En esos momentos, dos cosas, o mejor dicho, dos acciones, se apoderaron de mi mente. La primera: gritar, gritar hasta quedarme sin voz ante lo que estaba viendo. Sí, lo sé, no era comprensible esa opción, pero dado que aún me costaba asimilar este mundo, no pude evitar tener eso en mente.
La segunda, quizás la más sensata, era calmarme y hablar con el animal que estaba delante de mí. Pero, a pesar de que sabía algo de este mundo, a pesar de que había visto algo de él y de lo que eran capaces de hacer, no lo pude evitar. Lo juro que no, fue como un acto reflejo que se apoderó de mí.
Es como cuando te dan un golpe y tú lo devuelves, o como cuando ves una película de miedo y no puedes evitar sobresaltarte. Pues así estaba yo, y no hay que decir que aún estaba asustada por todo lo que me habían contado y todo lo que había visto. Así que de verdad, no lo pude evitar. Fue entonces cuando la voz salió desde dentro de mí:
—¡Ahhh!
—¡Ahhh! —gritó también el zorro.
Enseguida, la puerta se abrió y juro por Dios que la imagen sería surrealista si no fuera porque lo estaba viendo con mis propios ojos.
Imaginaos esto: yo en una esquina alejada del zorro, mi tía, un señor extraño y los dos con cara de preocupación. Ambos me miraban sin entender nada, y el zorro de color blanco se estaba tapando con sus cuatro colas y temblando de miedo. Y, por si fuera poco, de repente, un gnomo se adentró por la ventana, porque la tenía abierta.
—¡¿Queréis callaros?! ¡Vuestra voz me molesta!
—Piérdete, Alrik —dijo mi tía desafiándolo con la mirada, a lo que el gnomo, sin decir nada, se fue, seguramente a seguir buscando flores.
En esos momentos, mi mirada se dirigió directamente al hombre anciano que estaba al lado de mi tía. Era un hombre encorvado, de larga barba y pelo, ambos de un marrón claro que le hacía parecer un poco más joven. Sus ojos azulados transmitían sabiduría y experiencia.
Sin duda, este hombre llevaba mucho tiempo aquí. El hombre se percató de mi presencia, ¿cómo no hacerlo? Dada la postura con la que estaba en la esquina, era inevitable que me mirase como si fuera el ser más extraño del mundo, algo que me parecía de lo más hipócrita, pues había visto a seres con tres ojos. Vi que sus ojos azulados se abrieron de par en par, como asustados, como si estuviera viendo en esos momentos un espejismo o un fantasma.
Su vestimenta consistía en una especie de túnica de color azul con bordados dorados, donde se podía ver un extraño símbolo que no supe identificar. Estando estupefacta, no pude dejar de mirar al hombre que tenía delante.
Su poder me estaba absorbiendo de tal manera que creí que me iba a consumir allí mismo. Me inquietaba, pero a la vez me daba una sensación de extraña seguridad que me perturbaba. No pude evitar contener la respiración ante su presencia. No pasó desapercibido cómo su cuerpo se tensó cuando me vio. Si no fuera porque estaba apoyado en su bastón de madera oscura, posiblemente se habría caído al suelo, como si estuviera viendo al demonio en persona.
—¿Qué ha pasado, Asia? —la voz de mi tía me sacó de mis pensamientos—. Entonces, la idea del zorro me pareció absurda, dado el poder que aquel tipo transmitía. Su aura tenía un poder que me dejaba paralizada. Se compuso como pudo, me observó por otros segundos y se aproximó hacia mí. Intenté dar marcha atrás, pero, fue tarde cuando caí en que estaba apoyada en una de las paredes, impidiendo que diera un paso más allá.
Su mano se levantó. Encogiéndome, noté cómo todos mis músculos se tensaban, pero esa tensión se esfumó cuando colocó su mano en mi cabeza. Paralizada, no supe cómo actuar. Me quedé allí en el suelo, viendo cómo un tipo extraño me ponía la mano en la cabeza y cerraba los ojos. Sentí cómo el nerviosismo se apoderaba de mí. Era una sensación extraña que no podía describir, solo sentir.
Estaba buscando algo dentro de mí, como si con su tacto pudiera derrumbar todas mis barreras y pudiera urgar dentro de mi interior. Sentía una especie de energía que me consumía por dentro. Fue entonces cuando algo pasó. De repente, la mano del hombre se apartó, me miró y se arrodilló. Sí, se arrodilló, haciéndome pegar aún más a la pared. Algo me decía que, si seguía ejerciendo más presión, acabaría rompiendo los muros de esta casa.
En esos instantes tenía miedo, demasiado miedo. No comprendía las acciones de aquel extraño, no entendía qué estaba haciendo. Por eso, no hablé, simplemente observé y dejé que él diera el paso para hablar.
—Mi señora... está viva... — pude ver cómo una lágrima salía de sus ojos, lo que me hizo sentir realmente incómoda. Aparté la mirada—. No me llames así, por favor. Llámame Asia. Yo no soy ni princesa, ni reina, ni señora de nada. Por favor — mi voz sonó demasiado suplicante, no pude evitar apretar la mandíbula, me hacía sentir inútil en este tipo de situaciones.