La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo V

Frío era el acero que rebanaba la carne, ensordecedores eran los gritos de orgullo y rojo sería el suelo para el final. Los guerreros rebeldes, tras el derrumbe de la Torre Oscura, comenzaron a perseguir a todo miembro de la Orden de la Cobra que restase en la ciudad: casas, edificios, mansiones, refugios, quedarían vacíos tras la rapta de sus dueños. Serían escoltados hacia puntos muy congeniados, los forzaron a avanzar, pero no llegaban a darles golpes o patadas. 

En esos sitios, los comandantes rebeldes los hicieron decidir, frente a cientos de pobladores no tatuados, entre dos opciones: ser parte del gran cambio, tanto a las Praderas como a Melow, manteniendo custodias, terrenos, empresas, negocios y demás; o, en caso de negarse, estaba la guillotina frente a todos aquellos que llegaron a humillar. Sus tatuajes no los salvarían de la justicia esa vez, varios dirían que sí a la primera opción, otros se mantuvieron fieles y empaparon las calles con la sangre que brotaba de sus cuellos rebanados. 

Akali Oarj, con su imponente uniforme, levantaría caminata entre muchas personas, siendo custodiada por varios guerreros a su voluntad. La gente se quedó callada con su llegada mientras subía en una tarima, otros llegaron a insultarla por ser de la Orden, pero sus palabras pasaron como simples mosquitos. Con un taconear escalofriante, llegaría hasta donde quiso. 

─ ¡Habitantes de la Morada de Mercurio! ¡Hoy llegó el día de la purga jamás antes vista en las Tierras de Mercurio! 

La gente respondió a ella con jadeos de confusión. 

─ ¡La Torre Oscura, corazón de la tiranía del virreinato, se desmoronó como la insignificancia que era ante la voluntad de los pradeños! 

Las personas volvieron a alarmarse. 

─ ¡Sus agradecimientos deben de recaer en los guerreros rebeldes! ─ levantó ambas manos hacia los combatientes que libraron la batalla a su lado. Hombres y mujeres, sobre todo hombres, se vestían de colores curiosos y pañoletas con la figura de un caballo, así como con bandas en la cabeza y brazaletes metálicos. 

─ ¡Ellos, a mi lado, combatieron hasta el final por la libertad de este país! ¡Por la libertad de su gente acá! ¡Merecen la gloria extrema! 

Esta vez, la ciudad se llenó de aplausos, los corazones de los guerreros, tanto los que lograron ver allí en la tarima como los que estaban alrededores, se calentaron con orgullo y honor. Justo como lo predicó su líder. 

─ ¡Pero esto no acaba aquí! ¡Todavía existe la maldad afuera de los muros! 

Sus palabras lograron congelarlos incluso peor a cómo lo haría la primera ventisca en la nación. 

─ ¡Sigue habiendo gobiernos, señores feudales, centros de guerra en todo el país de Las Praderas! ¡Si de verdad nuestra visión es real, debe ocupar todo! ¡Los pradeños merecen libertad y justicia por todo lo que se les ha hecho! 

Se empezó a inundar de murmullos y secretos alarmantes, no de gritos de amor y admiración. 

─ ¡La desgracia será purgada en todas partes! ─ aseguró, traicionando a su tatuaje ─ ¡Desde Amazonia hasta los hoyos de Ugüer! ¡Desde los lagos tártaros hasta el Lago del Oso! ¡Desde Cuernos del Toro hasta Puerta de Sangre! ¡La Orden saldrá de aquí y dejará de contaminar este país y a sus personas! 

Su discurso volvió a llamar a los gritos y a la fascinación. 

─ ¡Esta pelea es por los pradeños! ¡Por el futuro! ¡Por lo que les fue quitado y destruido! ¡La Orden se doblegará ante la fuerza y voluntad de aquellos a los que socavaron por todo un siglo! ¿¡No es así!? 

Jamás llegó a escuchar tanta afirmación junta como ese día. 

─ ¡Muerte a la Orden de la Cobra! ¡Libertad a los Pradeños! 

Lo que nadie pudo ignorar fueron las monumentales banderas que ondeaban sobre todo el mundo, y abanicaban poderosamente hacia la gente: se hilaba en ellas la silueta de La Yegua de Guerra, el símbolo tradicional de la cultura pradeña. Ese precioso animal fue quemado, desteñido, embarrado y ensuciado, ahora, renacería entre las llamas flameantes de la revolución. 

Akali regresó a desfilar entre las personas allí presentes, la gente sólo se le ocurrió alabarla y aclamar por lo espectacular que fue. Sin embargo, unos darían aplausos más bien leves y lentos, tantos actos despampanantes y Diago todavía no lo asimilaba: la general Akali traicionó a la Orden de la Cobra, convirtiéndose en la líder de una revolución, guerreros de indumentaria espectacular y alusiva a la valentía, Lane siendo un asesino, una mujer de la Orden salvándolo, un hombre bien vestido apuñalándose a sí mismo por su “honor”. Todo estaba yendo demasiado rápido y ni siquiera se había terminado el día. 

La noche se llenó de sonrisas, música y fiesta. Todas las personas de la capital salieron a las calles a realizar verbenas frente a sus casas o alrededor de las plazas: eran cenas comunes al aire libre, donde todos los vecinos se servían el mejor platillo que se les ocurriese. Era un día especial, finalmente era la fecha en la que podrían considerarse libres. La Morada de Mercurio regresó a tener el antiguo espíritu pradeño que llevaba años dormido. 

Diago aprovechó para comer una tortilla rellena de guisado de pescado, uno de sus favoritos. Su madre no ofreció mucho, después del basurero que se hizo en su casa al estar Lane defendiéndola, no tenía ganas de atraer mucha gente; pero sí atrajo bastante atención, incluso sin desearlo, todos sus conocidos les felicitaban por tener a Lane como familiar. Fue como ver un león oscuro acabando con otros depredadores sin problemas. 

No lo vieron por un buen rato, tuvieron que caminar un buen trecho. Nathan tenía un vicio con cada buñuelo azucarado que viera sirviéndose, Emma era el mismo caso que su gemelo, pero con las brochetas de carne; su madre se suponía que fuese el ejemplo, pero terminó matándose a huevos endiablados. Finalmente, entre los túmulos de gente, lograron percibirlo a la distancia. 



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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