La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XL

Bianca sufría del espantoso temor a ser descubierta entre las paredes, ya pasó un día desde su escape y apenas logró cruzar la puerta. Los espacios cerrados se tornaron un infierno para ella tras encontrar la salida sólo escalando, retorciéndose por lugares pequeños y rasgando yeso viejo. Los Fantasmas llevaban horas buscando su paradero, sin saber que escuchaba sus planes desde dentro de las paredes.

— Lady Fran no ha matado al vampiro más joven — confesó una de ellos en el segundo piso —, al menos no todavía. Espera órdenes de Lord Jedrek. ¿Cuánto tarda un ave mensajera en llegar hasta acá a Burgo Gris?

— ¿Qué tanto esperan para matar a esos monstruos? ¿A qué se transformen de nuevo y acaben con nosotros? — se quejó su compañero.

— El mayor parece que sí están investigándolo, para saber si pueden inducir sus poderes en Lady Fran. El otro está en el refugio privado de Lady Fran bajo el pueblo, hasta donde sabemos, no lo ha matado todavía. Creo que espera a humillarlo o algo así, ella siempre se toma muy personal esas cosas.

— No puedo esperar para salir de este país. Los Pradeños me enferman.

Mientras gateaba entre el polvo, con la madera apachurrando sus hombros, Bianca era dominada por la espantosa idea de enfrentar a su hermana cara a cara. Sin embargo, se centró en salir del edificio: abrió un hoyo en el techo del recibidor para caer en completo silencio y sigilo, para terminar en el callejón a su izquierda.

La única manera de entrar a las profundidades del pueblo era por las alcantarillas, si no entendió mal. La espantaba la idea de recorrer kilómetros de los deshechos de la gente del pueblo. Pero Lane, alguien en quien podía confiar y él en ella, yacía prisionero bajo los edificios y la calle misma. Salvarlo y regresar con la Rebelión, eso dominó su mente y brincó hacia las apestosas profundidades.

Fueron largos trayectos por pasadizos húmedos y pestilentes, avenidas subterráneas con una calle de agua turbulenta y oscura. Las ratas eran gordas como gatos y brincaban sobre sus pies con medias. No supo hacia dónde ir con exactitud hasta escuchar unos pasos bajando por una escalera: desde una esquina, contempló como una Fantasma partía hacia las oscuridades con unas llaves en mano.

Vio la oportunidad y brincó sobre ella con sigilo, asfixiándola y reteniéndola. Pese a ser esbelta, ella ocultaba una fuerza digna de un soldado, la suficiente para aturdirla y dejarla inmóvil. Después de ser capturada, no le daría ninguna muestra de piedad a otro Fantasma de la Escarcha.

Tuvo la idea de entintar su cabello rubio con la mugre del ambiente, para pasar desapercibida. Se vistió con la túnica negra con copos de nieve y los zapatos de su adversaria y emprendió el camino que esta debió tomar. Halló un gigantesco túnel con techos hondos, según ella, debía ser el acueducto principal. Pero lo importante ahí fue que era tan grande como para ser un pasadizo para un gigante.

Divisó una puerta de hierro tras un puente sobre el agua, bajo las luces de emergencia. Las llaves que le quitó seguro la abrirían, y así fue: con un rechinante sonido, reveló una habitación espaciosa llena de velas de cera, con una descomunal figura sobre una silla contemplando un ser de brazos largos.

Un escalofrió consumió su cuerpo, quiso dar a paso moderado, pero se vio dando pasoso demasiado lentos. El olor a sangre coagulada inundó sus fosas nasales, mantuvo las manos en frente. La cabellera rojiza de su hermana se volvió hacia ella.

— ¿Qué es lo que ocurre? Estoy comiendo — se quejó Francesca, con la boca llena de bollos con queso.

— Lady Fran, la princesa escapó — profirió Bianca con una nueva voz, mucho más grave que la usual, pero con un nivel de naturalidad más que convincente. Usó el cuello de la túnica para cubrirse mejor —. El joven señor Percy quiere que lo ayude en su búsqueda, no aparece desde ayer. Él cree que su tamaño podría abarcar más terreno.

— Que absurdos son la brigada de los Fantasmas — reprochó, respirando hondo y tronándose la espalda —. Voy en seguida, pero cierra la puerta. No dejes que escape.

Pasaron los minutos en los que Francesca se fue de la habitación hasta llegar al final de los canales subterráneos, con una salida igual de grande que ella. Bianca fingió el papel de un guardián por un tiempo, pero cuando entró en ella la seguridad de que nadie más estaba con ella, se adentró deprisa.

— ¡Lane! — gritó ella, cerrando la puerta detrás de ella. Su amigo sufría de una figura deplorable: cabello grasoso, piel hasta los huesos, una ducha de sudor y una piel verdosa por los moretones y la batalla. Sin mencionar la profunda costra en todo lo que era su estómago superior.

Bianca abrió los grilletes de sus manos y lo atrapó con dificultad, los labios morados de Lane sólo emanaban gemidos de fatiga. Sus piernas y brazos sufrían atrofiados, apenas podían ponerse en pie.

— Comida — gimió él.

— ¿Comida? ¡Lane! Debo… ¿Podría llevarte a un médico? — sugirió Bianca antes que Lane la empujara a un lado y saliera por la puerta.

Bianca fue detrás de Lane, quien comenzó a dar zancadas con la facilidad de un atleta. No comió en varios días y nadie trató sus heridas, pero su cuerpo daba justo lo que quedaba de energía en él. Justo cuando se detuvo, Bianca escuchó unos gritos que fueron silenciados de inmediato.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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