mirada hacia otro lado, esperando no dar lástima. Era indiscutible que sus intentos no sacarían nada del misterioso consciente del príncipe. 

─ Perdóneme mis feos modales, general... ando algo estresado, perdón ─ mientras él se quejaba por el agobio, Diago sufriría incomparable tortura afuera del carruaje, arrastrado por las calles de los pies hasta cualquier lugar desconocido para él, toda seguridad menospreciada y dependiendo del ritmo de los sementales caballos, y siendo víctima de los ojos y los resuellos de cada mercuriano que se encontrase en la calle, quienes fueron testigos de su llanto y gritos de agonía. 

Un poderoso par de golpes casi derriba la puerta de la casa adosada de los Le'Tod, Nathan no pudo evitar preguntar nervioso de quién se trataba. Lane dio señales de ser él, su hermano menor, más tranquilo, abrió con todo gusto la puerta de la casa, pero recibió algo muy diferente a los cariños al cabello a los que estaba acostumbrado. Su hermano mayor Lane, atónito, monótono en expresiones, apenas parecía una persona real, más bien un muñeco tétrico al cual le dibujaron una única y eterna cara en su cabeza: habría sido cómoda cualquier otra que no reflejase el auténtico terror, parecía que hubieran quebrado su espíritu. Emma bajó por la escalera desde el segundo piso, su madre la seguía por el mismo trayecto, y Lane no hizo más que correr hacia Diana y abrazarla, mientras que, ahogado en llanto, le decía todo lo que pasó en la mina carraspeando, de cómo su hermano se le escapó como un mosquito entre los dedos de un chico.

Esa misma noche, Lord Bones y su esposa deambulaban dentro de sus aposentos, una habitación llena de espacio que sólo era ocupada por su cama matrimonial, el espejo con mesa de cada uno y su armario personal, donde dejarían sus vestuarios habituales y aquellos que eran más formales reposarían sobre maniquíes a su tamaño. Margarita se iba quitando poco a poco las joyas con las cuales se había decorado durante el día, ya no traía puesto se apretado vestido, sino un pijama de mujer de algodón y colores primaverales; por otro lado, Lord Bones descansaba descamisado sobre su colchón, hasta toqueteando con su dedo gordo del pie al zorro disecado que traía en su mesa de noche, se aburría. 



#10362 en Fantasía
#14180 en Otros
#1773 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.