La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XXXV

Como si hubiera sido culpa de un intenso susurro, todas las luces del campamento ártico se apagaron. El silencio reinaba y nadie reaccionaba. Todos hacían caso omiso al estruendoso combate que se llevaba bajo el haz de la luna nueva. Francesca Blizzard, cuya gigantesca sombra era inconfundible, lanzó a Lane Le’Tod cual muñeco de trapo por sobre los techos de las tiendas hasta que aterrizara en una atalaya armable de las que solían disponer los árticos. Ignoraban los gritos del muchacho que rompían el aire a diez metros del suelo.

Si no hubiera sido porque cayó sobre una larga bandera, no habría podido vivir para contarlo. El chico estaba aturdido con las rodillas en la tierra, las manos le temblaban: si no se equivocaba, sólo tenía unos pocos minutos antes de que Fran Blizzard lo encontrara. Subió la escalera con rapidez y despejó su mente con el frío rocío de la noche.

— ¿Dónde te escondes? — logró escuchar de Fran Blizzard, sus pisadas hacían un aterrador eco.

El chico respiró hondo para tratar de calmarse, si su instinto estaba en lo cierto, no faltaba mucho para que se reencontraran. La última vez que intentó escapar, le dio una patada tan fuerte que le dio un paseo por los aires. No podía fallar, no debía. Si lograba distraerla o debilitarla lo suficiente, entonces correría hacia el centro de Estanque Hediondo, hacia donde estaban toda la actividad y la mejor ayuda posible. Era capaz de ver las luces del alto movimiento.

Pero la atalaya comenzó a temblar con brusquedad, no le tomó mucho deducir que Fran destruyó los pies de madera con su enorme sable rectangular: Diago se lo había comentado después de que se hubiera desmayado por semejante tamaño. Logró aterrizar grácilmente en la tierra mientras todavía volaban astillas y allí estaba ella: con unos pocos diez metros de distancia de él.

Ella hacía dar vueltas su sable entre los dedos de su mano derecha, creando un retumbar en el aire que lo hacía sudar frío. ¿Cómo un objeto tan pesado podía emitir tal resonancia sólo dando vueltas? Hasta él obligó a sus propias piernas a que dejaran de temblar. No era momento para dejarse intimidar.

— ¿Por qué no solo me dejas ir? — espetó Lane, con rabia.

— Si te dejó ir, arruinaras el plan — Fran se colocó su propio sable en el hombro. Ese objeto seguro debía pesar el triple de la pandilla junta.

— Nada de lo que hacen tiene una pizca de honor, ni de respeto — replicó el chico —. No creí que tú trabajaras así. Pensé que no eras como tu hermano.

— Es sólo un niño, no puedo culparlo por eso — su voz estaba cargada de un odio tan intenso como el fuego de una hoguera —. Te confieso que me es imposible pelear contra ti sin vomitar. Los pradeños son aquellos que no tienen honor: unas desagradables sabandijas oportunistas.

— No sabía que eras de la Orden — recriminó —. Con esos discursos de odio, ¿Cómo no?

— Mi piel está limpia de semejante condena — se puso una mano encima —. La Orden también es incompetente y cobarde, no por nada perdimos Fuerte Polar. Pero la historia ha demostrado, con o sin Orden, que los pradeños son un cáncer para este mundo. Te lo dije una vez…

— No hace falta que me lo digas… una segunda vez — no esperó más y Lane hizo emerger su arco de entre las sombras de su capa —. Nada de lo que dices es cierto, y te lo demostraré.

Un silencio fuerte entre ambos, tan poderoso que sólo se escuchaba el viento cruzar a su alrededor. Lane analizaba sus opciones, no tenía oportunidad peleando contra alguien el doble de su estatura. Sólo si conseguía una pequeña cantidad de sangre, pero ese enorme sable en sus manos no le iba a dar el camino fácil.

Fran entró en alerta, lanzando sus ojos de jade a las manos de su enemigo tan rápido como pudo. Lane sacó su arco y cargó una flecha en menos tiempo que el arquero promedio. Ahí la mujer gigante entendió que, sin poderes de vampiro, Lane Le’Tod no iba a ser una presa fácil.

Arremetió con fiereza hacia él, haciendo vibrar el ambiente con sus rápidas y poderosas pisadas. Dejó caer su sable sobre la cabeza del pradeño, con un grito de guerra ahogado. Sin embargo, cuando fijó mejor su vista, el muchacho no estaba en el blanco, sino a sus espaldas y en el aire. La flecha salió casi instantáneamente, como si tuviera vida propia, y le rosó la oreja con un hilo de sangre.

Quiso darle un manotazo como respuesta, más no lo alcanzó, el chico se había esfumado otra vez entre sus prendas negras. Agudizó su oído y sus pequeñas pisadas se oían a lo lejos. Entró en pánico y fue siguiéndolas con todo lo que pudiese dar. Lane tomó ventaja en menos de un segundo, su plan nunca fue combatir, sino ganar tiempo.

Diago le había comentado, en el pasado, que Fran Blizzard tenía una musculatura tan anonadadora como su tamaño, incluso viéndose como una mujer esbelta de peso regular. Ni siquiera con Aaron y Víctor pudo matarla, su carne era demasiado gruesa para sus armas y su metabolismo neutralizaba el dolor y las secuelas de los ataques enemigos. Jamás iba a conseguir la suficiente cantidad de sangre de ella como para estar a la par, sólo podía pedir ayuda.

Brincando y balanceándose como un simio en la jungla, su capa lo hacía invisible ante los ojos de cualquiera. Sus pasos eran silenciosos y apresurados mientras regulaba su respiración. Llegado un punto en el que las pisadas de Fran ya no ensordecían sus oídos, tuvo un sentimiento de esperanza: la había perdido, justo como lo planeó.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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