La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XXIV

Todos recorrían los pasillos frente a la celda de Lord Blizzard en Torres Viudas, contemplando al jefe del virreinato. Apenas anoche, el mayor objetivo de la Rebelión simplemente se entregó con el fin de salvar a su hija Bianca. Concordaron en que no se comportaba como un hombre de guerra, le faltaba tanto coraje que hasta daba náuseas. Nunca lo insultaron ni apalearon estando ahí, sólo se acercaban para corroborar los rumores: tenían a un lord bajo su control y Akali se veía más amenazante que nunca.

En cambio, esa misma mañana, la pandilla se reunió afuera de su tienda. El señor Cuatro dedos Afflick, con sumo gusto, los recibió en el exterior lleno de alivio. Abrazó a cada uno de sus pacientes y, gracias a él, supieron que el jefe del equipo médico había luchado para atenderlos cuando habían traicionado al ejército.

— Un poco más y Akali me quita los otros nueve dedos — bromeó él, sacándole unas risas a Skycen. Se prometieron uno al otro ir a tomar unas buenas copas cuando tuviesen tiempo.

Sin embargo, los muchachos habían salido de su único refugio para encontrar a aquel que consideraban su miembro restante. Siempre estuvo ahí para inspirarlos, hacerlos reír, juguetear y guiarlos hacia un destino mejor. Ahora que su propio destino estuvo fuera de sus manos, estas se empaparon de sangre de cientos y cientos en menos de un día. Nadie había visto a Lane desde entonces, lo poco que sabían de él vino de Amarel, Rose y Skycen.

La dosis en su cuello lo regresó a la normalidad, su forma física cambió hasta ser similar a la de Diago: aquel muchacho bonachón que siempre había sido, pero con los músculos tensos, ojos escarlata y uñas y dientes afilados. Lo único que pudo hacerlo reaccionar de ese breve desmayo fue escuchar los latidos del pecho desnudo de su hermano, quien se estaba dando un baño de sangre frente a sus ojos. Apenas contempló su alrededor, no le costó mucho entender qué había pasado, y liberó un grito envuelto en llanto.

La gente decía que Lane apareció en Torres Viudas como si nada, creando un cráter cerca de la entrada y tumbando las puertas con su hombro. La gente lo vio cargar a su hermano, a los Marine y a Bloody sobre sus hombros, para luego escalar las Torres Viudas por fuera lleno de vergüenza.

— ¿A dónde se fue Lane? — preguntó Diago, todavía algo débil, pero capaz de ponerse ropa adecuada para tanto frío.

— Allá arriba — señaló Rose.

— ¿En el último piso de la torre oeste?

— No, sobre la torre oeste, por encima de las nubes.

Diago tragó en seco por los nervios, el solo pensar que Lane había subido. con sus propias manos, una torre que sobrepasaba las nubes lo hacía dudar sobre qué se encontraría cuando llegase. ¿Se encontraría con Lane Félix Le'Tod o a algo más siniestro?

— Iremos contigo — ordenó Aaron, con Alan a su lado.

— No lo harán — refutó, viéndolos con determinación —. Yo iré... es mi hermano.

— Pero, ¿No tienes miedo a que hará si él..?

— Ya peleé contra él antes... y ya no quiero temerle a nada más.

Su amigo del martillo y el peliblanco lo dejaron tranquilo, apartándose de su camino lo más que pudieron. De todos modos, estarían alerta ante cualquier cosa.

El camino hacia la entrada de la torre oeste fue arduo para el muchacho, tantas miradas recelosas y los falsos toques alentadores al hombro lo hicieron sentir que cargaba piedras. Nadie se puso en medio cuando quiso atravesar la puerta y no supo cómo sentirse, si aterrado por sí mismo o agradecido. Ya estando por el décimo y último piso, tuvo un encuentro inesperado y que lo hizo sudar frío.

— ¡Diago! ¡Ven! — gritaba Akali desde que cruzaron miradas.

Diago sufría de un ataque de nervios teniendo los ojos de ella sobre su nuca, corría por los pasillos de ese piso con tal de esconderse. Cada que escuchaba sus tacones, su corazón dejaba de latir por un instante. Un juego del gato y el ratón que él no terminaba de hilar.

Logró encontrar una trampilla tras subir una escalera de palos, eso lo llevó hasta la cima. Estaba feliz porque finalmente perdió a Akali, pero estar ahí le regresó el vértigo: no había nada por kilómetros, solo el cielo y el sol. El aire recorrió sus oídos casi como un silbido y su tez se petrificó por el frío.

El techo era de, al menos, veinte metros cuadrados. Casi al borde, vio una capa que ondeaba sobre una espalda cubierta por pieles. Su cuerpo se tensó, apretó los puños y fue caminando hacia su hermano.

Quedaban pocos metros entre ellos, ni siquiera con sus pasos, Lane se detuvo a verlo. Diago consideró la idea de que también sufrió daño y por eso no reaccionaba, de todos modos recordaba haberle tirado una campana encima. Estiró su mano para tocarlo y la depositó entre sus omoplatos, ahí fue testigo de cómo Lane temblaba apenas tenía contacto con él.

Diago se acercó, con el corazón en la boca. Solo pudo ver un par de ojos vacíos: viendo hacia las nubes, donde colgaban sus rodillas, sin saber exactamente qué hacer. No había rastro de esperanza, ni de energía, sólo una susurrante lástima que flotaba a su alrededor.

— ¿Lane..? — masculló el mayor, tomando ahora sus dos hombros. Reflexionó sobre si su hermano ha estado así durante casi una semana.

Lane lo vio después de tanto y no reaccionó a su presencia. Ni siquiera le habló, solo se veían el uno al otro. Parte de su cabello cubría por debajo de sus cejas, apenas y podía ver sus blancas órbitas. ¿A eso lo limitaron, a ver sus alrededores como si no tuviera alma?



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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