Bianca comenzó a conocerse con la general Crescenta Tekin. La forma tan elocuente y sagaz en la que hablaba todos esos días le daba mucha confianza. Todos eran conscientes de que la gente era más que lo que promulgaba, pero para Bianca era la mejor manera de entenderlos. Nunca fue buena con los subtextos.
La general Crescenta siempre la invitaba a desayunar, almorzar y a cenar con ella, y la princesa siempre disfrutaba de sus interacciones. Prácticamente toda la conversación nacía y moría gracias a la adulta. Pero era agradable escucharla, era muy sabia, aunque fuese algo engreída.
— Tráeme un queso — ordenó cuando le sirvieron el desayuno.
— Por supuesto, se lo traeré cuando termine.
— El queso se servirá cuando yo diga que se sirva — reclamó al final. Sus ojos dorados sí que eran intimidantes.
Bianca se mordió la lengua cuando vio al bandejero irse despavorido.
— Usted parece saber justo lo que quiere, general Tekin.
— Ay princesa, sólo es un queso. Sabe muy bien cuando se come con tortilla de guinea ártica. Pero cuando de verdad quiero algo, suelo lucir impresionante.
— Eso espero, estoy muy emocionada por sus planes.
— Es bueno que tengas optimismo — Tekin se lleva un pedazo del desayuno a la boca —, pero la guerra no es cosa de emoción. Al menos que sepas que vas a ganar.
— ¿De verdad...? Bueno... me emocionaba que fuéramos a salvar el país. Yo nunca había salido de Ciudad Ártica antes.
— Ya veo — admitió, levemente sonriente —. Viajes y heroísmo, eso es algo muy bueno. Yo también he viajado.
— ¿De dónde es, general?
— El hogar de la casa Tekin es la Mansión Turquesa y se encuentra en la Ruta del Escorpión.
— Entre los Desiertos de Mirith y las Selvas de Felicia, ¿No es verdad?
— Chica lista.
Cuando terminaron de comer ese día, la general llevó a la princesa a recorrer los muros del sur. Tenían vista directa hacía de dónde vendría el enemigo. Los muros eran dos paredes descomunales, una detrás de otra. Aunque hicieran un hueco en el primero igual tendrían que tumbar el segundo, sin mencionar la fosa de hielo de más de diez metros de profundidad.
Bianca veía cómo el viento hacía remolinos pequeños con la nieve en el suelo. Llegaban hasta las rodillas de su vestido. La joya que tenía en el broche de su cuello emitía una linda luz color aguamarina cuando el sol del invierno caía sobre ellas.
— ¿No tiene frío, general?
— La verdad no — admitió mientras su cabello ondeaba con la brisa y el ulular del viento —. La Academia de las Libélulas nos prepara para cualquier cosa.
— ¿Hasta para los pradeños?
— Patrañas jovencita — decidió detenerse y le acarició uno de sus pálidos y dorados mechones —. Debes dejar de estar tan preocupada cuando tanta gente cree en ti.
— Lo sé, pero...
— Escucha — invitó antes de continuar caminando —. Como una mujer que ha viajado mucho por su trabajo no temo decir que conozco muy bien a las diferentes razas que habitan Melow, en especial por Las Praderas.
— ¿Y cómo son? Yo nunca he visto uno.
— No son la gran cosa, princesa. ¿Mercurianos? Son más decentes de lo usual. ¿Amazónicos? Pura palabrería sin sentido y se creen especiales por sus lindas playas. ¿Tártaros? Gente sin escrúpulos y llena de verrugas.
— ¿De verdad?
— Por supuesto, no son gente muy agraciada, incluso con estas monótonas montañas los árticos son más interesantes — decide contemplar hacia el sur y Bianca la siguió —. De esa forma le digo que no hay nada que temer, por ahora.
Esas palabras alertaron a la princesa. No pudo evitar ponerle una mirada llena de preocupación.
— El problema son la gente traidora a la Orden que los lidera — confesó —. Por ejemplo, tiene de alto comandante a un tal Skycen, que resultó ser uno de los más grandes guerreros militares en una buena época; yo conocí a Akali cuando éramos niñas, una vez trató de llevarse a mi gato cuando me visitó, y ella siempre fue la mejor de todos.
— ¿Se conocieron cuando eran cadetes?
— Pues claro, ella era la mejor de la academia. Hasta compartimos dormitorio. Ella estuvo destinada a la grandeza, con esa mente tan brillante e implacable cómo no.
— ¿Ella es el verdadero peligro?
— No sólo ella, sus ideas. Cuando nos enteramos que Akali destruyó al virreinato pradeño en un día, todos los miembros de la Generación setenta y uno no supimos cómo reaccionar: si ella estuvo destinada a la grandeza, llevar al Nuevo Mundo a la ruina es considerado más que eso.
— ¿Por eso Blueson no pudo vencerla? — comentó, aunque le doliese.
— Podría decirse que sí: también conocí a Frederic antes de su trágica muerte, humilde y perseverante, pero muy terco. Aún muerto, él seguirá en la sombra de Akali.
Bianca no quería admitirlo, pero su mente funcionaba en base a la lógica: Frederic no fue suficiente para vencerla. Él fue una parte importante de su vida. Recordó la forma en cómo jugaban a la guerra de bolas de nieve y le hacía caballito a Queenee; trataba muy bien al sirviente de su padre Saturno, hasta le decía muchos cumplidos incluso cuando tenía un voto de silencio que le impedía responderlos.