La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 11 (EDITADO)

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No sabía cómo me estaba sintiendo en esos momentos. Era como si entre las dos hubiera una conexión extraña; no era de amistad ni de sentimientos. No, era como si estuviéramos conectadas de una manera... mágica. Algo que me aterraba y me gustaba a partes iguales. Era como si su presencia me inundara de una sensación que no podía describir.

En esos momentos, sus ojos grisáceos estaban posados en los míos. Ambas no necesitábamos saber quiénes éramos, porque ya lo sabíamos. Era como si nos estuviéramos leyendo la mente. Su cabello era de un dorado casi impoluto, su rostro era perfecto y limpio; no había ni un lunar ni una peca. Su nariz era pequeña y sus ojos eran enormes. Una combinación extraña que al mismo tiempo la hacía lucir muy diferente a las personas de este mundo.

Vi cómo dejó el libro donde estaba sentada, se acercó a mí, dudosa, retorciéndose las manos con nerviosismo. Mirándola de arriba abajo, noté que llevaba un vestido que le llegaba por encima de las rodillas, dejando al descubierto sus hombros, donde pude ver algo rojizo. Sus piernas, concretamente sus pies, estaban decorados con algo metálico que parecía pesado; pensé que debía de incomodarle.

—No me incomoda, me he acostumbrado a ellos... ¡Perdón! —dijo rápidamente tapándose la boca.

Parpadeé rápidamente. ¿Me había leído la mente? Eso sí que era aterrador, demasiado aterrador.

—Me acabas de... —me interrumpió:—Lo siento, lo siento, es que no lo he podido evitar... Es que... —noté que se puso nerviosa, demasiado nerviosa.

Enseguida una brisa desagradable se apoderó de la habitación. Tuve que agarrarme al marco de la puerta porque estaba a punto de salir volando. Sin embargo, el mago se había quedado pegado al suelo. No se movió ni un solo centímetro, mientras que los objetos de la sala empezaron a volar por los aires. Tuve que agacharme porque un libro de gran magnitud casi me atraviesa la cabeza.

—Ana, tranquilízate.

Pero esas palabras solo empeoraron su nerviosismo. La brisa cada vez era más fuerte, más feroz. Hasta el punto de que por el viento tuve que soltarme del marco de la puerta y me acabé estampando contra la pared que estaba detrás de mí. Una mueca se apoderó de mí, ¿Qué le pasaba a este mundo que me quería golpeada? Ya era el segundo golpe que me había llevado desde que había venido aquí, las otras eran amagos.

—¡Anna! —gritó el mago, haciendo que la chica se quedara paralizada por unos segundos y logrando así que la ráfaga de aire cesara casi de inmediato. Suspiré aliviada al ver que todo había cesado.

Los objetos que estaban volando cayeron al suelo, provocando un ruido sordo que habría alarmado a las personas que estaban a nuestro alrededor. Pero suponiendo que estas cosas pasaban a menudo, dudaba que alguien se alarmara por el ruido.

La rubia me miró con cierto temor. En esos instantes, me recordó a un cervatillo asustado por las luces de un coche que se aproxima hacia él. Aquel gesto hizo que se me enterneciera el corazón. Sin duda, la idea de que ella fuera peligrosa se esfumó de mi cabeza. Posiblemente sería peligrosa, pero no para los demás, sino para ella misma. Cosa que dudaba que fuera mejor.

—Asia, ella es Anna, el elemental del aire. Ella aún no controla del todo su poder. No se lo tengas en cuenta; es muy buena chica.

Miré al director con una ceja alzada. ¿No se daba cuenta de que estaba incomodando a la muchacha con esas palabras? Porque sí, yo lo notaba. Muy en el fondo de mí, notaba cómo ella estaba incómoda y avergonzada por lo que había pasado. No le dije nada. Es más, me mantuve callada, intentando calmar la tensión y el nerviosismo que se habían formado en estos momentos.

No comprendía el no poder controlar tu poder. Pero al parecer, a Anna le suponía mucho. Quizás, al haber sido criada en este lugar, le habían inculcado eso.

Mientras que yo, lo único a lo que me podía enfrentar era a sacar buenas notas y mirar las universidades de mis sueños con la esperanza de ir. Esperanzas que parecían que se esfumaban con cada minuto que pasaba aquí.

Anna empezó a recoger todos los papeles que estaban esparcidos por el suelo. En un impulso, no dudé en ir a ayudarla. Esto hizo que sus ojos grisáceos me miraran con agradecimiento. Tal vez era porque no había comentado nada de lo que había pasado y no pensaba hacerlo.

No era nadie para decir nada de lo sucedido. Creo que eso es lo que la había calmado un poco. Pues la veía un poco más relajada. Cosa que hacía que sus rasgos angelicales se suavizaran y le diera otra visión.

—Lo siento... —dijo de nuevo por lo bajo. Solo sacudí la cabeza. Me entendió perfectamente sin necesidad de palabras.

Seguimos recogiendo un buen rato ante la atenta mirada del mago. Algo que me cabreó. ¿No pensaba ayudarnos? Pero sabía la respuesta sin necesidad de que me contestara a la pregunta. Era obvio que no lo iba a hacer. Pero eso solo hacía que me cabreara aún más. No le costaba nada mover sus malditos dedos y colocar las cosas por arte de magia.

—Bueno, me tengo que ir. Tengo una reunión a la que debo asistir... una reunión respecto a ti, Asia.

Todo mi cuerpo se paró de golpe. Apreté con fuerza el libro que sostenía en las manos.

Pude ver cómo mis nudillos estaban blancos a causa de la fuerza que estaba ejerciendo; todo mi cuerpo estaba tenso, al igual que mi mandíbula. No me gustaba lo de la reunión, mucho menos que hablaran de mí. Me negaba a que desconocidos me juzgaran sin yo poder defenderme.




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