La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XXXVI

Un pesado dolor debido a la culpa le invadía el pecho. No podía moverse, levantarse de la silla. Como si sus propios huesos se hubieran tornado en hierro y forzaran su cuerpo hacia abajo. Respiraba con regularidad, pero en base a un alto costo. Hasta la oficina en la que esperaba a su cooperador le estaba pareciendo más pequeña de lo normal. Y la neblina afuera de la ventana tampoco era muy reconfortante.

Se pasaba la mano por el rostro miles de veces, tratando de ignorar la espantosa idea de la tortura a sus amigos. Después de haber hurtado las pertenencias privadas del señor Afflick, confesar los secretos del primer ministro, triangular el hogar de los Le’Tod y de haberlos separados de sus amigos al enfermarlos y hacerlo pasar por un absurdo juego, creyó que no sentiría nada. Que tendría el suficiente coraje para levantar la cara y aceptar la recompensa.

Limitó sus energías a calmar su angustia por Diago, Lane, hasta Bianca que confió plenamente en él. La habitación, en realidad, era bastante cómoda para ser de un hotel. Reclinó hacia atrás la cabeza sobre el borde del acolchado sillón para respirar profundo.

Fue entonces cuando la puerta se abrió de manera estrepitosa y una pequeña figura entró en la habitación. Percy, con un tono suave, lo invitó a sentarse en la mesa de té junto a la ventana y se sirvieron una taza de té de mandarina para cada uno. Incluso teniéndolo al frente, procuraba calmar sus demonios al hacer remolinos en su pelo blanco con un dedo.

— ¿Trajiste mi pago? — comentó Aaron, ya prestándole atención.

— Completito, seis millones de Rolias en efectivo — confesó Percy casi cantando y sacó un maletín de cuero color vino.

Apenas lo habría sobre la mesa, Aaron sintió un escalofrío tan excitante que podría desmayarse. Paquetes ordenados simétricamente, cada uno con diez mil Rolias en efectivo. Unos billetes tan coloridos como codiciados.

— Muchas gracias — Aaron tomó el maletín y lo cerró para empujarlo de regreso, extrañando a Percy Blizzard.

— ¿Qué ocurre? Tómalo, es todo tuyo, el plan fue un éxito.

— Todavía no hemos terminado — insistió, arrojándole el maletín de regreso a través de la mesa —. Sólo es el comienzo, no hemos terminado con sólo sentarnos aquí a tomar té.

— No reclames Aaron, no voy a pagarte más — Percy volvió a empujar el dinero dentro de la maleta —. Este es un pago completo por todos tus esfuerzos. Cualquier cosa, mis Fantasmas se encargarán.

— Me niego a irme sabiendo que moriremos por tu arrogancia — Aaron puso fuerza del lado opuesto del maletín.

— ¿Arrogancia? — Percy se burló — Tú eres el arrogante cuando no fuiste más que un mediador. Yo, en cambio, soy un ártico con mucha experiencia en este juego.

— Y yo un pradeño albino con muchos talentos para este tablero — volvió a empujar, aplicando todavía más fuerza —. No puedes mentirte a ti mismo asumiendo que sólo tus Fantasmas serán suficientes: por mí supiste dónde buscar, por mí lograste acorralar a Diago y a Lane, por mí Jedrek es el líder de la Rebelión. Hacerme a un lado sería estúpido.

Percy frunció el ceño con una desgraciada bufonería, para él era otro caprichoso y codicioso guerrero. La forma tan estridente en la que quería mantener la charla le recordaba a uno de los viejos berrinches de su hermana Queenee.

— Te escucho Bloody, ¿Qué quieres?

— Sólo es una acotación de momento — aclaró aleteando una mano —. Akali y Skycen siguen allá afuera y continuarán buscando justicia para los Le’Tod, para tu hermana y para su propio honor. ¿Recuerdas Fuerte Polar? Ellos demostraron ser unas completas bestias cuando de cumplir objetivos hablamos.

— Yo también soy una bestia — se burló Percy —. ¿Sabes qué? Quédate, pide comida, tira el dinero, no me interesa.

El chico Blizzard estuvo más que dispuesto a traspasar la puerta, pero Aaron lo atrapó en el último instante al sujetarle la muñeca. Percy giró con brusquedad, impactado, y el peliblanco tenía clavado en él una mirada temblorosa. El príncipe se había logrado soltar al sacudir su brazo con todas sus fuerzas, pero él quedó hacia el centro de la habitación y el pradeño de mechones pálidos en su camino a la puerta.

El rubio quiso reírse de su desesperación porque se quedará, como si fuera un perrito faldero angustiado por no salir con su dueño. Pero no nació esa valentía, puesto que Aaron bloqueaba su camino de una manera muy belicosa: adonde fuera, él interfería con el pecho en alto y una respiración muy calmada. No obstante, Percy no fue presa de la presión, había un aura tan natural y pacífica: ya lo había leído apenas entró en la habitación, no quería someterlo hasta que les prestara atención a sus advertencias, sino una simple conversación.

— ¿Te consideras una persona valiente? — cuestionó Percy. Sin querer habían empezado a dar vueltas con lentitud uno alrededor del otro.

— Me considero alguien más curioso y paciente, sé bien cuándo dar el primer paso. Escúchame.

Aaron fue desafiado cuando Percy dio unos pasos hacia adelante, directo hacia él. ¿Estaba probando su valentía, su propio ego? Sin embargo, el peliblanco no se dejó quebrantar, así trabajaba Percy. Quería que lo empujara como forma de defenderse, para que entrasen sus Fantasmas. Sabiendo eso, Aaron cortó la distancia con él y sin quitarle los ojos de encima.



#10362 en Fantasía
#14180 en Otros
#1773 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.