La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capitulo XLII (PARTE 1)

Aaron se abalanzó contra la puerta de una vieja casa apenas pudo, le apuñalaron un costado cerca de las costillas, un muslo y cerca de la cintura. Su vista era nublosa, apenas pudo reconocer los muebles cubiertos por mantas blancas. Se lanzó a la cocina de la casa, donde encontró unos cuantos hilos con los cuales, tras lavarlas con agua y jabón, se cerró a sí mismo las puñaladas de Los Fantasmas.

Debilitado y con una respiración muy pesada, empujó la puerta del sótano. El ruido de Los Fantasmas de la Escarcha se escuchó en las calles afuera de la casa. Se metió de cabeza hacia las escaleras, pero terminó rodando los escalones faltantes con mucho dolor.

—¿Por qué te esfuerzas tanto? ¿Por qué te aferras a la vida? —escuchó que le carraspeaban en el oído.

Aaron se arrastró en medio de la tierra y se apoyó de la pared. Comenzó a llorar y a soltar quejidos muy fuertes. Cada respiro provocaba un dolor ardiente en todo su torso.

—Por favor, es demasiado para ti. No eres más que un desperdicio…

—¡Cállate! No quiero oírte, no me importa lo que creas.

—Pero si te importan tus propias posibilidades, siendo ese el caso, no me quita la razón, ¿No? ¿Por qué te esfuerzas tanto por gente que te cree un traidor?

—¡Cállate, Garold! ¡No voy a escucharte!

Vio a su hermano hacia la esquina de la habitación, con las rastas que siempre usó cuando vivían juntos. Aaron no sabía en qué creer, si en sus propios instintos o en sus propios ojos.

—Esos amigos tuyos, pueden estar allá afuera, pudieron tomar tus pistas y las oportunidades que les dejaste y es obvio que nunca te buscarán ni se preocuparán por tu bienestar. Eres brillante, sagaz y despiadado, ¿Por qué insistes en pelear por ellos?

—Tú no lo entenderías, eres asqueroso… Te odio, te odio y siempre te odié…

La imagen de Garold volcó los sentidos de Aaron cuando lo tomó del mentón. ¿De verdad estaba ahí? ¡Acaba de tocarlo!

—Ódiame todo lo que quieras, pero soy lo único que tienes, y Yélix también —masculló en su cara sangrante y sucia—. Ahora sangras por personas que nunca te buscarán y, aunque te encontraran por simple obra del destino, no se molestarían en recogerte ni en escucharte.

—Solo dime que quieres… ¿Qué debo hacer para librarme de ti después de tantos años?

—¿Librarte de mí? —Garold rio de una forma tan real como aterradora— Jamás te abandonaré, jamás encontrarás a alguien para reemplazarme… Soy lo único que tienes, al final, la escoria siempre se queda con la escoria.

—¡SÍ LO LOGRÉ! ¡Te reemplacé y no te necesito! ¡Me sacrifiqué y no me importa, no me apena lo que hice y que no tenga recompensa! ¡JAMÁS LO ENTENDERÍAS!

Y Aaron le propinó un puñetazo a su hermano mayor en toda la boca y desapareció. Siempre estuvo solo, con sus propios ideales. No había luz solar, ni aire circulando, solo frío.

 

 

La figura de Francesca Blizzard opacó el sol de inmediato y con una sonrisa jocosa, levantó su enorme sable rectangular. Los Marine quedaron como simples niños apunto de llorar, Amarel apenas era una pulga indefensa. La gigante preparó su arma y, antes de lanzarla contra ellos, sufrió dos fuertes tajos en cada uno de sus hombros. La sangre chapoteó y a ojos de los muchachos era espesa como el lodo.

—¡Váyanse! —ordenó Skycen, haciendo girar sus Hojas de la Tormenta a toda velocidad y acorralando a Fran contra una casa— ¡Sigan con el plan!

Los muchachos no perdieron más tiempo y salieron de allí con todas sus fuerzas, siguiendo las órdenes de su maestro. Skycen no pudo esquivar una patada poderosa y fue arrastrado lejos. Cuando él menos se lo esperó, unos quince Fantasmas de la Escarcha emergieron desde las casas y, bajo un grito único de guerra, se lanzaron al combate.

Fran se mantuvo en la retaguardia, bajo la esperanza que esa montaña de esbirros acabaría con Maximilian Skycen en un dos por tres. No obstante, no pudo estar más equivocada, porque una poderosa explosión emergió desde el centro de la multitud. ¿Una bomba, acaso? Los Fantasmas fueron mutilados, dos cayeron empalados a sus pies. No fue una bomba, sino Skycen con su talante estilo de combate.

“Arte de las Hojas de la Tormenta. Primera Técnica. Chillidos del Abismo” recitó él apenas midió la distancia: un huracán de cortes puros y rápidos a su alrededor.

—Fascinante —masculló Francesca.

—Jamás me vi en esta situación —confesó Skycen cuando la tuvo en frente, con el cuello atrofiado de tanto ver hacia arriba —. Luchar contra un gigante. Es raro encontrar a gente como tú que haya vivido tanto tiempo. Nunca me imaginé que tuviera que hacerlo.

—Una vez íbamos a pelear juntos, te llamaron a las armas hace diez años y lo rechazaste.

—La Rebelión de Sédalo —dijo Skycen, nostálgico—. Fue una época difícil, verte aproximarte con tu sable en el campo de batalla, lleno de nieve, debió ser aterrador. Pero atacaste a Lane, te metiste con mi ejército —Él levantó una de sus Hojas hacia ella, marcando su objetivo—. ¿Aterradora? Patrañas. No tiene nada de aterrador un ser tan despreciable.

No se tomaron más rodeos y se lanzaron uno hacia el otro: cuando él buscaba zafarse de ella, Fran cortaba a través de las casas o las derrumbaba con su cuerpo. Aunque Skycen siempre le dejaba uno que otro corte veloz.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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