La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XXVI

Sus manos empapadas brotaban desde el hielo, apenas podía mover sus dedos, luchó hasta poder sacar todo su cuerpo. Desde un enorme cúmulo de hielo cristalino, una mujer caía de boca hacia la nieve.

Apenas su piel pudo respirar, sus pulmones no tardaron en llenarse de aire también. Inhalaba con dificultad, como si su pecho se hubiera reducido a una pequeña caja. Se fue arrastrando con todas sus fuerzas hacia la luz más cercana, apartando los cuerpos con sus grandes manos.

Después de mucho tiempo, finalmente sintió el sol. La tan hermosa luz amarillenta traspasando las nubes toqueteo sus mejillas congeladas. Se tumbó en el suelo, el solo arrastrarse fuera de esa fosa le quitó cualquier rastro de energía, así que se limitó a que su cuerpo se calentará, aunque hiciera más frío que en cualquier parte del mundo.

Pasaron las horas y la mujer detalló mejor de dónde había salido. Entonces recordó lo último que guardaba su memoria: en medio del agresivo combate contra las fuerzas insurgentes, se retiró lo más que pudo del campo de batalla y se escondió dentro de esa caverna. Después de tanto tiempo en reposo, lejos de cualquier otra persona, descubrió que se había metido a una fosa común.

La atacaron imágenes fuertes de ella misma durmiendo apachurrada, congelada y con un olor pútrido entre cientos y cientos de cadáveres. Como si fueran una mole de gatos en una sala acolchada. Sin embargo, se deshizo de esos feos pensamientos cuando comenzó a atacar el hambre.

Fue subiendo por la vereda de la montaña apenas pudo recoger sus cosas. Estaba con la misma indumentaria que cuando quedó congelada: una ropa de cuero acolchada contra el frío y unos botines marrones que la ayudaron a escalar, además de una capa con capucha que le daba calor. Pero lo más distinguido e importante para ella era su sable.

Apenas sintió la empuñadura de vuelta en sus manos, todas las aventuras con ese sable volvieron a su ser y no pudo evitar sentirse alegre al recordar que siempre había sido implacable. Claro era que su arma estaba en mal estado, pero una buena visita a un herrero la ayudaría.

Un conjunto de Espectros de Escarcha la atacó desde el aire: eran similares a reptiles sin serlo realmente, planeaban gracias a una piel de lo más delgada entre sus patas delanteras y traseras. Recordó sus ojos oscuros apenas los tuvo frente a ella y lo fáciles que eran de matar. 

También recordó que algunos aventureros, en aquella época antes de dormirse, hacían estofado con las crías de Espectro que capturaban. Se daría un festín con un par de adultos.

Llegó a terreno plano, al menos para ella. Ya no tendría que subir por las descomunales montañas. Trató de reconocer el mundo a su alrededor, pero nada: sólo había nieve y un sol brillante, aunque había charcos de agua nieve de tanto en tanto.

Pasado un tiempo, en el que ella se dirigía hacia el Sur, escuchó un galope. El ruido era próximo, se estaba acercando justo frente a ella. Su instinto de guerrera la alertó y se preparó para el combate incluso si sus huesos estuviesen por partirse por tanto reposo.

Entonces apareció, un jinete sobre un caballo negro. Un muchacho joven de cabello blanco y ojos púrpura, quien parecía estar más alarmado por ella que ella hacia él.

— Perdóneme, no la había visto — dijo el chico, aunque prefirió quedarse sobre el caballo.

— Tranquilo, yo también estoy algo perdida. ¿Hacia dónde es esta carretera?

— Estoy yendo hacia Costa Cristal — confesó —. Debo entregar un importante mensaje.

— Ojalá y lo logres — ella esbozó una dulce sonrisa —. Debes tener cuidado, acabo de matar a dos Espectros yendo por acá.

— Santas nieves — el muchacho se infló las mejillas cuando vio a los cadáveres siendo levantados por ella y sus gigantes manos.

— ¿Qué ocurre? ¿Te da miedo la sangre? ¿Qué clase de soldado le teme a la sangre?

— No le temo ni a la sangre ni a nada, la Reina de las Nieves confía en mí con que sea valiente.

Esas palabras la hicieron quebrar desde adentro, un fuerte puñetazo a su pecho. Tanto fue el daño que provocaron esas palabras que el muchacho lo notó. Él comenzó a preocuparse, hasta supuso que estaba sufriendo de un ataque al corazón o uno de pánico. No le quitaba sus ojos color jade de encima y el miedo lo consumió como la flama a un pedazo papel, cuando esa mujer lanzó su mano hacia el mango de su sable.

Esa misma noche, la mujer encendió un fuego con el combustible de la lámpara del chico. Se devoró a los Espectros y al caballo por completo, pero dejó vivir al muchacho e irse con sus pantalones mojados.

Casi no durmió envuelta en penumbras y con el cuero bajo sus piernas. ¿La Reina de las Nieves? Un torbellino de pesadillas la consumió apenas escuchó al muchacho pronunciar eso. Más allá de pesadillas, eran recuerdos de su vida: escenarios llenos de fuego, gritos y sangre la golpearon. La última mujer que se hizo llamar así quiso destruir Las Montañas del Norte, y ella había peleado en contra de esa villana antes de quedar congelada.

Pasaron pocos días y ella todavía no estaba segura de donde estaba. Bajaba las laderas de las montañas, se escabullía entre cuevas y brincaba sobre cortos acantilados. En su momento, quiso seguir una poderosa humareda que contempló a la distancia, pero una caída libre hacia el vacío se lo impidió.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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