La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XXV

Los días pasaron y fueron una tortura para la pandilla: Akali se había convertido en una entidad cada vez más aterradora debido a la posición de estos, como aquellos que se rebelaron contra la Rebelión. La gente los tachaba de traidores y de egoístas por seguir motivos personales, pero los ocho miembros de la pandilla mantenían oídos sordos. Montaron sus tiendas lejos de las demás, pegadas a los muros de Torres Viudas, para que nadie los molestara.

Hasta donde sabían, Alan, Rita, Victor, Aaron y Diago mantenían su rango de Guerreros todavía, así como Rose el de académica. Amarel recibió una propuesta para que fuese un ayudante nuevamente, pero él dijo que lo pensaría. Lane, en cambio, fue el más afectado: incluso cuando cumplió su cometido de hacer cenizas Fuerte Polar, no dejaba de pensar en lo que le deparaba. Era una mezcla de cólera e impotencia, así como de angustia.

El maestro Skycen les recomendó mantener la distancia con respecto a Akali, pero, con tal de mantener neutrales las tensiones, también recomendó que siguieran todos, incluso él, la corriente de las cosas. Con desagrado, los muchachos desistieron de sus deseos y se vieron obligados a ir al Baile de Confederación.

Muchos estaban haciendo fila para entrar a una tienda, ahí estaba trabajando un comité especializado en la vestimenta para el tan esperado evento. Hombres y mujeres árticos que llegaron para vestir a los soldados pradeños que iban a ir. Dos tiendas, una para mujeres y otra para hombres.

Un escalofrío partió el aire cuando los muchachos escucharon a Amarel gritar desde el interior:

— ¡Viejo! ¿¡Qué te pasó!? — dijo Víctor, adelantándose a los demás.

— Me depilaron chicos — su cuerpo estaba cubierto por un conjunto de escalofríos.

— ¿Depilarte?

— Ellos dijeron que una piel tersa es signo de etiqueta allá en las Montañas del Norte. Me depilaron en todos lados, hasta... en las axilas.

Los chicos continuaron la fila y se escucharon los gritos de cada uno, salieron con la piel roja e irritada. Sin embargo, eso no iba a ser lo peor: en otra tienda, les iban a probar sus respectivos trajes.

— Bienvenidos — dijo la dueña de ese establecimiento apenas los vio a ellos seis: Alan, Aaron, Diago, Victor, Lane y Amarel.

— Pónganse cómodos, porque vamos a empezar su  ornamentación.

— ¿Ornamentar? ¿Eso es... enseñarnos a oler bien? — dijo Víctor, y Alan se palpó la cabeza con la mano abierta.

Las mujeres les metían los pies en la espalda, les estiraban los brazos y los hacían tensar sus hombros con tal de que les quedaran los corset de cuero, color oscuro.

— ¿¡No se supone que los corset los usan las mujeres!? — reclamó Diago mientras lo forzaban a quedarse quieto mientras le apretaba más el cuerpo.

— Eso es en Las Praderas, aquí es al revés.

— ¡Oiga! ¡Saque su mano de ahí!

Los seis terminaron modelando, por así decirlo, sus nuevos trajes de gala, aunque parecía más una especie de tortura antigua a sus cuerpos. La moda ártica establecía que los hombres debían buscar la simetría y torsos completamente rectos. Alan rompió el suyo con sus grandes hombros, lo mismo le pasó a Lane. No podían respirar, y todavía faltaban los pantalones y los zapatos.

Rose y Rita tuvieron un viaje mucho más tranquilo, aunque les probaron vestidos árticos de los más modernos: una sola ropa que cubría desde sus tobillos hasta sus frentes, escondiendo su cabello y haciéndolas parecer peones de ajedrez. Estaban repletos de detalles con lentejuelas, pero se conformaron con vestidos mucho más cómodos. A Rita siempre le habían asustado los corset de las mujeres de la Orden de la Cobra, por lo que se propuso jamás ponerse uno. Nunca habría adivinado que en su primera fiesta lujosa no tendría que usarlo.

A la chica académica le hicieron un nuevo peinado, sus pelos quebradizos no tenían espacio en una fiesta de tanta espectacularidad. Le plancharon el pelo y lo remojaron, aunque ella sintió que le estaba quitando el cuero cabelludo entre un jalón y otro.

Los colores eran verde, azul y plateado, y así eran los trajes de todos. Esa misma noche, no dejaron de pensar en lo horroroso que sería estar por más de diez horas así vestidos. Se conformaban con los brazaletes y los trajes de su tierra.

Las clases de baile fueron de lo peor y no tardaron en reprobar. Gruñones, se conformarían con no bailar cuando los invitasen, si es que a alguien se les antojaba verlos de cerca. No obstante, Diago se despertó esa noche y se encontró a Aaron practicando.

— Uno, dos... pero si este es un tres — profería Aaron a regañadientes, bailando y tratando de memorizar los pasos.

— ¿Qué haces? — le dijo Diago.

— Bueno, quise practicar un poco. 

— Eso noté, ¿Y eso?

— No lo sé, siento que hay algo encantador en cómo bailan.

— ¿Por casualidad sabes cómo bailan en Las Praderas?

— Muy diferente, aquí es como... más armónico cuando se baila, porque tus movimientos son de acuerdo a los de los demás, concluyendo en que todos hacen lo mismo al mismo tiempo. En Las Praderas, el baile es mucho más personal.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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