La Reina

NUEVE

No importaba cuantas botellas abriera, todas serían portadoras de la misma locura. En aquel cuarto había una enorme cantidad de botellas de vino, cientos y cientos bien escondidas y apiladas en columnas, sin embargo en ninguna de ellas había vino.

—Es inútil seguir buscando, mamá. En todas hay cocaína —les informó Alonso.

—Me sigo preguntando, ¿por qué mi padre? —Raquel ya había logrado salir de su impresión, lamentablemente, ahora por más que buscó una respuesta o una disculpa hacia José Hugo, no pudo hallarla.

—Se te han ido cayendo los ídolos, Rachel. Primero tu tío y ahora tu padre.

—¡Alonso, cállate! —Constanza se acercó a su amiga— ¿Qué vamos a hacer con todo esto, Raquel? Podríamos llevarnos todo lo de valor y dejar la cocaína aquí.

—Si hacemos eso —Ester se metió—, nos arriesgamos a que la policía la encuentre e inculpen a Raquel por contrabando.

—¿Y hay posibilidad de que lo hagan?

—Supongo que entre todas estas escrituras viejas que encontramos, ha de estar la propia de Deima, registrada con el apellido Arizmendi y el nombre de José Hugo. Y luego la marca de las botellas, ¿qué?

—¿Entonces qué se supone que vamos a hacer?

—¿Y si nos volvemos traficantes?

—Alonso, vuelves a decir una cosa así y te lanzo la primera piedra que encuentre.

—¿Y qué planeas que hagamos, madre? Tenemos que marcharnos pronto porque los vagabundos y drogadictos que viven en este lugar, no tardan en volver.

—¿Y sí la arrojamos al mar con todo y las botellas? Podríamos romperlas antes de lanzarlas.

—Raquel, ¿tú qué opinas?

Ella miraba todo a su alrededor, pues el juicio de su mente que condenaba a su padre seguía latente. ¿Desde cuándo aquella manera de ganar dinero fácil apareció en su vida? ¿Cuándo la fábrica de vinos se volvió una narcotraficante silenciosa? ¿Cuándo?

—Aquí puede haber millones de pesos, que si arrojáramos al mar, se perderían. ¿Quieren perderlos?

Alonso, siendo el más ambicioso y aventurero de los Peraltas actuales, entornó la mirada y se cuestionó la enorme cantidad de dinero que realmente se estaría perdiendo.

—¿Cómo la venderíamos?

—Alonso, no. Nadie va a vender nada ni tampoco nos vamos a meter en un lio grueso.

Raquel contestó:

—Yo haré lo que ustedes me indiquen. Ustedes han sido mi apoyo y soporte todo este tiempo. Esta fortuna más que pertenecerme a mí, les pertenece a ustedes tres.

—Madre, en estos separadores de vino puede haber miles de dólares. Viviríamos cómodamente toda nuestra vida si logramos sacarlos.

—¿Y a quien se la piensas vender? ¿A lo niños como si fueran dulces?

No obstante, Constanza en confidencia le sonreía a su hermano.

—Conocemos a alguien que sabe perfectamente sobre estos movimientos, madre. Y tú también lo conoces.

—Ay no —Ester se llevó la mano al rostro—. No, no, no. ¿Por qué a él?

—¿Quién? —por su parte Raquel no se aguantó las ganas de preguntar.

—TJ. —contestaron los tres a la par.

—No me agrada la idea, pero bueno. Al menos ya solucionamos, supuestamente, a quien podemos pedirle auxilio en este caso. Ahora lo que sigue es saber en dónde carajo vamos a encontrar a ese muchacho, si parece duende. En un momento puede estar en Guadalajara cenando con nosotros y al siguiente almorzando en una cafetería de París.

—No te exaltes madre, yo conozco a alguien que nos puede ayudar a localizarlo. El asunto es, esconder esto mientras nosotros regresamos a casa, hablamos con él y volvemos por la mercancía.

—Ya no podemos salir —opinó Constanza—, si saliéramos, es muy probable que alguien llegue y encuentre el agujero que nos trajo hasta este punto.

Alonso lo pensó durante un par de minutos, finalmente les pidió a las tres mujeres que quitaran todas las botellas de uno de los estantes. Una vez que esta tarea estuvo finalizada, utilizó toda su fuerza para moverlo, de forma en que la madera quedara cubriendo el enrome agujero del closet, que intentarían cerrar con la esperanza de que a nadie, externo a ellos, se le ocurriera abrir sus puertas. Fue así como una larga y pesada noche comenzó.

No tardó mucho tiempo para que allá afuera comenzaran a escucharse pasos, risas y hasta gemidos. Los intrusos habían llegado, algunos resultaron ser vagabundos que buscaban pasar la noche en un sitio cálido y sin lluvia, otros fueron adictos que fumaron en grandes cantidades, en cuanto a otros, resultaron ser parejas románticas que se abstuvieron de pagar algún hotel.

El tiempo y el paso de las horas nos lleva a la mañana del día siguiente. Alonso salió por delante, cuidaba de sus tres acompañantes, y al ver el lugar vacío, les dio la indicación de que salieran.

—Todos conocemos el plan y estamos de acuerdo, ¿verdad?

Los tres asintieron.

Dentro de la mochila de Alonso, había una generosa cantidad de alhajas bañadas en oro. El plan de los tres era enviar a Ester y a Constanza, con la mochila a cuesta, para que éstas las vendieran en algún centro joyero y utilizaran ese dinero para comprar una bolsa de cemento instantáneo y maletas de viaje.




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