La Reina

CINCO

—¿Horacio, Horacio Peña? Será mejor que te vayas olvidando de entrar a esa casa y salir viva —Alonso se apartó de la ventana.

—No es para tanto. Raquel y yo sabemos entrar a esa casa sin que nadie se dé cuenta.

—¿Y tú por qué entrabas a esa casa?

—¿Yo? Bueno, en realidad… Entraba por algunas uvas del viñedo. Así conocí a Raquel.

—Mamá, ¿la estás escuchando? Entraba a la residencia Peña a robar.

Pero Ester únicamente los observó en silencio.

—No las robaba, las pedía prestadas.

—Bueno. Suponiendo que pueden entrar a la casa, ¿qué va a suceder si la libreta no está, o es solo una falsa historia la que se les contó a ambas?

—Al menos lo intentamos.

—Olvídenlo. Las dos están locas. Esa casa ha de tener una seguridad impenetrable ahora que Raquel desapareció.

—No es justo mezclarlos en mis asuntos —Raquel comprendió la antipatía de Alonso—. Si alguien tiene el deber de regresar a esa casa, tengo que ser yo; y no precisamente para esconderme, sino para darle la cara.

—¿Y qué va a pasar cuando te encuentres con él? ¿Se van a saludar, a pedir perdón y harán de cuenta que nunca pasó nada?

—Ese no es el asunto, Constanza. No puedo seguir corriendo de un lado a otro. Quiero ver a Horacio y saber si tiene el valor civil de decirme toda la verdad.

—No lo hagas tan buen hombre, Raquel —rugió Alonso—. Si tiene la oportunidad, va a matarte.

—Entonces que me lo diga él.

—Es eso, ¿verdad? —Constanza la miró a los ojos —¿Sigues sin creer que quiere lastimarte?

Su amiga ya no respondió nada.

—¿¡Estás ciega o qué es lo que te pasa!? No va a decirte nada, simplemente te hará creer que todo fue un accidente y que la bomba no la mandó a poner él. No importa cuánto diga quererte o a qué país del mundo te envíe, cuando tenga la oportunidad se deshará de ti.

—Déjenla que se desengañe sola—finalmente se escuchó la voz de Ester.

La mujer sostenía la famosa cazuela de papá AnaCleto, y sin decir nada más por el momento, solo se acercó a Rachel.

—Perdón…

—No digas nada, hija. Es imposible que veas como a un asesino al hombre que ha tomado el lugar de padre durante tantos años. Nosotros no te conocemos, por lo tanto es imposible que creas en nuestro lado de la historia. ¿Quieres ir y enfrentar la palabra de Horacio Peña? Ve, pero llévate esto —del interior de la cazuela, y envuelta en varios paños, Ester le colocó en sus manos una pequeña arma de alto calibre —. Y solo ten en cuenta una cosa, Raquel: tú puedes sentir cuando algo no anda bien, cuando lo sientas, no esperes a que el hombre haga sus movimientos, ¡dispárale!

—Ni siquiera sabe utilizar un arma.

—Eso no lo sabes, Alonso. Las más calladas pueden ser las más sorprendentes.

—Y después de que lo mate, irá a la cárcel el resto de su vida.

—No precisamente —Ester levantó la mirada y ahí estaban los ojos color cielo de Raquel—. Puedes testificar que todo sucedió en defensa propia. Escucha la versión de los hechos, pero sobre todo, oblígalo a decirte la verdad.

Rachel concluyó con una fingida sonrisa.

San Felipe, Guadalajara.

Si el silencio del primer viaje se hizo pesado, el que sucedió aquella tarde fue todavía peor. Esta vez nadie se atrevió a decir algo o a iniciar una conversación trivial. El sol comenzó a ocultarse pausadamente dejando una carretera oscura y solitaria, y a su vez, en el rostro de todos se apreciaba una cruda penumbra y miedo.

—¿Vas a entrar sola? —la cuestionó Constanza cuando ya estaban frente a la casa.

—Tengo que hacerlo. Ustedes pueden irse, las cosas que pasen de ahora en adelante serán mi responsabilidad. Gracias por todo— Raquel bajó, intentó hacerse la fuerte no volteando hacia atrás y cortando con palabras lo que no podía cortar con hechos. Lo que menos necesitaba era ver y sentir el rostro abatido de su mejor amiga.

El muro estaba ante ella, tan grande, peligroso y oscuro como siempre lo había sido. Y sin nada más de qué arrepentirse, solo subió a él. Era obligatorio no mirar hacia abajo, ya no estaba Constanza sosteniendo una caída imaginaria; ahora con el simple hecho de resbalar, podría incluso costarle la vida a Raquel.

—Quién iba a imaginar que ésta sería la forma en que entrara a mi propia casa, papá —pensó.

Dentro de la residencia Peña, Horacio caminaba a paso apresurado, o al menos al paso que el desgaste de sus rodillas le permitía alcanzar. Detrás de él lo venía cuidando y escuchando su mayor guardia de seguridad.

—Ha sido una semana buena, señor —Héctor lo decía por la gran cantidad de billetes que el licenciado llevaba en las manos.

—No puedes llamarle buena a esto. Dime, ¿qué han sabido de ella?

—La seguimos buscando, señor, pero nadie tiene noticias suyas.

—Eso no es posible. No se pudo haber desvanecido en el aire. Por lo que más quieras, Héctor, que la sigan buscando.

—Hacemos todo lo posible, señor.

—Ya pasaron tres días y nadie sabe nada. ¿Te das cuenta de lo que puede sucederme si Raquel se entera de cómo fueron las cosas?

—No tiene de qué preocuparse. Si la señorita supiera la verdad, usted ya estaría en la cárcel.

—La estás subestimando, Héctor. Raquel es más inteligente que tú y yo juntos. Que su inocencia la ciegue de ciertas cosas, es algo muy diferente.

—Créame señor, usted labra su suerte.

—Ve a revisar la seguridad y vuelve a la búsqueda. Tienen un mes para que aparezca, de otra forma, tendré que meter mis manos en este asunto.

Horacio se había quedado solo. Caminó de la caja fuerte, hasta su escritorio en donde se sirvió un fuerte trago de licor y luego lo bebió mojándose el cuello de la camisa; pero al querer darse la vuelta, una figura oscura ayudada por la poca luz de la ventana se proyectó postrada en el sillón.

El hombre se quedó pálido.




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