Miré el interior de la discoteca Delirium. Suspiré, planteándome si no debería irme por donde había venido; había demasiada gente y demasiado ruido. Observé a mi amiga Melany, quien buscaba a su novio Fred mirando en todas direcciones, lo que hacía la situación aún más incómoda, ya que sentía que estaba estorbando. Miré mi móvil y recé para que mi tía Afora me llamara en uno de esos momentos de control que, aunque me molestaban, también me ayudarían a escaparme de este sitio con alguna excusa.
Mi amiga Melany sonrió ampliamente al divisar a lo lejos a Fred, quien sostenía un vaso rojo en la mano; supuse que contenía alcohol. Traté de no hacer una mueca de desagrado cuando se acercó hacia nosotras, inundando mis fosas nasales con el olor de lo que identifiqué como alcohol y colonia barata. Fred besó a mi amiga en los labios, lo que hizo que apartara la mirada de inmediato. Realmente sentía que sobraba en esos momentos.
Finalmente, después de absorber a mi amiga, Fred se percató de mi existencia. Se acercó a mí, me estrechó entre sus brazos, y tuve que contener la respiración para evitar el olor. Fue un proceso difícil, no voy a mentir, ya que a veces era demasiado cariñoso y yo era reacia al contacto.
No era alguien que mostrara amor a través de gestos o que diera abrazos con frecuencia. Era bastante reservada en ese aspecto. A veces me cuestionaba si era realmente extraña, si no encajaba aquí, si me comportaba de manera muy diferente a las personas que me rodeaban. Era como si una voz dentro de mí dijera: "no me toques", y mi cuerpo se tensaba. A veces tenía tendencia a evitar esos acercamientos que tanto me asqueaban.
—¡Qué guapas estáis! —musitó, arrastrando las palabras; le costaba hablar, quizás por el alcohol en su cuerpo.
No dije nada; sabía que ese comentario no iba dirigido a mí, aunque lo dijera en plural. A diferencia de Melany, que iba perfectamente peinada y lucía un traje que realzaba todas las curvas de su cuerpo, yo había optado por unos pantalones sencillos junto con una camiseta igual de simple. No era alguien que buscara llamar la atención. En ocasiones había soñado con ser invisible y que no se dieran cuenta de mi existencia, lo que, por supuesto, era más o menos difícil ya que era amiga de Melany y ella atraía las miradas de las demás personas. Era como si ella fuera luz y los demás fueran polillas embriagadas por la belleza tan exótica de mi amiga. Observando a mi amiga en ese momento, me di cuenta de las múltiples diferencias que existían entre nosotras. Su cabello era de un dorado precioso y sus ojos avellana eran tan hipnóticos que resultaban intimidantes.
Mi tía solía decirme, en tono de broma, por supuesto, que personas como Melany eran descendientes del rey de la corte angelical.
Cuando era pequeña, esas historias me encantaban; podía pasar horas y horas escuchándolas. Ahora que era mayor, la idea de que mi mejor amiga descendiera del linaje del rey de los ángeles me parecía casi absurda y ridícula. Y luego estaba yo: castaña, con ojos marrones como la corteza de los árboles y la piel bronceada. Mi tía Afora siempre me decía que era su pequeña ninfa, una de esas que ayudaban a los marinos en las artimañas de las sirenas. Aunque ahora que era mayor, todas esas fantasías y el mundo mágico me parecían meros cuentos de niños, aunque tenía que admitir que me gustaba que me llamara así.
Afora era una fanática de las cosas místicas y mágicas, tanto que llegué a pensar que tenía una obsesión poco saludable. Desde que tengo memoria, siempre la vi preparar mezclas de colores extraños que se bebía como si nada. Siempre que me ofrecía, rechazaba su oferta de la manera más educada posible, ya que el aspecto de esas mezclas no era nada apetitoso. De vez en cuando lo tomaba solo para hacerla feliz, pero no me gustaba la sensación que me dejaban; era como si estuviera flotando en una nube.
—¿Van a pasar o se quedarán allí paradas? —La voz de Fred me sacó de mis pensamientos; aún estábamos en la puerta y una enorme cola se estaba formando.
Seguramente muchos detrás de nosotras nos maldecían mentalmente por hacerlos esperar. Seguramente estaban ansiosos por la fiesta que habían estado planeando desde el lunes.
Rápidamente, Melany y yo nos adentramos en la oscuridad de la discoteca, apenas iluminada por unos pocos focos que permitían ver los rostros de las personas dentro. Siguiendo el pelo moreno de Fred, nos llevó a donde estaban sus amigos, lo que me hizo sentir incómoda. No es que no me cayeran bien; al contrario, eran chicos amables tanto con Melany como conmigo. Pero había una sensación inexplicable, como si algo dentro de mí me pidiera que me alejara de ellos y volviera a casa corriendo.
Uno de los amigos de Fred, Connor, notó de inmediato nuestra presencia. Se acercó como una bala y nos abrazó a las dos, como si realmente estuviera contento de vernos, especialmente a mí. Esto solo aumentó mi incomodidad, si eso era posible. Connor y yo compartíamos una historia, lo admito. Era de esas historias que cuentas una y otra vez, recordándola con agrado. Estuvimos liados por un tiempo, nada serio ni formal, pero llegó un momento en el que sentí la necesidad de alejarme. Era como si esa parte de mí, la parte que detestaba, me estuviera diciendo que me distanciara de él, como si repudiara el contacto del chico. No entendía esa sensación, pero, lamentablemente, afectó nuestra relación y nos distanciamos.
—Estás preciosa, Asia, siempre lo estás —me halagó, aunque no me alegré por ese comentario, me resultó indiferente.