Unos tres días después de llegar a Amazonia, Rita y Víctor se dirigieron a un poblado llamado Burgo Gris, donde reportaron el avistamiento de una extraña criatura. Los hermanos concluyeron, aunque bufoneando un poco, que las respuestas y las pistas eran demasiado imprecisas: cada testigo decía una cosa muy diferente. Hasta concordaron en que sólo los mandaron a perder el tiempo.
— Es por eso que estamos algo frustrados y queremos hablar con Akali — comentaba Víctor en un pequeño estudio en una tienda en Estanque Hediondo, un día después de su misión.
— Pero no estamos muy seguros — continuó Rita, estirando los hombros hacia arriba —. Por eso estamos aquí, para preguntarte Amarel.
El chico de ojos escarlata estaba preparando una investigación a pura pluma, mientras citaba con detalle los autores de la enciclopedia que encontró. Por mucho que quisiese ayudar a sus extravagantes amigos, estaba demasiado ocupado. Desde que lo hicieron Académico en funciones, ya tenía menos tiempo libre y las investigaciones no paraban. Ahora trabajaba como compilador informativo en un nuevo proyecto para Akali, pero no sería él quien se ensuciará las manos trabajando, sino otros dos.
— Hablen con ella — profirió, sin darles la cara.
— ¿Seguro? Recuerda que ella puede ser algo...
— Son Guerreros ahora, si ella les pidió personalmente que fueran y ya les entregaron el reporte, estoy seguro que aceptará hablar con usted.
— ¡Vaya! Eso motiva un poco.
Antes de partir, Rita le dejó su regalo de Burgo Gris: un compás para hacer sus planos, con la figura a escala de la criatura misteriosa en la cima de la bisagra. Incluso con su trato desinteresado, le dejaron un tierno regalo. Él sonrió, sintiéndose culpable.
— ¿Líder Akali? ¿Señora? — llamó Rita, tocando la puerta de su nueva oficina.
— Adelante.
Ella estaba en un escritorio más sencillo, muy diferente al que tenía en Casquillo Plateado. Era más pequeño, así como la habitación, no la perfeccionó demasiado porque se quedarían muy poco tiempo. Estaba hablando con Frugo Pantehrs, el alto comandante encargado de Estanque Hediondo.
— Rita y Víctor, pasen — invitó su líder —. Pantehrs, permíteme cinco minutos con ellos.
Mientras ese hombre tatuado se iba, Rita y Víctor pasaron. Mientras ella se desocupaba rápidamente, los hermanos se miraban con angustia: no sabían qué decirle con exactitud, aunque Víctor estaba considerando no abrir la boca en ningún momento. Su hermana mayor, después de todo, era la de la queja. También él se encargó de esconder a Galleta en sus pantalones con tirantes.
— Díganme, ¿Qué necesitan? Rita ¿Entrenaste hoy con tus nuevas técnicas?
— Disculpe, líder Akali, todavía no empiezo. Queríamos hablar con usted sobre nuestra primera misión como Guerreros.
— ¿No habían dado su reporte ya?
— Así es, pero es otra cosa. Si no es mucha molestia.
— Entiendo. Díganme qué pasa.
Rita le explicó todas sus quejas, pero prestando atención a sus palabras cuidadosamente. También fijaba su vista hacia Akali y cualquier gesto que hiciera. Su misión de ser neutral fracasó, porque fueron muchas las ocasiones en las que su líder abrió los ojos súbitamente.
— En conclusión, creo que deberían asignarnos mejores misiones — dijo ella. Su hermano hacía un intento ligero de esconderse en su espalda.
— Entiendo lo que dicen muchachos, pero no crean que no los tomo en serio. Yo sí confío en ustedes, pero es su primera misión.
— ¿Y cuál será la siguiente? ¿Podría ser una más profesional?
— No sabría decirte Víctor, la Rebelión se está organizando para otros planes.
Akali se levanta y decide contemplar al ejército organizarse desde su ventana.
— ¿Y qué tenía de importante esa primera misión? Creo que había algo más que sólo investigar sobre una leyenda urbana.
— En eso tengo algo de culpa. Déjenme explicarles.
Su líder se volvió a sentar y los invitó a ellos a hacerlo igual en dos sillas que les dejó. Cuidadosamente, se enfocó en un dejar de lado ningún detalle. Ella era consciente que eran fuertes, talentos natos, dos de sus mayores orgullos, pero seguían siendo jóvenes. Era normal su búsqueda de la grandeza de una forma caprichosa.
— Han desaparecido un total de quince miembros del equipo médico.
Los hermanos retrocedieron un milímetro por la sorpresa. Hasta a Rita le dieron ganas de cachetearse por pensar en cosas tan vagas como que los subestimaban.
— ¿Quince? ¿Cuándo? — se aventuró Víctor.
— Son fechas imparciales, no hemos tenido más desapariciones, pero las de ellos me preocupan.
Akali les dio una lista que tenía guardada entre varios papeles: era un informe con varios nombres con apellidos, adjuntando pistas sobre sus características físicas.
— Todos eran miembros de los equipos de terapia intensiva. Los primeros tres, Mario Lupis, Robert Dhorn y Erick Musscat desaparecieron en la noche que regresaron de Casquillo Plateado. El resto se esfumaron en nuestro viaje hasta acá a Dama de Guerra.
— Prados...
— Varios testigos en el camino y pueblos cercanos nos daban pistas del secuestrador, pero gracias a ustedes, sabemos que tiene su origen en Burgo Gris.
— Y que no es cualquier secuestrador común, es algo mucho más siniestro...
— Exacto, Rita.
— Pero, ¿Por qué mandan Guerreros de la Rebelión para allá?
— Creemos que, si esta criatura cumple con las características de los testigos, no sólo esos doctores, sino muchas personas están en peligro mortal.
Rita y Víctor sintieron, mutuamente, un dolor en el pecho. Si hubieran sido más comprensivos y menos caprichosos, no se sentirían así de mal. Su arduo trabajo allá en Burgo Gris era una pieza fundamental en uno de sus objetivos como ejército: proteger al país. Ahora lo sabía perfectamente.