Bianca se despertó ese día cerca de las seis de la mañana, usó su cepillo favorito para arreglar su cabello después de colocarse sus zapatos perfectamente alineados al borde de su cama. Hizo un poco de ejercicio y se colocó su mejor ropa, al mismo tiempo que cantó de una forma esplendorosa, más precioso que el canto de varias aves. Sin embargo, apenas salió, un poderoso puñetazo se disparó a su cara.
Lo que su agresora no supo fue que Bianca lo esquivaría con facilidad, hasta el punto de aparentar que su cuerpo reaccionó por su propia cuenta. La princesa le asestó un golpe con sus dedos en forma de flecha y con las venas más tensas que nunca, directo hacia su corazón. La mujer se comenzó a retorcer en el suelo del dolor, era una sensación tan extraña que no encontraba las palabras correctas para describirla.
— ¡Demonio de hielo! ¡Es un demonio! – le gritaron y la princesa se entumeció por el ruido.
Un conjunto de hombres y mujeres con pañoletas azul marino, con un caballo grabado, aparecieron en la zona en la que ella tenía su tienda con tal de agredirla. La chica fue retrocediendo apenas sus insultos empeoraron, pero unos pasos titánicos hicieron que cedieran de agredirla. Fran llegó imponiendo su voluntad con terror y autoridad, no tuvo que pronunciar ni una palabra para que ellos supieran que estaban en peligro. Salieron corriendo despavoridos.
— ¡Hermana! ¡Santas nieves! Muchas gracias… ¿Qué haces por acá tan temprano?
— Me gusta caminar durante el amanecer – Fran acercó su enorme rostro a su tierna hermana —, me relaja durante este largo viaje.
Bianca invitó a su hermana a pasar a su tienda personal, y esta última la encontró exactamente a cómo la esperó: una cama arreglada de manera perfecta, con una mesa desplegable donde cada lugar tenía un objeto y cada objeto su propio lugar; también había un pequeño equipo de limpieza en una esquina, y sobre las sábanas, un libro de astronomía ya desgastado con el tiempo. La mujer gigante recordó ese libro, pues ese era el favorito de su hermana cuando esta era una bebé.
No era un libro de cuentos, literalmente era una enciclopedia de astronomía. Solía leérselo hasta que se durmiera, pero porque tenía el objetivo de dormirse aprendiendo sobre estrellas, y no dormirse a la brevedad con un libro para intelectuales aburrido. Como se esperó, Fran era tan alta que hacía un bulto en la cima de la tienda de su hermana, y la gente del exterior podía saber que ella estaba adentro.
— ¿Por qué esos pradeños me atacaron así? – dijo Bianca, con las manos en su regazo, Fran sólo podía agacharse por miedo a romper su cama.
— Bueno… son pradeños, es normal que reaccionen de forma violenta a lo que hacen.
— Pero mis amigos no son así – masculló Bianca —, pero… Debe haber una razón para que se enojaran así, no tiene sentido.
— Así son los pradeños, y puedo asegurarte que tus supuestos “amigos” son iguales o… que no sean lo que aparentan.
De repente, una fuerza alocada irrumpió en la tienda de Bianca gritando. Lane había aparecido y Bianca, agitada, se lanzó hasta él:
— ¡Prados! ¿¡Todo está bien!? Los escuché hablando de ti y temí que te hicieran algo.
— Vaya… ¿Lane? ¿En serio hiciste eso por mí?
La princesa se le quedó viendo a su amigo pradeño por unos segundos antes de lanzarse a abrazarlo con fuerza. Mientras Lane quedaba colorado de la pena, Fran se sorprendía cada vez más: desde que se fue, jamás había visto a Bianca abrazar a alguien apropósito. Al mismo tiempo, le daba una grima ver a su hermana tocar a un pradeño.
— ¿Ya conoces a mi hermana? Se llama Francesca Blizzard.
— Pues sí, yo la…
Lane fijó su tan precisa vista en las botas de tacón de Fran Blizzard: tan grandes como un pupitre de salón y hechas con cuero fino, pero estaban cubiertas por una cochina capa de heno y fango color bermellón. Apenas supo que la estaban observando, Fran ocultó sus botas lo mejor que pudo.
— Sí, la conozco muy bien.
Esa misma noche, Lane le contó a su hermano todo lo que aconteció con Fran cuando fue a buscar a Bianca apenas supo que efectuarían un ataque de odio. La mujer gigante se volvió una pieza clave en su investigación, pero se reservaron sus comentarios a sus amigos: no involucrarían a nadie más para proteger a los que querían y a ellos mismos.
No obstante, cerca del anochecer, el Alto Mando publicó un nuevo anuncio en las pizarras rodantes de corcho que siempre usaban. Desde que Percy tomó el puesto de delegado de la líder rebelde, todo recluta que apreciara su posición estaría pendiente de estas con angustia cada que las sacaran al público: pero los nuevos folletos publicados no fueron una nueva regla estricta, sino un evento benéfico de lo más especial.
— ¿Podemos volver a casa? – farfulló Lane apenas pudo leerlo junto al resto de la pandilla.
Así como lo leyeron, al Alto Mando le pareció justo permitirles a todos los soldados de las Tierras de Mercurio visitar a sus familias en sus respectivas ciudades de la región al estar cerca de una semana para año nuevo, así fue con los amazónicos y los tártaros. Hacia La Bonita, Clavo de Oro, Parche Cristal, podían tomar ferrocarriles en las ciudades comerciantes y así visitarían a sus familias en tan importante fecha. Para muchos fue la excusa perfecta para soltar lágrimas de felicidad, para otros era de lo más sospechoso.