La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XIII

¿Qué podría hacer él con su vida si no tenía el apoyo de quien más amaba? Se decía a sí mismo un chico, contemplando el techo de su habitación, con los ojos humedecidos: se acababa de pelear con su padre cuando le reveló que quería ser un doctor, pero lo forzó y reprimió para que fuese metalúrgico incluso con sus dedos débiles.  

Según su padre era una tradición que venía de su abuelo y no permitiría que todo su esfuerzo por enseñarle se desperdiciara. Que la verdadera acción estaba donde peleaban los toros, que puros libros era para maricas, el discurso de perro muerto de hambre de siempre. Decidió responderse a sí mismo su pregunta: que su vida era suya, no de su padre, y él se convertiría en lo que le diese la gana. 

Con el pasar de las horas concluyó que fue mala idea ser tan sobrellevado: se había escapado de casa, dejándole una nota a su padre junto a sus herramientas, no quería ver la pocilga de Pluma Grasosa en su vida e iría a donde pudiese convertirse en doctor. Los folletos de la Rebelión le dieron esperanza, donde cualquiera podría aprender a ser lo que quisiese, pelear por su país si entraban en los ejércitos, tu imaginación podía volar y tu vida con ella. 

Sin embargo, estaba perdido, su ira y enojo fueron tales que había escapado de una manera que algunos llamarían abrupta, hasta estúpida. Estaba en medio del bosque frío donde el aire gélido del norte se le calaba en los huesos hasta paralizarlo. Siguió la ruta incorrecta, o al menos eso creía, ya no reconocía ningún sendero y se estaba desesperando. 

Completamente exhausto y angustiado, se ocultó en una zanja en la tierra pues unos rugidos espeluznantes hasta lo hicieron sollozar. Estaba aterrado, quería regresar con su padre ya. Iba a desechar sus planes de convertirse en lo que quería si eso permitía que regresase a casa.  

De repente, escuchó un conjunto de galopes misteriosos que opacaban el rugir de la criatura. No los miraba directamente, pero sí a sus sombras y portaban un conjunto de flamas que los ayudaban a ver en la oscuridad: hablaban mucho, por el tono de sus voces seguro eran adultos jóvenes. 

— ¿Se habrá ido por acá? — comentó una de ellos. 

— Hay que buscar huellas. 

El chico empezó a hiperventilarse, seguro eran bandidos de los senderos que iban a venderlo por separado. 

— ¿No escuchan una respiración? 

Se tapó los ojos, las mejillas se le empaparon de la angustia, ya estaban por descubrirlo. ¿Podría correr? ¿Pero hacia dónde? De repente unas garras mugrosas y escurridizas se le enterraron en el cabello y toqueteaban con tanta brusquedad que le daban ganas de vomitar. Por mucho que quisiese no pudo evitar gritar desesperado por alguien que le quitara ese mapache de encima. 

— ¡Galleta! Esos no son buenos modales. 

Cuando se deshizo de esa bestia, finalmente los contempló mientras se bajaban de sus corceles: muchachos un poco mayores que él, de piel de colores cálidos y ropa apretada, pero abrigada contra el frío. Uno era dueño del mapache, de pómulos redondos, cabello frondoso y ojitos verdes llenos de energía; la otra tenía un rostro más fino, su melena era color ladrillo y su sonrisa era tan cautivadora; el último era de un color trigueño algo bronceado, ojos profundos y serios de un color curioso y una tez suave y colorida como la melaza. 

— ¿Eres Oliver Martus? — preguntó el último de ellos. El jovencito quiso ignorar que traía una espada guardada en una funda en su cintura. 

Oliver afirmó sólo moviendo la cabeza. 

— Tu padre nos manda, vienes con nosotros — le dijo, tomándolo del brazo con confianza —. Soy Diago Le’Tod. Ellos son Rita y Víctor Marine. 

— ¡Qué onda! 

— ¿Quiúbole, Amazónico? 

— ¿Mi padre? ¿Cómo lo conocen? 

— ¿Tu padre no es Fray Martus? 

— Sí...  

— Nos pidió que te lleváramos a los equipos de medicina para que te prepararas como médico ¿Me equivoco? 

— Ammm... no sabría decirte... 

— ¡Es una historia graciosa! — mencionó Rita, yendo detrás de ellos — Estábamos por tu villa cuando tu padre llegó rogando que te encontráramos. 

— Eso no es una historia muy graciosa... 

— Lo gracioso está en lo inesperado que fue. 

— Tiene razón, no todos los días vas a una villa más a comprar avellanas y terminas en una misión de rescate de un futuro doctor. 

— Esperen, ¿A dónde vamos? 

— ¡A las Torres Viudas! Más al norte, tú ibas hacia el sur. 

— ¿Me llevarán? ¿Ustedes? — decía mientras Víctor lo ayudaba a montarse junto a Diago en su caballo — Pero, ¿Quiénes son ustedes? 

— Pues rebeldes, del ejército rebelde, ¿No es obvio? — Rita señaló su pañoleta. 

— Más te vale ir cómodo conmigo, esto será un viaje agitado. 

Las horas pasaron para ellos, el frío de la noche le daba calambres en los huesos. Al otro lado de un espeso bosque, apareciendo en medio del límite con los pastizales, se erguían dos descomunales torres desde el interior de unos muros. La rebelión había cambiado su centro de operaciones a una posición más al norte, aunque ya llevaban cambiando varios desde que perdieron Casquillo Plateado, ése era un punto más cerca de su verdadero objetivo. 



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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