La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 9

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Había que decir que viajar por un portal no era como me lo imaginaba; no, era más bien como si una oscuridad te engullera y luego te escupiera, como si no quisiera que estuvieras dentro de él. Cabe destacar que mis habilidades para viajar por portales no eran las mejores y, aunque suene extraño, esa era la realidad.

El anciano había salido con elegancia del agujero que había creado, mientras que yo había caído de bruces contra el suelo, mascullando palabras que, posiblemente, si mi tía me hubiera oído, me habría lavado la boca con jabón. Las quejas salían de mi boca sin que pudiera controlarlas. Me puse de rodillas y me froté allí donde me había golpeado, sin duda, no quería viajar más por portales, al menos no los creados por este mago. Me incorporé para ponerme de pie; el anciano sonreía divertido, mientras que yo hacía muecas adoloridas. Quizás esa mirada de diversión era porque tenía la cara roja por el golpe. Me había comido el suelo y me dolía horrores la cara.

—¿Alteza, estás bien? —mascullé por lo bajo, asqueada por el impacto.

Una vez que estuve completamente estable, me quedé mirando el edificio que se alzaba sobre mí.

—¿Estás bien? —preguntó con demasiada preocupación. No dije nada y miré de nuevo el edificio, aún más impresionada que antes.

La luna llena estaba en el cielo y se podían oír aullidos desgarradores un poco alejados de donde estábamos. Esto no me hacía sentir muy segura. A través de las enormes ventanas de color negro, podía ver a personas caminando a toda prisa, con uniformes extraños. Mi cabeza no paraba de moverse, captando todo lo que estaba a mi alrededor. Me impresionaba, sí, pero a la vez me asustaba. ¿No era lo normal? ¿No era normal tener miedo a lo desconocido?

Algunos de los alumnos estaban reunidos en los jardines de fuera, sentados en mantas y levantando manzanas para poder comérselas sin necesidad de usar las manos. Otros, con aspectos más extravagantes, estaban gritando y a punto de pelear. Afortunadamente, un hombre a quien no pude ver detuvo la pelea antes de que escalara aún más.

Había una especie de lago donde hermosas mujeres estaban sentadas en las rocas, con los pies descalzos y disfrutando del agua.

Fue entonces cuando pregunté:

—¿Son sirenas? —La emoción era palpable en mi voz. A lo que el mago se rió:

—No, son ninfas. Pero no te preocupes, gracias a los dioses, no tendrás que ver a ninguna sirena. Te aseguro que suplicarías para que te arrancaran los ojos después de ver su aspecto real.

Tragué saliva ante aquella confesión tan normal, como si en este sitio la idea de quitarse los ojos fuera natural. El anciano me hizo una señal para que lo siguiera.

Suspirando y con el corazón latiéndome a mil por hora, enseguida supe que no iba a pasar desapercibida entre los alumnos, que inmediatamente fijaron su mirada en mí. Me miraban como si fuera la cosa más horrible del mundo, como si mi aspecto les molestara, cosa que no comprendía.

Cuando examiné todo lo que me rodeaba, me di cuenta de que había seres con un peor aspecto que yo. Juro por Dios que había visto a un tipo al que le sobresalía la mandíbula y sus ojos eran tan diminutos que su aspecto no hacía más que aterrarme. ¿Y yo era la horrenda? Necesitaban una clase para identificar lo que era feo y bonito.

No es que fuera una preciosidad, pero, en comparación con los seres que estaban esparcidos por el jardín, era un bombón.

—Quiero resaltar una cosa —la voz del anciano me sacó de mis pensamientos: —¿Qué cosa? —pregunté, retorciéndome las manos. No me gustaba que me mirasen de esa manera.

—La belleza de Cagmel es muy diferente a la del mundo humano. Aquí lo extraño, extravagante o deforme es hermoso, mientras que, por ejemplo, el de las ninfas, el de las hadas o el tuyo, es un insulto para ellos. Porque aquí, la fealdad es hermosa, mientras que lo hermoso es fealdad.

Me quedé sin palabras. Sin duda, este lugar era más extraño a medida que lo conocía. Aunque la verdad no quería conocer más de él. Ya había tomado la decisión de que, cuando pudiera, me iría sin mirar atrás. Esto solo era una actuación, fingir que estaba de acuerdo con mi nuevo estilo de vida. Solo debía fingir un poco más para poder irme al mundo al que pertenezco; al mundo de los humanos.

La impresión que me había dado este sitio no era sino oscura y cruel, y me negaba a estar en un lugar donde la crueldad fuera el punto del día. No me habían dicho mucho, pero ya por el recibimiento de estos seres, sabía que no les agradaba mi presencia. No sabía por qué. Quizás porque me veían humana, porque veían que no pertenecía a este sitio. Bueno, yo también lo veía así. Al menos en algo estábamos de acuerdo.

Nos adentramos en la estancia, lo que me hizo mirar todo con cierta curiosidad. Las paredes eran de mármol negro con decoraciones doradas, y el suelo era del mismo material, nada más que de color blanco.

Una en especial llamó mi atención: "Clase de brujería". Tuve que hacer un esfuerzo para no meterme en esa clase y saber de qué asignatura se trataba. Era muy diferente a las que había tomado en el mundo humano. Aunque, claro, visto lo que seres habitaban en este sitio, era normal que las asignaturas no fueran parecidas a las que había tomado yo.

Una imagen de ellos dando matemáticas vino a mi mente, y pude imaginarme cómo carbonizaría al profesor sin esfuerzo alguno. Eso solo empeoró el malestar que se estaba produciendo en mi cuerpo.




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