La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XII

Con sus dientes rechistando y descamisado, Blueson afilaba sus espadas minuciosamente, pero la realidad era que ése era su escape ante la brutal cólera que hacía hervir su sangre. Perder a los hermanos de sus mayores enemigos, la base de su mayor cuartada, saqueada y robada como simple dinero. ¿Un único soldado rebelde se llevó a dos niños de catorce años y nadie vio nada? Si pudiera decapitarlos a todos lo haría. 

Mientras tanto, los líderes militares de Amazonia y Lagos Tártaros escuchaban cómo maldecía su colega del Ejército de Erradicación proveniente de las Montañas del Norte: Bulliev Dush’Po y Brinden Kizzvex, hombres ya madurados y viejos, a excepción del segundo cuyos hombros eran amplios y gruesos; compartían el color trigueño y traían sus tatuajes en diferentes partes de la garganta cada uno. 

─ Si me entero de que hay alguien escuchándome cómo maldigo, juro que no verá la luz del día… 

─ Los árticos son tan caprichosos… 

Blueson tenía unos deseos brutales de sacarle las tripas a alguien, lo habían tomado por tonto al ignorar sus condiciones y mandar a un rescatista, ¿Una victoria sobre la mayor parte del ejército rebelde no fue suficiente? ¿Qué más tendría que hacer para que lo reconocieran de verdad? ¿Ser el mejor general para el virreinato ártico no servía? Sin importar cuántas veces buscara una respuesta satisfactoria, siempre encontraba la misma: simple y llanamente Akali jamás lo vio como un igual, sólo como un insignificante obstáculo en su aberrante plan rebelde. 

Siempre había sido así, nunca llegó a observar cambios en su trato hacia él incluso cuando llegaron a posiciones homologas en sus respectivos ejércitos. Por muy afortunada que hubiera sido su vida, jamás podría deshacerse de la colérica idea de que Akali siempre pudiese pasarle por encima. Desde que eran cadetes en la Academia de las Libélulas, era su terror de cada día. 

Akali Oarj, una jovencita de tan solo quince años era perfecta en todo curso o clase que le dotase la academia ubicada en Felicia. Mientras ella se bañaba en el oro y el reconocimiento del primer lugar, Frederic tenía que acostumbrarse a su sombra mientras se sentaba en el segundo lugar. Ella, junto a sus amigas del ala femenina de la academia, acosaban y maltrataban al bastardo de uno de los mayores héroes militares de la historia de la tercera era de la humanidad. Frederic se convencía todas las noches que era pura envidia y celos por parte de ella, aunque lo dudaba mucho por la posición privilegiada de su rival, la fama que traía de por sí y sus calificaciones perfectas. 

Llegaría el día de la graduación y la clase avanzada, de la que era parte, debía de guiar, como prueba final, a un pelotón completo a través de una pista de obstáculos extremadamente complicada, no solo para los soldados, sino también por su líder. Él mismo tuvo que entrenarlos y guiarlos por casi seis meses para pasar esa prueba, pero el día de la demostración, fue el peor día para el joven Frederic Blueson: de alguna manera, alguien había saboteado los uniformes e instrumentos del pelotón, ya sea llenándolos con polvo picoso o reemplazando sus artilugios por unos más descontinuados. 

Contra todo pronóstico, el fracaso cayó sobre el joven líder del pelotón y ninguno de sus más cercanos se atrevió a plantarle cara a los instructores y alto mando del ejército. No encontró prueba alguna, ni siquiera justificó sus planes, pero en un momento inesperado, se lanzó contra su joven rival en una súbita pelea donde él terminaría con cicatrices profundas por su rostro a causa de un puñal que le pasaron a Akali en medio de la riña. 

Su padre, Lifvoner Blueson, no mostró resistencia ante los reclamos de los profesores cuando lo citaron porque su hijo atacó a una alumna inocente en medio de los jardines. La cólera de ese hombre fue tal que, incluso empapado por sus propias lágrimas de frustración, no dudó en profanarle un buen puñetazo en la mejilla, vociferando que había desperdiciado todo el esfuerzo de su padre por encontrarle un lugar en la alta sociedad a bastardos como él y su hermano, que siempre se dejaba ir por sus peores impulsos y que nunca sería como su dócil y responsable hermano menor. 

Frederic seguía teniendo un entumecimiento en la mejilla cada vez que recordaba la peor arremetida de su padre en su contra, ese ardor y temblores quedaron grabados en su cerebro para siempre. Fue vetado de la academia y tuvo que terminar sus estudios en otro instituto, pero la mayor motivación de su vida, desde ese momento, sería aniquilar a Akali, desmontar toda la imagen que había erguido para que se ahogara en una laguna de humillación y deshonor. 

Erradicar el movimiento rebelde lo veía como una de sus mayores misiones como general del virreinato ártico, salvar al pulmón económico de la raza humana de la guerra era su visión autóctona. Sin embargo, sus oídos zumbaron en éxtasis cuando se enteró de quién era la líder revolucionaria y populista que movía a toda la clase alta, media y pobre de un país contra el resto del mundo. En el presente, sólo lagrimeaba frustrado porque Akali, incluso derrotada, seguía siendo mejor que él. 

─ ¡General Blueson! ¡General Blueson! ─ repetía enviciado un soldado de la Orden ártico. Tocaba con fuerza e insistencia la puerta. 

─ ¡Debe venir! ¡Nos atacan! 

Esas palabras fueron suficientes para que Blueson, atónito, saliese de su jaula de furia y violencia. Un ataque casi a medianoche. 

Conforme corría hacia los muros del sur, contemplaba cómo sus colegas de Amazonia y Lagos Tártaros movilizaban a todas las tropas posibles y Casquillo Plateado volvía a tener luz con la flama de las antorchas. Su subordinado no mentía, hasta lo confirmó con un catalejo personal: los rebeldes se organizaron a más de dos kilómetros de los muros, adentrados en medio del bosque, aunque se distinguía a la perfección los nuevos caballos y las banderas rebeldes. No podía calcular su número, pero debían de ser más de cinco mil. 



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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