Rick me llevó de vuelta al refugio. En esos momentos, sentía que la cabeza me iba a estallar por la información que me había dado. Mi cuerpo estaba cansado, como si hubiera corrido una maratón. Tuve que parar varias veces para respirar, ya que me costaba mucho hacerlo. Eso me enfurecía y me hacía sentir débil e inútil, algo que no me agradaba en absoluto, sobre todo considerando la advertencia de Rick acerca de cómo eran los seres de este inhóspito lugar.
Con la respiración un poco más normalizada, seguí caminando. Sin embargo, el sentimiento de fatiga que experimentaba en esos momentos no era una exageración; era como si mis pulmones no absorbieran el aire necesario.
"—No te preocupes, tu cuerpo se está acostumbrando al aire puro de Cagmel", me dijo Rick.
Podía ser cierto, pero en serio era frustrante. Posiblemente mi expresión facial mostraba mi molestia sin necesidad de decir nada. Me agarré del brazo de Rick, que me lo tendió para que pudiera caminar con menos esfuerzo. Finalmente, llegamos a la casa de las hadas. Todavía me sonaba extraño decir esas palabras.
No podía entender cómo estos seres habían vivido tan ocultos en este lugar sin que ningún humano los hubiera visto. La caminata se hacía eterna mientras él avanzaba. En algún momento, me encontré subida en la espalda de Rick, quien me llevaba hasta la casa de madera que se veía a lo lejos. Mientras estaba sentada en su espalda, percibí un olor dulzón que me hizo cerrar los ojos ante la fragancia delicada que desprendía el cabello de Rick.
—Hueles bien, —comenté, apreciando el aroma.
Se puso tenso; lo noté debido a que estaba sobre él. Lo miré ceñuda, sin comprender por qué había reaccionado de esa manera. No quise preguntarle; estaba demasiado cansada y estaba tratando de respirar con más lentitud para evitar asfixiarme con el aire puro de este lugar. Finalmente, llegamos a la casa. Rick abrió la puerta y el olor a comida llenó mis fosas nasales, lo que hizo que mi estómago comenzara a gruñir con ferocidad. En ese momento, pude escuchar la risa de Rick en mi cabeza.
Le di un suave golpe en el brazo y logré que se riera aún más. Su risa resonó en mi mente, lo cual era muy extraño y perturbador. Tanto, que mi cuerpo empezó a estremecerse ante el horror de escuchar su voz con tanta claridad en mi mente.
—¿Qué pasa? Tengo hambre... —dije seriamente.
"—Es normal que tengas hambre, pero me hace gracia cómo reacciona tu cuerpo."
No dije nada, solo incliné la cabeza. Me bajó al suelo con mucho cuidado. Agradecida, le di un pequeño abrazo, porque sí, porque se lo merecía. Aún me aterraba, pero estaba inmensamente agradecida por el hecho de que se había molestado en contarme la historia, a pesar de que yo no había reaccionado de la mejor manera.
—Gracias.
"—Sus órdenes son deseos para mí."
No sé por qué, pero esas palabras hicieron que me sonrojara un poco. De nuevo, su risa estridente resonó en mi cabeza, pero esta vez pude percibir suavidad en esa carcajada; al menos no me iba a doler la cabeza, o eso creía. Al verme de nuevo allí, las hadas me miraron con más determinación, como si estuvieran comprobando que estaba bien. En esos instantes, no lo estaba.
Aún me costaba un poco respirar, pero no como antes. Poco a poco, mi respiración se estaba adaptando y aceptando el aire de este mundo, cosa que agradecía, porque no consideraba que fuera bueno que me costara respirar, y más en un lugar como este donde seguramente me querían muerta, sí, me querían muerta.
En mi cabeza aún estaban las palabras de Rick que resonaban como si fuera una melodía. Estaba cansada y creo que se tuvo que notar, porque las hadas enseguida empezaron a moverse y a prepararme la cama y algún que otro alimento.
Incómoda por estas muestras de interés desmesuradas, me senté en una de las pequeñas mesas y vi que un hada más joven colocó sobre ella platos extraños que, para mi desgracia, conocía. Mi tía había hecho estos platos en más de una ocasión y aunque no eran normales, estaban ricos. Ahora entendía por qué mi tía hacía cosas tan extravagantes, como esta; para ella era lo normal. La comida que usualmente hacía era de este mundo, y yo no me había percatado de eso.
Me di un golpe mental. Nunca me había parado a pensar por qué mi tía tenía ciertos comportamientos tan extraños que no solían tener las demás personas a las que conocía. Ahora entendía que su naturaleza hada le hacía comportarse de ese modo. La comida consistía, sobre todo, en verduras y en flores comestibles. Según mi tía, esas flores ayudaban a la salud. No lo dudaba, porque cada vez que iba al médico me decía que estaba estupenda, ni siquiera recordaba tener un resfriado.
—Gracias...
—¿Sabes qué son, mi señora? Si no le gusta, podemos hacer otra cosa, algo que suelan comer los humanos. Nuestro deber es que esté cómoda —se apresuró a decir otra hada más joven. Abrí la boca para después cerrarla. Una voz que bien conocía se hizo presente en la sala, haciendo que mis ojos se fueran inmediatamente hasta mi tía Afora.