La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XXXVIII

Los Marine emprendieron una nueva misión a las primeras horas de la mañana, apenas el quinto día del año ciento uno y para ellos no fue más que un maratón. Espías insurrectos de la Brigada de Espías, tres aliados muy útiles, llegaron a Nido de Colibríes la noche de ese mismo día y confirmaron la presencia de hurracas, Fantasmas de la Escarcha y huellas de tacón casi tan grandes como un sillón.

«Las huellas nos llevan a una zona baja de las alcantarillas del pueblo» emitía la carta enviada a la señorita Worgaine y al señor Skycen «Necesitamos refuerzos, podemos acorralarlos ahora. Así debe ser cómo se esconden a los ojos del público: bajo las tuberías. Si conseguimos rescatar a los vampiros, será más fácil delatarlos y acabar con ellos. Debemos encontrarnos al mediodía en la siguiente ubicación»

El sol de Nido de Colibríes golpeaba con fuerza y los barcos de vapor dominaban los alrededores. Techos azulados con calles apretadas entre sí. Como en la Morada de Mercurio, pero mucho más pequeña. Su centro de poder fue, alguna vez, la familia Cerastes y La Columna, su hogar natal en las montañas. Antes de que los lincharan o varios de ellos desaparecieran sin dejar rastros.

Gracias a la tutoría y guía de Worgaine, Alan se disfrazó de un limpia ventanas con la cara lleno de hollín para poder ocultar su martillo como un deshollinador; Rita se hizo pasar por una muchacha pelinegra institutriz, repartiendo folletos falsos a padres con niñitas en un remoto parque, ocultando su mayal en un gran bolso de profesora; por último, Víctor tomó el papel de un músico callejero, guardando su katana en un estuche de clarinete.

Llegado el mediodía, como se planeó, los Marine se adentraron a las tuberías a través de una entrada oculta en un bar subterráneo. Apenas pudieron tenerse cara a cara, sin nadie que tuviera ojos chismosos, se desvistieron lo antes posible en la oscuridad: podrían encontrar cualquiera allá abajo, necesitarían ropa cómoda para el combate.

Alan desnudó a su martillo de ese espantoso disfraz, apenas lo contempló como siempre había sido, hasta le provocó besarlo. Rita vació su bolso y sacó una lámpara junto con su mayal de siempre. Víctor aprovechó para destapar el suelo tras arrojar el estuche de clarinete, ignorando el olor. Los espias alaiados todavía no aparecían, lo cual los sumía en cierta preocupación.

— ¡Vaya! Aventuras por las alcantarillas — Rita daba saltos entre pierna y pierna para entrar en ambiente — No hacemos algo así desde Fuerte Polar. Ay… Estoy emocionada.

— No te mientas, Rita — replicó Alan, balanceando su martillo, recordando sus técnicas —. Si Francesca está allá abajo, debe ser todo menos divertido. Esa gigante… Será carne de mi martillo.

— ¿Podemos evitar las expresiones jocosas? Es ridículo — sacó Víctor en cara.

— El punto es que… Podemos encontrar cualquier cosa. Debemos estar listos. ¿Bien? Vamos.

Tras colocarse los brazaletes, se lanzaron a las profundidades apestosas de Nido de Colibríes, casi disparados y sujetándose de los barrotes de la escalera. Una fuerte estrategia recitada por el señor Skycen les daba valor ante todo pronóstico: si se encontraban a Fran, evadirla o bloquearle el paso era la única manera de sobrevivir y cambiar su destino; si eran Fantasmas, sería una prioridad eliminarlos antes de que esparcieran la alarma de su presencia; pero si encontraban a Diago, a Lane o Bianca, los sacarían con inmediatez de ahí.

Recorrieron las alcantarillas a toda velocidad, brincando sobre tuberías, columpiándose por sobre ríos de agua puerca, hasta pisando cochinas y grises ratas. Rita iba al frente con la lámpara mientras Alan cuidaba la retaguardia. Antes habían hecho puras misiones de reconocimiento trabajando juntos, pero fue momento de un cambio, por el destino de sus amigos.

Siguiendo las instrucciones de sus compañeros espías, la pista del paradero de Fran Blizzard llevaba hacia una habitación secreta en el quinto nivel subterráneo. Llegar hasta ahí era lo fácil, pero salir sería una odisea mucho más peligrosa. Al otro lado de un negro río, una puerta pesada decidía su destino. Sin importar qué tan agitados estuvieran, intimidados por su enemigo, no tenían más opciones.

— ¿Qué haremos si Fran Blizzard está adentro? — masculló Víctor, con la mano en la empuñadura de su arma ya.

— Hacemos lo que dijo el señor Skycen, evitarla o distraerla, no podemos pelear contra ella — dijo Rita, pegada a la pared.

— Todo dependerá de qué conseguimos adentro, hay que entrar ya — salió Alan y sus hermanos asintieron.

Alan pateó la puerta con rapidez y se adentraron a las sombras. Un pasillo con barandilla que llevaba a la misma oscuridad, gracias a la luz, contemplaron una encrucijada que daba a otras puertas iguales. Víctor pateó una roca hacia las bordes ennegrecidos por la falta de sol, tuvieron que esperar cerca de cien segundos para escucharla rebotar contra el suelo.

Avanzaban con lentitud, hasta Alan chocó la punta de su martillo dos veces contra el suelo sólo para intimidar a quien sea que estuviese ocultándose: una fuerte caída a aguas poco profundas los esperaba a sus costados, no podía haber nadie vigilando y tener ventaja posicional. Llegados al cruce final, un fuerte olor a carne cruda y a una humedad peculiar los dominó.

Alan tomó la linterna y, con un movimiento medidor de su martillo, movió el extraño objeto que colgaba frente a ellos: tres cadáveres despojados de sus prendas, sujetados del cuello por una soga, con letras grandes y rojas rodeando el vientre de cada uno. Hechas a pulso y cuchillo, la misma violencia que profanó a los corceles el año pasado.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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