La Reina

Prefacio

18 • Mayo • 2010.

—Ya va para allá… Que estén listos —se escuchó el llamado vía radio de uno de los policías que se encargarían de llevarla.

—¡Entendido!

Llevaba los pies descalzos a los que únicamente los cubrían las calcetas blancas; los pantalones holgados y la playera de manga, ambos del mismo color, un naranja opaco que escondía el propósito de su verdadera belleza; las cadenas abrazando sus muñecas blancas y cansadas, descendiendo a sus tobillos dificultándole el andar.

—¡Entra! —se escuchó el grito de una de los oficiales abriendo la puerta de hierro.

Al otro lado se encontraba Luciana Campos, la joven becaria que tras una infinidad de peticiones y suplicas enviadas por correo, al fin le entregaron el permiso para entrevistarla.

Un ruido destructor de oídos, así es como lo describirían todos los presentes que fueron testigos de cómo la enorme puerta se cerraba. Fue entonces que la señorita Campos la pudo ver. Una apariencia desagradable, nada de ella quedaba de la mujer tan hermosa que había sido en su pasado y momento de gloria. Su cabello rubio ahora estaba tieso y enmarañado, la piel un tono blanco como la de los muertos, los labios resecos hasta el grado de despellejarse dejando ver su sangre. ¿Qué había sucedido con ella?

—Tienes cinco horas, no más —aclaró uno de los oficiales saliendo y dejándolas solas.

El silencio reinaba, igual que como alguna vez lo hizo ella.

—Señora Raquel —Luciana era la encargada de terminar con eso y comenzar una nueva historia—, me llamo Luciana Campos y vengo a entrevistarla para…

Raquel cortó.

—Seguramente para lo que muchos buscan a grandes personalidades: crear un libro, historial o una película sobre su vida. Nada nuevo en este mundo —aún con las cadenas puestas, se recostó en el respaldo de la silla y cruzó sus piernas como la mujer tan delicada que solía ser. Después encendió un cigarro y lo fumó.

—Quisiera saber algo de su vida. No es necesario que…

—Calla… —levantó una mano guardando el silencio— ¿Por qué solo te interesa saber algo cuando lo puedes saber todo?

—Eso dependerá de lo que usted me quiera contar.

La señora soltó una carcajada que dejaba ver esos dientes amarillentos dejados por los años, recalcó las arrugas de sus ojos y la señorita Campos no pudo evitar comprarla con alguien más.

—¿Alguna vez escuchó hablar de su contraparte?

—Sí, todo el tiempo de mi vida. Sólo que a diferencia de ella, yo no era dueña de los mares, sino de los juegos ilícitos que guarda el poder del derecho.

Ella siguió fumando y Luciana imaginándola en un tiempo diferente, cuando su libertad alimentaba de vida a esa belleza, cuando todos se alegraban al verla bajar de aquella camioneta blindada, y cuando Raquel Arizmendi era llamada «La Reina».

—¿No me piensas grabar? —preguntó.

Luciana lo había olvidado, estaba tan intimidada por su titánica presencia que perdió la noción de las cosas, e incluso había olvidado respirar; lástima que los latidos de su corazón no dependían de ella, sino también los hubiera detenido.

Levantó de su mochila una grabadora de casete que cargaba a todas partes, la colocó en la mesa frente a ella y miró su rostro. Un rostro de recuerdos, algunos gratos y otros odiados, pero que todos conducían a un mismo objetivo: conocer la vida de aquella misteriosa narcotraficante que, a diferencia de una mujer ya reconocida, en ésta había todo el sentimiento de amor y cariño, respeto y grandeza. Raquel Arizmendi tiene una historia, la historia de La Reina.

—Bien, señora Raquel. Puede comenzar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.