Apenas los Marine y los Hamlet pisaron tierra firme después de viajar por varias horas en ferrocarril, una multitud imparable se les lanzó encima como una jauría hambrienta. Hasta a Alan Marine se le salió su grito más agudo al tener a tanta gente encima.
Los chicos trataron de sonreír o recibir con afabilidad sus tan apresurados gestos, pero el sofoco fue tal que no podían respirar. Si no fuera por el señor Douglas Hamlet, quien también viajó con ellos, se habrían ahogado entre tantos admiradores: lanzó sus manos callosas por trabajar con metales hacia sus hijos y sus amigos, y los arrastró hasta el interior del ferrocarril.
— ¡Prados! ¡Qué locos! – espetó el señor Douglas — ¿Están todos bien?
La realidad era que no lo estaban, los cinco muchachos estaban agitados y sus pulmones no terminaban por llenarse de aire todavía.
— Hay que buscar otra forma de salir de aquí – lideró Alan apenas pudo ponerse de pie y ayudar al resto —, ¿Qué mierda les pasa?
— Ay, pero se ven tan agradables, seguro nos admiran mucho… — aseguró Rita, con las manos entrelazadas.
Los desesperados y fuertes golpes de la multitud en los vidrios la contradijeron en un instante. Amarel planeó rápidamente una estrategia, que cada uno buscara una salida que no fueran las salidas principales del ferrocarril en cada uno de los vagones. Se agacharon y apretujaron entre ellos para no ser vistos investigando, hasta que Víctor encontró una trampilla en el techo de la locomotora.
Rose tapó las ventanas con las cortinas y salieron con rapidez de allí, y se deslizaron por el techo hasta la otra cara del tren, donde no podían verlos. Si hubieran tenido un espía o un respaldo, así habrían evitado a la multitud en la avenida fuera de la estación, pero no fue el caso. Tuvieron que escapar mediante un taxi a caballos, pero la gente no los dejaba en paz todavía.
— ¡Búsquense una vida! – gritó Víctor en la ventana, pero todos estaban tan apretados que por poco no sacó la parte superior del cuerpo por el hoyo del vidrio.
— ¡Pásenme mi maleta! ¡La más grande! ¡Tengo una idea! – anunció Rose, llena de fervor.
Douglas lanzó la maleta y Rose la abrió a la vez que el vehículo temblaba por culpa de las calles: adentro había frascos llenos de líquidos extraños y burbujeantes, envueltos con un material especial para que no fueran tan fáciles de quebrar. Rose puso, casi instantáneamente, una mesa sobre sus rodillas y fue reuniendo frascos.
Tomó uno que estaba lleno de un polvo cristalizado color blanco y otro lleno de un líquido transparentoso y algo viscoso. Agarró una pipeta para sacó esa agua tan extraña y vertió su contenido por completo en el frasco con el polvo, la reacción estremeció a todos cuando a ella la invadía la determinación: mientras lo agitaba en sus manos, el frasco parecía llenarse de un humo verdoso y aterrador a la vista, mientras que el polvo se hacía dorado como una moneda.
— Víctor, ¿Lanzarías esto por mí? – pidió Rose y Víctor hizo caso, lanzándolo sin miedo.
Se escuchó un estallido breve y luego un poco de gente gritando, los chicos se asustaron y Amarel sacó la cabeza. Vio el experimento de su hermana menor: una poderosa cortina de humo tenía a la gente tosiendo como loca detrás de ellos, pero, al menos, ya no los perseguían.
— ¿¡Qué fue eso!? – gritó Amarel, ahora algo asustado.
— Sólo mezclé ácido clorhídrico con azúcar, eso libera una poderosa cantidad de dióxido de carbono.
El taxi los dejó en una plaza frente a la Calle Cornificia, si los Marine iban hacia el sur después de tres manzanas, llegarían hasta la calle donde vivía. En cambio, los Hamlet hacia el este y después bajarían al sur hasta la plaza frente a la cual vivían, donde antes Hermanos de los Clavos recogía a sus empleados. Tras despedirse con abrazos y fuertes apretones, las dos familias se separaron.
— Ojalá Diago y Lane se hayan salvado de todo eso – Víctor tenía a Galleta cerca de sus pies.
— ¿Quiénes crees que eran? – preguntó Rita a su hermano, quien contemplaba mejor el camino que recorrieron.
— Seguro unos fanáticos bien emocionados – aseguró Víctor.
— ¡No! ¡Idiota! – espetó Alan – Son cazadores de celebridades: apenas ven una, harán lo imposible para tirársele encima y robar todas sus pertenencias, ya sea que tengan valor o no.
— ¡Ay cielos! – dijo Rita con un aire emocionado — ¡Somos famosos!
— ¡Qué bonito perro! – Víctor se distrajo con un cachorro de la calle, hacía meses que no veía un animal que no fuera Galleta.
— ¡Rita! ¡Víctor! ¡Concéntrense! – ordenó Alan a todo pulmón, sus mejillas comenzaron a enrojecerse – Debemos regresar a casa sin generar disturbios, si no somos cuidadosos, estaremos fritos.
— Eso no explica por qué nos persiguen – insistió Víctor.
— ¡Ya les dije! ¡Somos famosos! ¡Como gente de la parte bonita! – Rita liberaba un aura tan alegre que parecía brillar.
— Prados, ¿Por qué me tocaron hermanos tan idiotas? – Alan se masajeó el entrecejo —, ¡Rápido! Si logramos llegar con papá sin pasar por avenidas ni nada de eso, nadie nos reconocerá.
— ¡Lo que él dijo! – apoyó Víctor, dando un brinco hacia el frente — ¡Corramos! ¡Como cabras locas!