La Reina

TRES (Parte 1)

En el escritorio de Horacio Peña se apagaron las luces y el viento desintegró la flama de lumbre que brillaba en las velas aromáticas. La sensación regresó a él tan familiar, tan fuerte y realista; y no precisamente cómo una heredera que representa un riesgo para él, sino como un hombre poderoso del que dependió toda su vida. Se levantó echando la silla hacia atrás y apoyándose en el bastón de madera, pues a pesar de que el hombre no era de una edad avanzada, el tiempo ya había causado estragos en él.

Al recorrer las cortinas de la enorme ventana, la vio. Ahí estaba ella, tan bella, tan imponente y digna hija de quien era.

—¡Héctor! ¡Héctor!

—¿Me llamaba, señor? —llegó a él el jefe de guardias.

—¿Ya viste quien acaba de llegar?

—Así es, señor.

—¿Le compraste lo que te encargué?

—Está cerca del viñedo, señor.

Horacio ya no dijo nada, se ajustó el traje y bajó presuroso. En la entrada sus guardias le abrieron ambas hojas de la puerta y pudo encontrarse a Raquel en su glorioso regreso.

—Bienvenida, Rachel.

La bella mujer lo miró, no le sonrió puesto que no necesitaba ni debía hacerlo.

Él le ofreció su brazo.

—Hola tío.

—No sabes el gusto que me da verte, bonita. La casa siempre no es la misma con tu ausencia.

Raquel aceptó los elogios, sin embargó no le creyó nada.

—¿Cómo han estado las cosas en todo este tiempo, tío?

—Las cosas no han cambiado. Afortunadamente las ganancias se han mantenido en estabilidad, no he necesitado recortar personal, ni tampoco ha habido casos de vándalos profanando los muros. También, querida sobrina, aprovecho para decirte que te tengo dos importantes sorpresas; la primera es que, si las cosas continúan bien, para el año que viene podré remontar la idea que mandó a la quiebra a tu padre, los vinos. La diferencia es que yo sí sabré cómo administrarla sin que me hunda.

—¿Continuaras con la producción de vino?

—Así es, con el cambio de que ahora la marca llevará el apellido Peña.

El entusiasmo de Raquel murió junto con el antiguo nombre.

—¿No te agrada la idea?

—Suena interesante, siempre y cuando el sabor y la calidad sigan siendo los mismos.

—Bueno, ahora pasemos a la segunda sorpresa. Acompáñame por aquí.

Llegaron al patio trasero de la casa, cerca de la alberca y en donde los arcos que daban entrada a los árboles de las uvas comenzaban. Frente a aquellos arcos se hallaba estacionado un BMW-M1 del 78, un auto que en su tiempo fue considerado de fama y alto costo.

—¿Qué es eso? —preguntó Raquel sin poder creerlo.

—Es mi regalo de bienvenida.

—¿Es mío?

Horacio le entregó las llaves.

—Completamente.

—No sé qué decir. Estoy sin palabras.

—No digas nada y solo pruébalo.

Pero el agotamiento le hizo rehusar esa posibilidad.

—No. Yo creo que será en otro momento, me siento muy cansada por el viaje y solo quiero dormir. Mañana saldré a dar una vuelta en él.

Fue así como Raquel volvió a la casa dejando a un Horacio extrañamente inconforme.

En el transcurso de la noche, Raquel conmemoró su regreso volviendo a colocar los cuadros de su familia en su sitio, viejos y desgastados quedaron en el mismo lugar que ocuparon antes de su ingreso a la universidad, y entre todos ellos una libreta ilustrada y escrita a mano que entre sus amarillentas hojas seguía detallando la inolvidable vida de La Bandida.

Fue una clara verdad que la joven vivió innumerables cosas y recuerdos en el lapso de esos cinco años en La Nava, pero lamentablemente tenemos que regresar a lo mismo: a esta joven le faltó amor, cariño y una firme pero suave explicación de lo que sucedió con su pasado, no palabras crueles, palabras directas que nunca debieron utilizarse en una niña de seis años. Por más que lo intentó, las amistades que logró cruzar en la universidad fueron escasas y cortas, ninguna de ellas llegó a ser tan fuerte como para dolerle a su partida. Sin embargo, y solo entonces, ahí estaba ella; en una vieja hoja blanca de libreta se seguían conservando los viejos trazos y borrones de grafito que consolidaron el sencillo retrato a mano de Constanza Peralta. Raquel acarició por última vez aquel dibujo y soñó con volver a tener noticias de ella algún día. Pero cuando los dedos de la joven arrugaron el lienzo para romperlo, una piedra rebotó en el vidrio de su ventana.

—¿¡Celebramos!? ¡Tengo vino! Solo no lo digas, se lo robe a tu padre —Constanza se hallaba en el borde alto de la barda.

Desde aquel punto no solo alcanzaba a tener una perfecta vista de lo que era la habitación de Raquel, sino que también tenía un perfecto punto ciego para los guardias nocturnos que todo el tiempo se la pasaban de un lado a otro patrullando la entrada y el viñedo.

Raquel sonrió. Una luz de felicidad le iluminó las mejillas que desde hace tanto tiempo no se le veía. Abrió con cuidado la gran ventana y salió dando pasos lentos y bajando hasta llegar a la cerca de entrada. Entre los altos barrotes pudo ver y sentir las frías manos de Constanza.




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