Me desperté al oír un extraño zumbido resonando en mis oídos. Giré para evitar seguir escuchando ese molesto sonido y noté la cálida mano de alguien sobre mi costado. Me levanté sobresaltada, sintiendo que mi corazón iba a salirse del pecho.
—¡Tranquila, mi señora! ¡Relájese! ¡Está a salvo! —dijo una voz suave, tan suave que, si no fuera por la situación en la que me encontraba, me hubiera transmitido mucha confianza.
Entonces, en ese momento, abrí los ojos asustada al contemplar a un grupo de mujeres aladas que estaban alrededor de la cama donde segundos antes estaba durmiendo. Inmediatamente, identifiqué aquel zumbido que me había despertado: eran el sonido de las alas que tenían esas mujeres en la espalda.
Tuve que reunir toda mi fuerza para no gritar y lanzar las cosas que estaban alrededor de mí hacia aquellas mujeres insecto que estaban rodeándome. Me miraban con compasión y cariño, como si me conocieran de toda la vida, como si yo las conociera.
¿Estaba soñando? Sí, debía ser eso. En estos momentos, debía estar teniendo uno de esos sueños en los que entras en bucle, que parecen reales.
Sí, debía ser eso. Ya había oído hablar de eso. Una vez, Melany tuvo una experiencia similar, pero a ella la atacaron dos tipos que se colaron en su casa. Tuvo que revivir una y otra vez cómo la mataban en diferentes sitios. Debió de ser horroroso y entonces supe que yo estaba experimentando algo similar.
—Despierta... despierta... —me dije a mí misma, con la idea nefasta de que eso iba a funcionar, que antes de que me diera cuenta, me iba a levantar en mi cama y sería una anécdota que le contaría a mi tía en la mesa, desayunando sus rosadas tortitas con sirope de arce.
—¿Señora?
Cerré los ojos. Si no las veía, quizás me levantaría antes. Sí, debía de funcionar.
¿Quiénes eran estas mujeres? ¿Por qué me llamaban "alteza" o "señora"? ¿Qué había pasado en ese bosque? Millones de preguntas que quizás mi mente no comprendía, que intentaba buscar la lógica a lo que estaba pasando.
—¿Está bien? ¿Se encuentra mal?
Seguía con los ojos cerrados, mentalizándome de que esto debía de ser un sueño, que no podía ser real, que las hadas no existían y que esto era fruto del nerviosismo de la noche anterior.
—No le veo bien... ¡NAGI! —enseguida, una de las hadas llamó a alguien, haciendo que me pusiera más nerviosa.
¿Quién era Nagi? ¿Por qué lo había llamado? No lo sabía. Entonces, fue cuando nuevamente busqué una salida, algo que pudiera liberarme de esta situación. Estaba a punto de levantarme de la cama cuando la mano fina de una de las hadas, que era pelirroja, me impidió dar un paso para levantarme. Eran reales. El tacto era real. No podía ser un sueño. Nerviosa, las miré sin comprender nada. ¿La magia existía? ¡Imposible! No podía ser, no podía ser esto real. Pero el tenerlas delante, el ver cómo movían sus alas, su mirada de preocupación, hacía que todo fuera real, que no pudiera ser un sueño. Si no hubiera estado en una cama, me habría caído al suelo debido al impacto de la realidad.
—¿Qué pasa?
—Gaia, se encuentra mal... no sé qué le pasa.
¿Gaia? ¿Por qué me llamaban así? Quise hablar, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta y mi mente había dejado de funcionar. Cuando apareció aquel chico de pelo blanquecino y ojos grisáceos que se acercó a mí y me colocó su mano fría en la frente para comprobar si tenía fiebre. Mi cuerpo empezó a transmitir pequeñas sacudidas, estaba temblando, tenía miedo. Mi mente finalmente empezó a funcionar. Rápidamente, me aparté de él, lo que hizo que me mirara con duda en sus ojos. No, no podía aceptar la realidad, esto debía ser mentira.
—¿Alteza, está bien? —¡Déjame! —bramé, haciendo que los presentes dieran un paso hacia atrás, como si lo que les hubiera dicho fuera una orden.
El tal Nagi miró a las hadas, esperando a que le dijeran qué ocurría, qué estaba pasando. No pude hacer nada más que alejarme de ellos y apoyar mi espalda en la fría pared, lo que provocó que, de nuevo, todas las miradas se posaran en mí. Miradas que, hacía un par de segundos, estaban puestas en el intruso que se había adentrado en la habitación o quizás era yo la intrusa. En cualquier caso, no me gustaba lo que estaba viendo.
Quizás me había tomado algo extraño antes de dormir. Quizás todo esto fuera fruto de alguna sustancia que por accidente había ingerido. Esa idea me pareció más real que el absurdo pensamiento de que la magia era real.
—Creo que no sabe de nuestra existencia... —dijo Nagi retorciéndose las manos. —¿Seguro? ¿Afora no le habías hablado de nosotros?
Mi tía, ¿dónde estaba? Entonces el recuerdo de cómo la había dejado sola en aquel bosque con esos monstruos apareció en mi mente, haciendo que maldijera.
—¡¿Dónde está mi tía?! —pregunté en un grito—. Tranquila, Afora, está descansando. Vino antes de lo que nos imaginábamos. Quizás cuando se levante te explique qué está pasando. Comprendo que todo esto te parezca extraño, y cuando nos veas, pienses que has perdido la cabeza, pero no, somos reales y estamos aquí para servirla. —La voz de una de las hadas era sumamente tranquila, cosa que no me agradó.
—¿Por qué? —fue la única pregunta que salió de mi boca.
—Porque eres la reina de Astra, el elemental de la tierra... ¿Tampoco te lo ha dicho Afora? —dijo un hada de pelo castaño que me miraba horrorizada.
¿La reina de qué? ¿De Astra? ¿Qué es Astra? ¿Por qué me llaman reina? ¿Elemental de la tierra? Aquellas palabras, las que estaban soltando las hadas por su boca, me parecían meras bromas, cuentos que les contaban a los niños pequeños, llenándolos de un absurdo mundo de fantasía donde todos tenían poderes y todos querían la paz en el mundo, cuando la realidad es totalmente diferente.