La Reina

SEIS

Un amanecer que ya se sentía familiar. Con los ojos irritados y el cuerpo lastimado, Raquel se hallaba sentada en la sala de la casa —esposada por la policía— esperando a que alguno de los investigadores diera la orden de trasladarla a prisión, pues según ellos, hasta ese momento se intentaría corroborar la versión de su historia. Hasta el momento la defensa la protegía, los actos ocurridos la noche pasada estaban fuertemente conectados con el auto bomba, pero la pregunta para la policía seguía estando presente: ¿y quién puede asegurar que toda la historia es verdadera?

—¡Ella es inocente, Horacio Peña intentó asesinarla! —le gritaba Ester a la barrera de policías que le impedían el acercamiento a Raquel.

Rachel intentó levantarse, buscaba consuelo, pero los guardias la devolvieron al sofá.

—¡Cálmate Raquel, yo me encargaré de que te liberen!

—¡No quiero ir a la cárcel, no permita que me detengan!

—No va a pasar nada, cielo. No llores.

Pero llegado el medio día, a Raquel se la llevaron. Los policías la custodiaban como si fuera una criminal de alto peligro, e incluso le llegaron a pegar cuando ésta se rehusó a abordar el coche patrulla con tres uniformados dentro. Se reían de ella, jugaban e incluso se lanzaban bromas presadas que en todo momento estuvieron referidas a ella.

En el corredor se escucharon un par de zapatos que caminaban sin prisa ni sentimiento, unos segundos después se abrió la puerta del cuarto de interrogatorio en donde Raquel había esperado durante horas una respuesta de la policía, y se presentó ante ella una abogada de dudosa procedencia.

—Hola Raquel. Me presento; me llamo Sonia Gonzales y yo voy a ser tu abogado defensor.

—No quiero ir a prisión el resto de mi vida —la mujer ya se había cansado de llorar—, por favor tiene que sacarme de aquí.

—Voy a hacer todo lo que pueda, pero necesito que me cuentes toda la verdad, toda, Raquel. No importa que las cosas parezcan malas, yo necesito saberlo todo.

Rachel se volvió a tallar el rostro, un roce más y la parte baja de sus ojos comenzaría a sangrarle.

—Yo… yo lo maté. Me dio miedo de que fuera a matarme y no sé lo que pasó, simplemente… lo empujé y él cayó sobre el perchero… Dios mío, ¿qué fue lo que hice?

—Aguarda, ¿dices que te daba miedo de que él fuera a matarte? ¿Por qué tenías ese miedo? ¿Ya lo había intentado antes?

—La bomba… Hace unos días un coche bomba explotó cerca del monumento del Ángel. Horacio la había puesto para matarme.

—Raquel, perdón de que te pregunte esto, pero… ¿tienes pruebas de lo que dices o solo son teorías?

—Es la verdad, pero no tengo manera de comprobarlo. El único testigo de todas las atrocidades que Horacio hizo hace muchos años, ya no vive. Murió de una enfermedad.

—Escúchame, me comentaron que te graduaste de licenciada en derecho. ¿Anteriormente habías ejercido tu profesión en un escenario verdadero?

—Trabajé durante algunos meses para el Bufete Peña. Él me colocó en un puesto para aprender.

—Raquel, no tiene mucho sentido lo que me dices. Hasta ahora solo hay pruebas de que Horacio Peña se había preocupado por ti y buscaba darte lo mejor. Lo que tú dices, sin la presencia de evidencia que lo verifique, solo te hace ver como la mala del cuento.

—Pero le estoy diciendo la verdad. Él me lo confesó antes de que comenzáramos a golpearnos. Me dijo que asesinó a mi madre y robó a mi padre entregándole el arma con la que él después se quitaría la vida.

—No hay evidencia de nada.

—¿Qué hago entonces? Me siento desesperada, no quiero ir a prisión.

—Raquel… Con tus conocimientos sabes perfectamente que un crimen bajo investigación sin evidencias podría demorar algún tiempo. Mientras tanto te enviarían a prisión preventiva.

—No, no puede dejar que esos suceda.

—Esto es lo que podemos hacer. Eres licenciada, sabes cómo funcionan las cosas, sólo que en este momento estás alterada y acabas de pasar por un trauma muy grande. Necesito que te calmes, que pienses las cosas y que recuerdes algo, por mínimo que sea, pero que nos pueda ayudar.

—No deje que me pudra en este lugar, por favor. No quiero dejarlo ganar.

—No te preocupes Raquel, haré todo lo posible por sacarte de aquí.

Rachel se quedó observando como la mujer abandonaba la habitación, y cómo, detrás de ella, un guardia se acercaba, seguramente para llevarla a su celda.

Todo ese día se pasó en interrogatorios con diferentes profesionales y agentes, todos cuestionando las mismas preguntas para saber si en algún momento su respuesta no coincidía con la anterior. Rachel comenzaba a cansarse, no pudo dormir ni calmar sus nervios, afortunadamente a eso de las seis y media de la tarde, le permitieron a Ester visitarla en una celda.

—No llores mi niña —Ester le acarició el cabello a través de los barrotes—. Todo va a estar bien, la policía va a creerte y te liberarán pronto.

—No quiero ir a prisión el resto de mi vida.

—Los agentes están trabajado en comprobar los robos al negocio de tu padre.




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